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La cábula

Jaime Loredo y el rigor

Jaime Loredo y el rigor

Eusebio Ruvalcaba 

Lunes 1 de mayo. El impacto de la poesía es inclemente. Cuando se produce, no hay ni para dónde hacerse. Lo sentí de inmediato cuando inicié la lectura de La escalera de Jacob, de Jaime Loredo, libro en coedición de la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí y Verdehalago. Es una sorpresa mayúscula leer a un poeta como Jaime Loredo. El acontecimiento va de la celebración al arrobo. No es común eludir la vulgaridad por la finura. Hay muchos nombres ocultos pero visibles, muchas lecturas en los poemas de este joven. Se advierte en el cincel, ese modo de bruñir el poema, de darle el mejor acabado, pero sin sacrificar emoción. Dice: Los viejos hablan de amor mientras olvidan/ mientras cae agosto entre la lluvia./ Con almohadas blancas sobre el regazo/ tratan de ocultar la certeza de tristes panes/ —a veces la levadura no alcanza,/ es una larga mirada que no/ lleva a ninguna parte.// La desolación de los árboles/ aparece en el agua./ En el lecho descansan los muslos maltratados/ los labios imprecisos,/ el destiempo de un beso insuficiente/ conoce las heridas de barro a lo largo de la piel,/ la noche es la brevedad de la sombra,/ el esbozo de un cuerpo/ donde no queda/ sino el temblor de las sábanas. Hace bien Jaime Loredo en andar con pies de plomo cuando pisa el campo minado de la poesía. Hasta donde es posible, porque la poesía exige su parte de azar. Asumir que no existe pérdida de control al momento de escribirla, no pasa de ser un sueño intelectual. Pero lo que está en su mano, Loredo lo perfecciona: La tarde pasea entre las palomas/ como si el pecho no le fuere suficiente,/ como si este callar forzado/ no alcanzara para detener el mundo,/ para saber contenida entre sus labios la ira de Dios// Desnuda debió de haber sido la primera palabra,/ arcilla que palpita tibiamente obscura,/ como quien despierta en la mañana/ con la certeza de haberse equivocado de cuerpo,/ o quizás haya bastado/ con la mirada rebelde/ de un ángel con las alas guardadas en los bolsillos// como quiera que haya sido,/ Dios no volvió a hablar y se olvidó de los hombres,/ desde entonces siempre llueve.
Miércoles 3 de mayo. Follando con el Pato Donald es la novela de Óscar Seyler que, aún en manuscrito, leo. Vaya que si este autor de Torreón sabe agarrar por los cuernos a la narrativa. Divertida hasta las cachas —es la historia de una jovencita de 14 años que descubre el amor en todo ser viviente que la rodea—, no hay página que no obligue a la risa y a la reflexión. Conforme se avanza en la lectura se percata el lector de que el amor constituye más una fiesta que una tragedia, y que cada quien es dueño de hacer de su cuerpo el cucurucho que se le antoje. Aunque apenas lleve leída la mitad de la novela, creo que está del otro lado. Su falta de solemnidad, su desparpajo, su brutal incomplacencia, pero asimismo su rigor, serán el salvoconducto que le abra las puertas. Ojalá un editor arrojado se fije en ella.
Viernes 5 de mayo. Los acontecimientos heroicos, como las tradiciones, tienden a quedar sepultados bajo el polvo no siempre quevediano de los años. Hasta hace no mucho, en ciertos hogares mexicanos solía evocarse la gesta del 5 de mayo con reverencia. Hoy no existe nada de eso. Ni los jóvenes quieren oír hablar de lo que consideran una cursilería histórica, ni los adultos se preocupan por contradecirlos. Hoy por hoy, la patria la dictan el internet y los juegos de nintendo.

 

eusebius1951@cablevision.net.mx

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