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La cábula

“Conaculta, gestión sin proyecto”

 Héctor González

Por el ventanal del departamento de Sabina Berman entra bastante luz. Pareciera que desde ahí la ciudad es otra; pero no, es la misma. Pide unos minutos, está por terminar un artículo. No hay que ser muy inteligente para adivinar el tema. Hace algunos meses Berman realizó un intercambio epistolar con Lucina Jiménez, ex funcionaria del Cenart y actualmente consultora de políticas culturales. El diálogo se convirtió en el libro Democracia cultural (Fondo de Cultura Económica), volumen donde se debate el estado real de las artes y los creadores en nuestro país. “Lo ideal es consensuar un proyecto transexenal, que no dependa de los partidos”, cuenta la dramaturga.Mucha oferta, poca demanda
Según el inegi, 10% de los mexicanos tiene relación con la oferta cultural. La cifra tiene un sabor amargo que anticipa el comentario de Berman: “En la Encuesta Nacional de Prioridades de 2000, la cultura fue colocada en el lugar 128. La gente no está consciente de que con sus impuestos subsidia la mayor oferta cultural que ha tenido México en su historia. Oferta que no es aprovechada por sus ciudadanos. Es irracional lo que pasa”.
¿Qué hace que la cultura ocupe este lugar?, cuando se supone que es algo de lo que debemos sentirnos orgullosos. Es un misterio que si bien tiene que ver con la difusión, alcanza un trasfondo más profundo. Trasfondo que polariza las cosas, al punto de romper el ciclo comunicativo del arte. “Cuando era tutora del Fonca, una teatrista enseñó su proyecto de escenografía. Su estructura tenía nichos laterales y ahí sucedían cosas, que el público desde las butacas no iba a poder ver. Cuando se lo comenté me respondió: ‘A mí qué me importa el público’. Creo que el aislamiento de las artes es una consecuencia. La gente, desgraciadamente, se acomoda. Si no hay público, en lugar de buscar las razones del porqué, se inventan teorías y dicen: ‘No me importa’. Pero eso no ayuda. Lo interesante es que con una oferta cultural muy atractiva no hay público, a pesar de que la paga la ciudadanía”.
—¿Hablamos de un problema de difusión?
—Si se aumentara la difusión de la oferta cultural, aumentaría el público. La difusión de esa oferta es francamente ridícula y tiene que ver con normatividades que puso la Secretaría de Hacienda a todas las secretarías de Estado y que el Conaculta obedece.
—Sin ser una secretaría de Estado…
—Absurdamente. Pero ahí no está la solución de fondo ni la más promisoria tampoco. Necesitamos reformar el modelo de política cultural. Hace falta localizar la meta del apoyo del Estado a la cultura, en que la cultura diversa llegue a todos los mexicanos. Después necesitamos recolocar al Estado en el esquema. Estamos trabajando con un modelo inventado por Vasconcelos en 1920, donde se consideraba al Estado como el gran productor, es decir, el gran pagador de la cultura, el gran elector de los artistas que merecían ser apoyados, el gran censor, el gran distribuidor y, como dice Gabriel Zaid, un larguísimo etcétera. Tenemos que olvidarnos de eso. Primero, porque estamos en una democracia, y segundo, porque realmente no ha funcionado. Lleva 50 años, y para que funcionara la Secretaría de Cultura o el Conaculta necesitaría 10 veces más presupuesto y además agilizar su burocracia. De cada 10 pesos que el Estado invierte en la cultura, un peso llega a los eventos o a los artistas y uno a difusión. Entonces hablamos de un modelo ineficaz y antidemocrático.
Intelectuales y Estado
Eso de ineficaz puede ser relativo. Recordemos que en nuestra historia reciente los programas culturales han sido diseñados para coptar intelectuales. Incluso a los diplomáticos; durante mucho tiempo se habló de cómo los gobiernos premiaban a artistas con embajadas y consulados. “Si ésa era la meta, estaba más o menos bien el modelo, aunque el soborno salía carísimo. Pero hay que regresar a la meta expresa, la digna y noble, que es identificar como cliente del modelo a la población y no a los artistas. Es como si la Secretaría de Salud pensara que sus clientes son los médicos. Sensatamente la dependencia sabe que su cliente es la población y a través de los médicos se distribuye la salud”.
En su libro ¿Cuánto vale la cultura? Contribución económica de las industrias protegidas por el derecho de autor en México, Ernesto Piedras apunta que las industrias culturales (música, cine, libros, audiovisuales, escultura) contribuyen con 6.7% del Producto Interno Bruto. En este sentido, añade Berman: “La cultura es el mercado emergente más grande del planeta. Pensar en términos de que la cultura se alimenta de tirar maíz a los pollos es equivocado. Se nos está pasando el tren de la globalización. En el libro proponemos hablar de la cultura con una definición más amplia que las artes. Hablar de la cultura como algo masivo, como el sector civil de empresas y organizaciones culturales. Viéndola de este modo, nos referimos a la cuarta industria del país y tal vez se podría pensar que a la cultura masiva le va muy bien. Sin embargo, es una percepción falsa. La industria discográfica se encoge. Cada vez más la música en español se graba en Estados Unidos y nos la venden. La industria editorial lleva 20 años desplomándose en cámara lenta sin que al Estado le parezca pertinente intervenir. Nuestra industria cinematográfica hace 40 años dejó de serlo, a pesar de que tenemos todo el talento para conseguirlo. Y puedo ir más allá: las televisoras, que parecen ser las grandes ganadoras de estas elecciones, no están creciendo globalmente al mismo ritmo que las de otros países. Como resultado nuestras industrias culturales masivas se están encogiendo y nuestras artes están aisladas. Y la población casi no tiene servicios culturales. Es momento de repensar el modelo. Muy promisoriamente, todo ese gasto del Estado de 80 años en la cultura nos ha dejado una herencia de piezas muy valiosas para reestructurar y una infraestructura incomparable con el resto del mundo que habla español (teatros, librerías, hemerotecas, casas de cultura y arte). Tenemos la generación, numéricamente hablando, más grande de artistas en la historia del país. Además contamos con un sector de empresarios culturales que se mantienen, pese a que pareciera que tienen todas las condiciones en contra. Y por último, nuestro sistema educativo es muy amplio, con deficiencias, sí, pero que cubre a todo el país y donde sería muy fácil reinsertar la cultura no masiva en la vida de los mexicanos”.
Retomemos la última parte de la respuesta y añadamos los datos de la Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales, editada por el Conaculta. Los números son contundentes: 69% de la población no participa en ninguna actividad cultural; 90% no pinta; 70% no escribe; 70% no canta; 47% nunca ha asistido a una presentación musical; 5% de los ciudadanos estudia alguna disciplina artística. En conclusión, la relación entre Estado y población es disfuncional. “Más que un Estado paternalista, necesitamos que genere las leyes, las facilidades fiscales y subsidios estratégicos que beneficien a todos”, comenta la dramaturga.
Una realidad llamada Conaculta
Para un diagnóstico más acertado sobre la gestión cultural del sexenio, Lucina Jiménez aporta, en Democracia cultural, datos oficiales: “El Cenart amplió su cobertura nacional a través de educación a distancia y utilizando internet. Aumentó su público anual a más de un millón 400 mil personas en 2004. (…) El porcentaje de espectadores de cine mexicano pasó de 3.5% en 1998 a 9.8% en 2003. (…) En 2003 Educal amplió sus ventas en 48%. (…) Ese mismo año, más de tres millones de personas asistieron a cerca de 300 exposiciones organizadas por el inba”. Si bien los números enuncian logros, para Sabina Berman el problema real tiene que ver con la falta de un proyecto a largo plazo. “Tal vez daría algunas facilidades contar con una secretaría o ministerio de cultura, en lugar del Conaculta, pero eso no es imprescindible. Lo que importa es el proyecto. Llevamos 18 años con un Conaculta estático, que acepta cosas sorprendentes, como el hecho de que por normatividad el gobierno no puede gastar más de 10% de su presupuesto cultural en difusión, cuando estamos hablando de eventos que deberían ser públicos. ¿Cómo van a ser públicos si la población no se entera? No he visto el deseo de luchar por el sector cultural. La ausencia de la educación artística en las escuelas ha sido una complacencia del Conaculta, se dio como una imposición pero tampoco hizo mucho por evitarlo. Quienes estamos en el asunto de la cultura entendemos muy bien que si no hay una población en cuyas vidas cotidianas esté insertada, no hay modo de tener públicos amplios”.
—Persiste la idea de que mediante la infraestructura se puede acercar a la gente a la cultura…
—Entiendo que la cultura es la parte de la fantasía, pero la política cultural no puede pertenecer a la ciencia ficción. Es un despropósito inmenso algo como la megabiblioteca. ¿Cuántos millones se gastaron en eso?
—Algunos intelectuales sostienen que es mejor invertir en bibliotecas que en otras cosas…
—¡Ah, bueno! Entonces por qué no hacemos pirámides en cada parque. ¡Qué importa para qué sirvan! No coincido con eso. En una democracia los ciudadanos debemos tener el derecho de quejarnos por el mal uso de nuestros impuestos. Ni gastar el dinero en armas ni en megabibliotecas. ¿Por qué no en cosas eficaces?
—Eso por un lado, y por otro tenemos los multitudinarios conciertos gratuitos en el zócalo…
—Ya nos acostumbramos al modelo del Estado benefactor. Suena muy simple y generoso, pero es muy ineficaz. Y la fórmula es: “Yo, Estado que tengo mucho dinero, reparto eventos culturales y los pago”. Tenemos que detenernos y saber lo negativo que implica esta simpleza. Es decir, no puede existir un sector civil que cree cultura, siempre hay que estar bajo el ala del gran productor pauperizado que es el Estado. Lo que hay que crear son las circunstancias para que cada vez necesitemos menos al Estado y para que además la cultura sea un territorio bonante. Para que haya cine de arte necesitamos cine popular. Dicen que es muy fácil hacer best sellers. ¿Cuál fácil?, si destruyes la industria editorial no los habrá. En cambio, si reinsertas la lectura como hábito de muchos fortalecerás la industria editorial y habrá más posibilidad para editar libros de poesía. Pero si todo es tocar la puerta de los subsidios se deteriora el escenario.
—En este sentido, ¿están mal acostumbrados los artistas?
—No. Tienen pocas opciones. Tampoco creo que los artistas tengan que ser empresarios culturales. Es casi imposible existir como tal y sobre todo subsistir. Quienes se avientan al ruedo se dan cuenta que les sobran leyes y reglamentos, y luego que tienen por competidor al Estado. Y después faltarían fomentos, ayudas muy concretas, abrir la infraestructura al sector civil. Me preguntas si están mal acostumbrados los artistas: creo que ahora no hay de otra.
—¿Ayudan medidas como la del precio único en los libros?
—Tengo sentimientos encontrados, pero mis amigos editores dicen que es imprescindible para que no desaparezcan las librerías. Ése es un buen ejemplo de cómo la sociedad civil se ha metido en la política cultural. Mis sentimientos encontrados vienen porque, visto de lejos, es evitar la competencia.
—En el libro plantean la necesidad de relacionar la cultura con el turismo, es una fórmula explotada con éxito en Europa y Estados Unidos…
—Si revisas las cifras de los museos europeos, 50% de su economía depende del turismo. El teatro de Nueva York y de Inglaterra depende del turismo cultural. Francia e Italia dependen del turismo cultural. Nosotros podemos aspirar a crecer en este sentido. Nuestro turismo cultural viene a ver la obra de nuestros muertos afamados. Si vienes a México, ¿cómo diablos te enteras de la oferta del Centro Universitario de Teatro o de la espléndida Compañía de Teatro de Tehuantepec? Es tan promisorio lo del turismo cultural porque no se ha hecho nada.
—¿Existen los esquemas para cambiar el rumbo de la política cultural?
—Eso te toca a ti. A ustedes les toca sensibilizar a la clase política. La sensación de distancia hacia quienes toman las decisiones es grande. El libro contiene mucho consenso que existe en el gremio, es un esfuerzo de organizarlos y ponerles nombre. Cómo hacer para que esto llegue a los que deciden, la verdad no lo sé.
—En caso de que Felipe Calderón sea declarado presidente electo por el Tribunal, se habla de Sergio Vela como candidato para el Conaculta…
—No lo conozco. Hasta donde sé, entiendo que ha hecho óperas y trabajado como funcionario, pero no sé cómo sería. Se necesita una persona que tenga la intención de reformar el modelo.
—¿Cómo califica la gestión del Conaculta durante este sexenio?
—Fue una gestión que, a falta de proyecto, conservó el anterior, sin cuestionarlo y asumiendo la grave equivocación de haber perdido la meta. Si la meta no es democratizar la cultura y regresar a los ciudadanos lo que han invertido en ella, así como insertarla en la vida cotidiana de los mexicanos, no tiene sentido lo que se haga. En este sexenio fue muy obvia la falta de meta.
—¿Hubo desdén hacia la cultura?
—Desdén por parte del presidente. Recuerdo nuestro pasmo cuando nos dijo que la meta del Conaculta era servir a los artistas. Ya sabíamos que la meta no era el país, era un secreto bien guardado. De pronto que esto se oficializara fue terrible, porque se solidificó el error.

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