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La cábula

Tepito: un Dios que todo lo tiene

Tepito: un Dios que todo lo tiene

Carlos Sánchez 

Para Tonatiuh Mar

Son topos que caminan en rumbo inverso. Es la raza que asoma sus ojos para encontrarlo todo. Hay un pantalón de mezclilla de sesenta varos, “a sesenta varos”, insiste el chavo en su afán de vender. Lagunilla es la estación del metro: consuetudinario parto de multitudes. ¿Cómo enumerar las ofertas? Lagunilla es un mercado perenne. La prisa es un tic tac que sólo cesa en el instante de la tranza: vender, comprar. Y avanzar.  A unos pasos la capacidad de tranza aumenta: Tepito es un monstruo que yergue su pecho y mira vigilante a los consumidores acelerados. Controlarlo todo es su posición, fiscalizar el bolsillo del visitante, acariciarlo, dejar que haga su voluntad, mas no dejarlo ir ileso. Compra porque compra. Vende porque vende. Es la ley del comercio: la habilidad para seguir respirando, comiendo, existiendo. Tepito es un Dios porque todo lo tiene. Y si acaso no existe lo que se busca, debe ser porque no es tan necesario. El mito de Tepito no es tan mito: la violencia sinónimo de resistencia es una realidad.  Empero en el trazo del león que pintan, también hay margen de error para la pincelada. Que hay una tacha, cierto, una grapa de coca, un cien de mota, una píldora, incluso una porción para el jaipo, por su puesto. El elixir de la vida lo inventó el propio ser humano, y alguien tiene que proveer. Tepito ejerce su función. La vocación de servir no concluye en eso, a simple vista el marchante puede recrear la mirada con esa instalación estética de aparatos eléctricos: stereos, radios, grabadoras, audífonos, relojes despertadores. Es una escultura accidental.  Existe también el último grito de la moda en ropa, calzado. Y música. Entrar a Tepito es encontrarse con la magia del ritmo en los pasos de la raza, y los gritos que ofertan es un corear en la improvisación musical cotidiana, en la que los transeúntes no reparan, pero que está en sus oídos, en sus miradas. Leo la palabra música y el ritmo de las letras en mi cabeza evoca el nombre de Joaquín, personaje sui géneris que vive en un metro y medio de espacio, en una madriguera cuyas paredes son un bajeo eterno, un requinteo fugaz, un piano acompañado, o solo.  Joaquín Padilla fue trailero por muchos años, y en los días de domar el volante, se preparaba para en un futuro trabajar haciendo únicamente lo que le gustaba. Y la música para él significa todo. Fletarse a vivir de lo que le apasiona fue inevitable. Y llegó a Tepito, como ayudante, después propietario de lo que ahora es Discos Vampiro. El privilegio se dispara cuando Joaquín decide vender discos, con el agregado de que serán sólo temas que le seducen. En el corazón de Tepito está la tienda, y caso excepcional, en su oferta no requiere del grito que convenza, los clientes llegan solos, porque ya saben dónde está lo que buscan.

Joaquín es el Tío de todos, si a la hora del almuerzo se requiere caminar por los refrescos, las palmas acompañadas de voces serán hacía Joaquín: respeto a sus pasos, a sus veinte y pocos más de años firme con la raza. Con los discos como protectores de su cuerpo, sentado en una caja de plástico, el melómano recuerda los años de llegar como ayudante en una tienda. Eran aquellos tiempos de la fiebre de oro de Tepito, cuando llegó, “y me iba muy bien, pero después, gracias a Salinas y la devaluación ya no se vendía nada y lo poco que se tenía pos te lo ibas comiendo”. En su inicio de comerciante la venta era de aparatos electrónicos, la devaluación forzó a que cambiara de giro, y es cuando llega la venta estrictamente de música, bajo su propia consigna de vender únicamente lo que le gusta, “aunque luego muchos me chingan, oye vende esto, pero si no me gusta, no lo meto, aunque sea un riesgo comercial, pero me la rifo con esto (recorre con la mirada su entorno), además esto trabaja con pura clientela, uno trae a otro y así se hace el comprador cautivo”. Si alguien le indicara a Joaquín que señale el disco que más le apasiona, no habría respuesta: “creo que me quedaría corto y no le haría honor a los demás, te podría decir de cada género del que más disfruto, por ahí sí”. El impulso es indoblegable, el vendedor de música toma uno de los compactos del estante que es sinónimo de pared, “es un homenaje a este cabrón, el Chuy Rasgado, y el disco lo hace un güey que se llama Gustavo López, fundador de los Folkloristas, y esta banda la conocí por la cantante que se llama Princesa Donají, y es una banda que puta madre, ¿no?, ahora deja ver si sirve la chingadera.”  Pone el disco, suena el folklor y es un placer que destella en su mirada. De las 10 de la mañana a las 5 de la tarde es el horario de trabajo, y levantar el material todos los días, ir y volver con él, “una faena del diario, llegar temprano, sacar, poner las rejas, todo eso. Sí se saca la feria, a luchas, y claro que quiero ampliar esta honda (danzón de fondo), poner un lugar como por ejemplo en Coayacán, donde me dicen hay otro tipo de gente que le gusta esta música, y le voy a hacer un intento”. En Discos Vampiro no hay crédito para el aburrimiento, las horas son de música. Y en los tiempos libres la literatura es cómplice para matar el aburrimiento. “En mis tiempos libres leo, porque esto es una chinga, estar haciendo un disco y otro, y en poco rato que tengo libre agarro el libro del día, por eso ¿aburrirse?: no. “Yo oía unos güeyes que decían: yo trabajo de lo que me gusta, hago lo que me gusta y todavía me gano una feria; ah, pos yo voy a hacer un negocito de esos, y caí en la música, y empecé a vender música por mis discos, cuando ya no tuve más que vender dije, pues sobre los discos, tenía algunos, y desde ahí. “Estoy satisfecho del oficio, porque pienso que es otra propuesta, y no quiero que se oiga mamón, porque lo que digo es la neta. Podría vender lo que se vende de aquí, competir, pero nunca me gustó. Y ese género es una chingonería (alude al folklor de ese instante); así como disfruto esta, disfruto a Jimy Hendrix, Raymundo Amador, Astrid Hadad, y principalmente a Zitarroza porque él influyó mucho en la forma en como pienso, a lo mejor en como soy”. Retroceder en la memoria. ¿Qué se aprendió, sintió en el primer encuentro con Guitarra negra, de Zitarroza? Un danzón más inicia. A la par sus palabras. “Para empezar la primera vez que lo oí a fondo, andaba viajando en honguitos, entonces prácticamente era yo un personaje de ahí, mucha identificación, por ejemplo el obrero me recordaba a mi jefe, quien en la bolsa de su pantalón llevaba la vida en su almuerzo, una imagen muy chingona, con los universos de ocho palabras que tiene Alfredo, por eso me gusta ese güey, Kiko Veneno (señala un disco) porque él tiene los mismo universos en esos octosílabos, en ocho palabras: todo. Zitarroza tiene una rola que se llama Canción para unos ojos, no sé si la conozcas (la respuesta es, no) pues entonces te llevas este, te lo regalo, no tiene los título pero me costó un pedo conseguirlos, mira güey, siéntate en la caja, te vas caer”. Joaquín narró ya el acontecer de su primer encuentro con Guitarra negra. Que lo que le provoca al escucharla ahora, es la permanencia, por congruencia, en la primera sensación. “Porque creo que esa es la neta, no creo que tenga otras cosas que buscarle, lo que me gusta de él es la congruencia, así como haciendo un inter, diría que a mí lo que me gusta de Andrés Manuel, es su congruencia, porque yo la primera vez que lo oí, hace como treinta años, estaba bien chavo el güey, antes de lo de los pozos petroleros, después alguien me dijo, oyes por ahí hay un pendejo, que disque es de Tabasco, que dice que primero los pobres, ¿cómo que primero los pobres?, pregunté, sí güey, esa es su campaña, su plataforma de campaña, en ese tiempo yo andaba allá por el sur, Salina Cruz, y eso viene porque trabajábamos en  la refinería y era cuando PEMEX era una panacea, pero para puro Ali Babá, cabrón. Un chingo de dinero que se robaron de ahí”. Y si se pronuncia en la charla el nombre de Felipe Calderón, ¿se ensuciaría el momento?, se le inquiere al intervalo de otro danzón. “No, yo en ese punto pienso que mi postura es la siguiente: voto por voto, casilla por casilla, vamos a contarlos, y hay un dicho aquí en el barrio que se aplica re bien, si ganamos o perdemos: feliz o feliciano. Si perdimos ahí, pues chingue a su madre, ¿no?”  Que los trabajadores serán los más afectados, y cita como ejemplo el Seguro Social y lo que le hicieron a los trabajadores. “Yo así lo veo, desde mi mundo que es metro y medio, y en esa oportunidad de ojear la vida, tengo que captar lo que pasa para no quedarme abajo del barco.”  Remar en las palabras con fondo musical es la cotidianeidad de Joaquín. Y una sonrisa de regalo desde su rostro: un aprendizaje del otro intestino que también vive en el vientre de Tepito.

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