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La cábula

Reseñas

Señales

“… trato de hablar lo menos posible, y prefiero escribir porque puedo corregir cada frase… la literatura es la Tierra Prometida donde el lenguaje llega a ser lo que realmente debería ser.”

Italo Calvino

Porque la realidad nos duele tanto. Porque nos duele más desde la perspectiva del ojo sensible del que escribe. Porque no se puede medir el tamaño del dolor, la mortificación, la incomodidad, la vergüenza. Por qué.

 

Cuando leemos y empezamos a hacernos preguntas, ya sea del autor, del texto, del título, del tema, de los personajes, de esa vida que parece tan ajena  a nosotros porque está en papel, la literatura parece ser un camino posible hacia la necesaria humanidad.

En el libro de Carlos Sánchez, Señales versos esta cualidad literaria se presenta a cada momento, como en un juego de espejos creado para cuestionar y cuestionarnos, si ésta es literatura no es realidad y si es realidad no puede ser literatura, si estos son personajes de carne y hueso no son creación del autor, y si lo son ¿dónde están para abrazarlos? ¿Dónde para hacerte daño? ¿Dónde vives para buscarte? ¿Puedo consolarte? Somos receptores de lo creado para qué. 

 

“Siempre he creído que el presentimiento es un vehículo hacia la realidad de lo que se percibe”, dice un personaje de Carlos Sánchez y eso me hace ver con ojos sorprendidos la espiral de estos cuentos donde desde adentro vemos hacia más adentro (cosa que no creíamos posible), y desde  afuera estamos metidos y somos maltratados por estas palabras… por estas historias  escritas desde un lugar que no es adentro ni afuera, un sitio irreal desde el que la realidad se mira como desdibujada a ratos por alguna risa, o lágrima, un tiempo en el que no sabemos si dormiremos, si habrá tranquilidad, si alguien nos amará.

 

Dice Italo Calvino que la Tierra prometida es la literatura porque allí el lenguaje llega a ser lo que realmente debería ser. Incluí su cita como epígrafe porque me hace asomarme atrás de la luna de ese espejo para preguntarme por la vida que debería ser ¿dónde está la tierra prometida para esos desdichados personajes que somos nosotros mismos también? ¿Dónde todo el amor que les falta y que nos falta? ¿Dónde la vida que nadie les devuelve?

 

Señales Versos es la imagen que no queremos ver de lo que somos y hemos sido. Pero no es un reflejo cualquiera porque entre la imagen y nosotros, nuestra lectura, está el escritor, eligiendo con cuidado lo que dice, diciéndolo con  frases conmovedoras, buscando para nosotros palabras bellas, poniendo ante nuestros ojos sus propios ojos llenos de llanto.

 

De todos los seres que te habitan me quedo, Carlos, con las mujeres, esas que tan bien conocen tu palabra.

 Josefa Isabel Rojas Molina21 de noviembre de 2006

Cananea, Sonora, México

señales versos de Carlos Sánchez

 lenin guerrero

Cada quien sus premisas. Y a cada quien sus cuentos. La mayoría no le hacen falta a esa gran mole que llamamos literatura, muy al contrario, estimo que le sobran demasiados, incluidos varios trillones de puntos y comas. Pero olvidemos la mole, bastante tiene ya con morderse la cola y mirarse sin mirar cuando acude a los espejos. Demos paso a lo sublime de la calle, a las historias que nos brincan y caen paradas al ras del suelo, a las narraciones trémulas del Carlos, en cuyos temblores uno siente cómo se fabrican sus esculturas de humo, sus lúbricas pinturas. Bucanero como el que más, un día me dijo que él no sabe nada de poesía. Miente. Sus metáforas logran tatuar una densa cotidianidad en la espalda de los días. Un guiño, una verdura, todo en Carlos es una explosión de señales en prosa, señales que duran más allá de las sonrisas que nos acomoda en el rostro tanta sencillez. * Leer al pinche Carlos es conectarse a la misma vena, al lente de sus ojos con los que uno descubre más de una forma de mirar, observar, o cómo él dice, soñar que vemos. Como bien dijo Arturo Meza: poesía atroz, te amo de siempre, patees, silbes, muerdas o vueles. Así es señales versos, nos muerde, afila sus garras en nuestra piel. Duele leerlo dice Josefa Isabel Rojas. Vale pura madre dicen en tono de eterna broma los impresores y cómplices de la aventura editorial del Carlos, a quienes dedica este amasijo de cuentos. * ¿Dónde está la frontera entre la reseña y el sonrojo? ¿Qué debe decir un escritor cuando habla del libro de otro escritor a quien envidia? ¿Qué debe un pájaro hacer para no calcinarse en los fuegos del anochecer? ¿Acudir al maloliente juego de ángeles que ocultan su maldad bajo las alas? Mujeres de los cuentos, besen a los niños, tóquenlos, sonrójenlos, eso nos encanta de niños, nos embriaga y así evitamos caer prematuramente en el abismo de la sobriedad. * 

Hacia al cuarto párrafo estoy exhausto, mi mente deforme rechaza la redundancia. Me abastezco de sustancias para seguir en pie. Vuelvo a releer algunas de sus líneas. Por desgracia son estériles los cuentos que anoche eran un incendio en mis ojos. Me acerco al cansancio, como un inocente que acude hacia el lugar de un culpable. No necesito más argumentos para decir que Sánchez es actualmente uno de los mejores escritores de su colonia. Los ojos de la noche protegen mi huída. Huyo del texto y la muerte, grafiteando en las paredes de lo eterno otra verdad: Es mentira que Sánchez es escritor. Y entonces, ¿qué es este libro, señal o verso? Es un grito mudo desde un callejón sin salida, es una lágrima de niña bajando por la garganta de un violador, es el último narcocorrido cantado en la cantina donde todos fingen haberse desnudado. Es la historia de amor de la que terminas enamorado. Es el fin de las palabras, porque ¿para qué otra cosa debe servir la escritura?

Víctor Ronquillo: historias de espanto


Jorge Meléndez Preciado / El Universal

Uno de los periodistas más acuciosos acerca de sucesos violentos y terribles de la actualidad es Víctor Ronquillo. Entre sus textos está: La muerte se viste de rosa (Ediciones B), que reseñamos en este diario. En dicha obra hay un seguimiento puntual acerca de 15 asesinatos contra homosexuales en Chiapas, cuando desgobernaba esa entidad Patrocinio González Garrido. Homicidios que continúan impunes. También leí de este autor el primer libro que se escribió acerca de Las muertas de Juárez (Planeta). Uno y otro son investigaciones serias, arriesgadas, documentadas sobre asuntos que inquietan a la sociedad. Desde luego que hay más trabajos de este sagaz reportero, incluso en coautoría con otros tecleadores. Ahora en Un corresponsal en la guerra del narco (Ediciones B), Víctor nos muestra una serie de cuentos del fenómeno más inquietante para la seguridad del país. Pero las creaciones tienen sustento en historias que hemos escuchado algunos y otros han podido relatar. Y la ficción lejos de hacer más amable ese pantanoso terreno del tráfico de drogas, muestra con mayor precisión hasta dónde han llegado aquellos que están al margen de la ley pero utilizan a quienes la debieran aplicar para cometer innumerables fechorías.El segundo relato acerca de los narcocorridos nos remite al reciente caso de Valentín Elizalde, El Gallo de Oro, que luego de cantar A mis enemigos, fue ultimado a la salida de un palenque. Ronquillo, que escribió con anterioridad su versión, dice: «Supo que le tenían reservada una cita con la muerte». Y en una letra de canción dice: «No llegaron lejos, les salieron al camino. los toparon hombres de verdad».Al último tenemos dos creaciones que hablan de ese fenómeno extendido y poco estudiado, la Mara. Lo mismo se entrecruzan los polleros que homosexuales dueños de sitios donde se hospedan los centroamericanos que la habilidad de esos chamacos para organizarse y ganar territorios. Al final, los que alentaron a esos pandilleros quieren eliminarlos debido su crecimiento explosivo.Todo ese drama espeluznante se presenta como si fuera una bella historia de amor entre Samantha y un marero de 23 años. El escribidor anota: «Dicen que los Maras son hijos del Diablo; para mí que son hijos de la miseria y sus pesadillas».No podía faltar el ex encargado de giras presidenciales, Nahum Acosta, amigo de Manuel Espino. Como recordamos, el primero fue acusado por el entonces procurador Rafael Macedo de la Concha, de estar ligado a cárteles. Salió absuelto. Hace poco, empero, balearon sospechosamente a un amigo de Acosta y Espino, el diputado panista, David Figueroa. Dos anotaciones: «Siempre es bueno tener de aliado a un narco cuando se busca volar alto, muy alto». Y: «demostrar una vez más que en México nadie es capaz de esclarecer un crimen».En Manuel de oficio reportero. Desparecido, estamos seguramente ante la historia de Alfredo Jiménez Mota, el compañero que sigue ausente a pesar que Fox dijo que harían todo para que encontrarlo. La demagogia sin fín.En la contraportada leemos: «Ficción y realidad se mezclan en esta recopilación de negras historias del narco». Y anota Víctor, «Cualquier semejanza con la realidad no es una coincidencia, sino una desgracia».Historias finas y terribles, de pesadilla y desesperación, de valor y exquisitez.* Periodistajamelendez@prodigy.net.mx (Planeta).

Uno y otro son investigaciones serias, arriesgadas, documentadas sobre asuntos que inquietan a la sociedad. Desde luego que hay más trabajos de este sagaz reportero, incluso en coautoría con otros tecleadores.

Ahora en Un corresponsal en la guerra del narco (Ediciones B), Víctor nos muestra una serie de cuentos del fenómeno más inquietante para la seguridad del país. Pero las creaciones tienen sustento en historias que hemos escuchado algunos y otros han podido relatar. Y la ficción lejos de hacer más amable ese pantanoso terreno del tráfico de drogas, muestra con mayor precisión hasta dónde han llegado aquellos que están al margen de la ley pero utilizan a quienes la debieran aplicar para cometer innumerables fechorías.

El segundo relato acerca de los narcocorridos nos remite al reciente caso de Valentín Elizalde, El Gallo de Oro, que luego de cantar A mis enemigos, fue ultimado a la salida de un palenque. Ronquillo, que escribió con anterioridad su versión, dice: «Supo que le tenían reservada una cita con la muerte». Y en una letra de canción dice: «No llegaron lejos, les salieron al camino. los toparon hombres de verdad».

Al último tenemos dos creaciones que hablan de ese fenómeno extendido y poco estudiado, la Mara. Lo mismo se entrecruzan los polleros que homosexuales dueños de sitios donde se hospedan los centroamericanos que la habilidad de esos chamacos para organizarse y ganar territorios. Al final, los que alentaron a esos pandilleros quieren eliminarlos debido su crecimiento explosivo.

Todo ese drama espeluznante se presenta como si fuera una bella historia de amor entre Samantha y un marero de 23 años. El escribidor anota: «Dicen que los Maras son hijos del Diablo; para mí que son hijos de la miseria y sus pesadillas».

No podía faltar el ex encargado de giras presidenciales, Nahum Acosta, amigo de Manuel Espino. Como recordamos, el primero fue acusado por el entonces procurador Rafael Macedo de la Concha, de estar ligado a cárteles. Salió absuelto. Hace poco, empero, balearon sospechosamente a un amigo de Acosta y Espino, el diputado panista, David Figueroa. Dos anotaciones: «Siempre es bueno tener de aliado a un narco cuando se busca volar alto, muy alto». Y: «demostrar una vez más que en México nadie es capaz de esclarecer un crimen».

En Manuel de oficio reportero. Desparecido, estamos seguramente ante la historia de Alfredo Jiménez Mota, el compañero que sigue ausente a pesar que Fox dijo que harían todo para que encontrarlo. La demagogia sin fín.

En la contraportada leemos: «Ficción y realidad se mezclan en esta recopilación de negras historias del narco». Y anota Víctor, «Cualquier semejanza con la realidad no es una coincidencia, sino una desgracia».

Historias finas y terribles, de pesadilla y desesperación, de valor y exquisitez.

* Periodista

jamelendez@prodigy.net.mx

de efe, de Carlos Sánchez

Por Lenin Guerrero 

Pocas plumas son la llamarada de un parto, pocas te queman los ojos incendiando tu pestaña. La de Carlos Sánchez es una de esas. Y sobrados son los escritores que reconocen esta virtud en su manera de multiplicar las imágenes a lo largo de párrafos netos. de efe, en el menos estricto de los sentidos, es un libro mediocre para quienes sabemos de lo que Sánchez es capaz. Pero no me malentiendan aquellos quienes aún no se abisman en su prosa de años, regordeta escuela que lo ha llevado a ser como es, una explosión de palabras y semen literario, un rebelde pero no de los que amordazados defienden el valor en la pantalla, sino de los que salen a la calle. El libro en cuestión se desparrama en crónicas desde su aterrizaje a ese planeta de dos letras que llamamos capital del país, con la capacidad de asombro como método de observación los colores que revientan en la pupila del escritor son revividos por el lector de estas quince crónicas en las que abundan los sueños de izquierda, los personajes entrañables y su deseo por sobrevivir. Tepito y el Zócalo no son lugares sino universos escritos con desesperación, por miedo a ser tragado por el monstruo, lo curioso es que los lectores también entramos al quite, leerlo es lanzarse a un monstruo de palabras desde la tercera cuerda, así, fuera del ring. Lejos de la mirada del réferi de la cultura, la pelea es a muerte con las emociones, a veces compañeras pero que vueltas rivales son una ruda competencia.  Habrá quien diga que la mayor virtud de este libro sea su prontitud, apenas tres semanas para escribirlo, dos más para estar impreso, un día para leerlo. Proximidad que es casi como nacer en Las Pilas e imprimir tus libros a dos cuadras de tu cuna, en la imprenta del Diego y el Rony, cuartel temporal de Ediciones La Cábula. Pero hay algo más que hace inolvidable al texto, se trata de una coyuntura política que la posteridad habrá de revivir incesantemente, la sensación de que fuimos violentados por la clase política tendrá remembranzas, y la yaga que el dedo señale serán ese lugar, ese tiempo, esas imágenes: De efe, dos mil seis, fraude, pobreza, voto por voto, la voluntad secuestrada. Si necesitan testimonios humildes aquí están estos dice Carlitos. Por lo demás, el librito se deja y promete más, por supuesto, más animales mitológicos que como alebrijes saldrán de la boca de Sánchez, de sus dedos mágicos que por la forma en que los tiranos se molestan uno imagina donde los anda metiendo.

La algarabía de ser cronista

La algarabía de ser cronista

Carlos Sánchez

Manuel Llanes

Un libro necesario, eso es de efe, el más reciente volumen de crónicas del escritor sonorense Carlos Sánchez, el mismo de Linderos alucinados, una de sus aventuras anteriores. Necesario porque hacen falta voces disidentes, personas que se animen a defender lo que para tantos se antoja indefendible: la causa del polémico, amado y odiado, Andrés Manuel López Obrador. En el libro de Sánchez hablan aquellos que defienden la legitimidad de los plantones, del voto por voto, personas que también existen, aunque a veces muchos se olviden de ello.

“Andrés Manuel sigue caminando, para llegar al Zócalo, donde dará un discurso, que más tarde analizarán connotados periodistas que recibieron el reporte en sus oficinas”, dice Carlos cuando abre fuego. Para que no le pase lo anterior, para hablar y escribir de primera mano, sin penosos intermediarios, acerca del plantón-bloqueo del Paseo de la Reforma, Sánchez viajó hasta la Ciudad de México, donde fue corresponsal del portal La Pluma, que ahora, con Ediciones La Cábula, da forma de libro a este conjunto de textos. Ahí se vuelve testigo de cómo el plantón-bloqueo es “un cuento de autoría colectiva”.

Escritor de prosa apasionada, en constante coqueteo con la poesía lírica y sus peligros, no es extraño que entre las imágenes memorables se cuele el desaliño, la falta de rigor, que son compensados por afirmaciones como la siguiente, poseedora de un auténtico ingenio, acerca de una marcha de simpatizantes de AMLO:

“Reforma (en fotografías aéreas) puso alfileres en la cabeza de los manifestantes para hacer un conteo exacto, y la cifra se redujo a 350 mil. Aparte de apoyar a la derecha, Reforma ahora hace brujería, encaja alfileres y desaparece a la raza”.

Desde hace años, Sánchez ha declarado su amor por la ciudad y sobre todo por sus habitantes, la gente, la raza, para ser más exactos, por eso no es extraño que en sus crónicas aparezcan los desprotegidos, los más pobres y, muy frecuentemente, los criminales, que en sus textos son producto de las desigualdades de la sociedad. Es decir: desde hace años, Sánchez es un cronista incómodo e inconforme, preocupado por saber los motivos del joven infractor tras las rejas, el homicida, mientras el resto de la sociedad simplemente ignora ese mundo y lo consagra al territorio de la nota roja, donde habitan los monstruos, jamás los humanos.

Por eso, por ese espíritu popular que atraviesa sus libros, Sánchez se siente como pez en el agua entre las hordas que rodean a AMLO, porque durante años éste ha manejado una retórica similar —¿sincera?, difícil asegurarlo— de apoyo a los pobres, al pueblo.

Este libro, entonces, entraría en la historia aunque su aspiración sea entrar en el mito, porque tal es su osadía —defender un movimiento al cual no le faltan detractores—, que con el tiempo tal vez se convierta en referencia, en uno de los pocos textos de autor sonorense que se animaron a contradecir las versiones de algunos medios, que simplemente tachan de loco al “Peje”.

 

La metáfora oportuna

 

Las cosas se tornan preocupantes cuando el discurso de un líder político contagia a sus seguidores. El tirano en turno tiene una forma de expresión que a veces es contagiosa, o que logra imponerse en la prosa periodística de quienes creen en él… o le temen. Esa debilidad quiero señalar aquí: cómo las expresiones de López Obrador, que se expresa en términos falsamente contundentes, en realidad simplistas, como “derecha” o “cerco de los medios”, ha terminado por ser asimilada por sus correligionarios. Igual que en años pasados, Armando López Nogales logró que en el vocabulario de los reporteros se colara el término “coadyuvar”.

Sin embargo, ahí donde le falta distancia crítica, objetividad, como el mismo lo dice en una de las crónicas (“De la marcha al Zócalo, a la objetividad como falacia”), a Sánchez le sobra un deseo de expresarse, de acuñar metáforas: así, el metro es un “consuetudinario parto de multitudes”. Otros ejemplos: en La Lagunilla, “la prisa es un tic tac que sólo cesa en el instante de la transa”. “Tepito es un Dios porque todo lo tiene”. “En el de efe todo juega a ser agua en días de verano”.

Otras veces, Sánchez da con la clave —al menos una de ellas— de la popularidad de López Obrador:

“Dentro de poco ya Andrés Manuel dará su discurso, el cual se vislumbra será un argumento más para continuar la fiesta de la protesta, porque gritar es necesario para el desfogue de la frustración, porque la vida necesita algarabía, y treparse de la justicia, de la democracia, no importa, complementar la rutina de la semana con un poco de diversión es una necesidad que late en la sociedad”.

Con todo y eso Sánchez es mejor cuando habla de los amigos, como el escritor Eusebio Ruvalcaba y el periodista Víctor Roura, editor de la sección cultural de El Financiero. En unas cuantas palabras, Sánchez nos contagia del ambiente cálido de una convivencia en casa del primero, donde la política se quedó del otro lado de la puerta.

Sánchez se aventura en una ciudad que lo seduce. De ese escrutinio está hecho de efe, el testimonio de un viaje durante el cual puso a prueba su buen ojo.

“En una convención de domingo cabe todo, incluso el surrealismo”, es la crónica crítica del movimiento, donde no faltan los comentarios irónicos acerca de Porfirio Muñoz Ledo y su camaleónica trayectoria.

Un hombre sonorense vivió la ciudad, la gran ciudad, en trance de volverse ciudadano de un mundo más amplio.

 

de efe

de efe

 Sergio García

 Al amigo Carlos Sánchez y a todos los que luchan por la cultura

Desde que lo conocí hace años, aun con pelo corto y un poco más de civilidad, ya me parecía un tipo raro, uno de esos periodistas solitarios, que se apareció cualquier día por Guaymas, siendo yo corresponsal de El Imparcial.
Ambos anduvimos detrás de casos semejantes. Atraídos por el olor de la sangre quizá, de la tragedia que desgraciadamente siempre atrae consigo a policías, mirones, llanto, servicios funerales…y a reporteros.

Así coincidimos ambos en el caso de Misael, aquél joven "mata-siete" originario de Sinaloa que "se aventó" a casi una decena de cristianos, cual muslmán con cimitarra, en la carretera Guaymas-Hermosillo. Remember al taquero asesino.

Aun recuerdo que ante uno de los casos, creo que en el 2003, un comandante de la Policía Federal Preventiva aseguraba, irresponsablemente, que era un ajuste de cuentas, sin investigar más, pues donde entran narcos, no investiga la policía. Así se usa en México. Ajuste de cuentas y crimen resuelto.

Luego nos vimos de nuevo con el asunto del "Doble crimen de la colonia San Vicente". En ese tiempo mantenía yo una dura batalla contra la lógica general de culpar a dos personas, sin pruebas, de haber asesinado una madre y a su hijo.

En ese tiempo publicamos un reportaje en tres partes, aun contra la voluntad de cierto editor corrupto: "Un caso de fabricación de testigos es el desenlace que podría tener el proceso penal contra José Luis Sánchez Martínez, de 57 años de edad, indiciado por la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE).


"El profesor Sánchez Martínez fue detenido y acusado de ser el presunto asesino de su esposa Margarita Vargas López, de 45 años de edad y de su hijo José Luis Sánchez Vargas, que tenía 23 años aquél "martes negro", del seis de junio del 2000".

Y así como lo anunció el reportaje, publicado el dos de diciembre del 2002, un año o dos después, los inculpados salieron libres, gracias a que se demostró que la PGJE fabricó testigos.

En la soledad de navegar contra la corriente y la opinión de todos los compañeros, además de la traición de tu editor, después de estar convencido de la inconsistencia del caso por parte de la "Procu", apareció un buen día Carlos Sánchez a investigar el asunto.

En un viejo carro, sin marca, y con apenas gasolina, se apersonó en varias partes y se convenció de manera semejante de mi punto de vista. Fue cuando aprecié aun más su labor periodística y andariega.

Y así, a lo largo de los años hemos mantenido una buena amistad, sin necesidad de frecuentarnos. He apreciado su labor literaria, pues es de esos personajes a los que se le puede poner en sus historias: periodista y escritor, como si fueran cosas distintas.

Hace unas semanas lo encontré de nuevo camino al DF. Iba en el camión de perredistas. Al plantón. Me anticipó que uno de sus escritos saldría en El Laberinto, suplemento del diario Milenio. Y aunque no lo vi, si me topé hace dos o tres semanas con un artículo suyo en la Revista Milenio. "Conversaciones con asesinos" se llama su artículo, escrito de una manera por demás interesante.

Luego regresa del DF con una serie de crónicas que compiló en un libro llamado "de efe" precisamente, donde retrata la vida en esas calles de Dios o del Peje.

Desde la dedicatoria, a su hermano, aquél que lo salvó de morir ahogado, hasta la última página dedicada a Tepito, el libro es una aventura viva por esa ciudad desconocida, que aun no acaba por ser descubierta, contrario a lo que creyeron los españoles.

En lo personal a mi me encantó la crónica sobre Discos Vampiro, llamada Zitarrosa en Tepito y ojos que ven la vida para no quedarse abajo del barco.

Y es que a mí me encanta Alfredo Zitarrosa y su guitarra negra, o Doña Soledad, y qué decir de Stefanie.

Ahí Carlos Sánchez narra su estadía por esos mercados de una manera que retrata momentos y los revela, como película kodak, de una manera realista con su pluma.

Su encuentro con Víctor Roura y Eusebio Ruvalcaba es otra gran historia que debe usted revisar amigo lector.

Carlos Sánchez es un tipo raro, al que le sobra talento y lo ejerce solo, sin la asesoría de los genios, ni alguien más se entromete en su talento. Publicar en Milenio, es tener talento, además de tener la aprobación de Víctor Roura, el mejor de los editores de secciones culturales, es una prueba sobrada de talento.

Ya lo comentamos ayer. En la Librería Milenio puede usted comprar por módicos 50 pesos esta obra de crónicas elaborado además con el esfuerzo personal del autor, sin apoyos de imprenta o de algún mecenas. Nos vemos.
 

Una biografía de Elena Garro

Una biografía de Elena Garro

 Elena Garro y Elena Paz

Elena Poniatowska / La jornada

Qué escritor no quisiera tener un biógrafo tan enamorado de su personaje como Patricia Rosas Lopátegui! Su capacidad de entrega no tiene límites. Su admiración se desborda en cada página. Que Elena Garro era una seductora absoluta, queda comprobado en este libro que lleva el escandaloso título de El Asesinato de Elena Garro.

Elena Garro fue un ser lleno de contradicciones y enigmas. Para ella nunca hubo medias tintas. ¿Se comió el personaje a la escritora? Elena es un icono, un mito, una mujer fuera de serie, con un talento enorme. A nadie deja indiferente. Impresionó a todos los que la conocieron, marcó con una huella indeleble a quienes la trataron; imposible para su hija Helena Paz vivir y "ser" sin ella. Sin embargo, con su muerte, no ha crecido su leyenda. Quien la sostiene con lealtad admirable es Patricia Rosas Lopátegui, que la envuelve en libros como caricias e insiste en que la recordemos y le rindamos tributo.

Este tercer tomo, El asesinato de Elena Garro que le dedica, Patricia recoge artículos dispersos en revistas y diarios. Sin embargo, habría que asentar que Elena no tiene identidad periodística, es decir, quienes la tratamos la considerábamos una extraordinaria escritora, pero no una periodista. El periodismo no fue su profesión, la literatura sí, y la ejerció en forma maestra. Además de escribir esporádicamente en revistas de poca monta, salvo Siempre! (Sucesos y Revista de América no circulaban), Elena solo escribía (y muy bien) cuando algún acontecimiento suscitaba su indignación. El reparto de la tierra, la miseria de los campesinos, el líder de la cnc, Javier Rojo Gómez y Carlos Madrazo, el ingeniero Norberto Aguirre Palancares, el coprero César del Ángel, fueron sus temas. También escogió escribir sobre Régis Debray y Roberto Fernández Retamar, entre otros. Estos artículos, sin embargo, no añaden un centímetro a su estatura de novelista, cuentista y autora teatral.

Patricia Rosas Lopátegui, profesora de la Universidad de Nuevo México, estudia la vida y obra de Elena Garro y la encumbra. Ningún biógrafo más apasionado por su sujeto que ella. Idolatra a Elena Garro, no le cuestiona nada. Le reza, la convierte en santa. Después de dos libros, Yo solo soy memoria y Testimonios de Elena Garro, nos da a conocer el último tomo de la trilogía, El asesinato de Elena Garro. Nos avienta de cabeza al mundo ardiente y peligroso del periodismo de la Garro, del que se sabía poco o nada, ya que publicó primero en Presente, un periódico de Cuernavaca desconocido en el Distrito Federal, y más tarde sólo lo hizo de vez en cuando en revistas como Sucesos y Siempre! Quizá en los primeros años, en 1941 en la revista Así, pudo considerársele una periodista de vanguardia, porque habló de la situación de la mujer cuando pocos lo hacían en una sociedad misógina y sexista. Las abnegadas mujercitas mexicanas debían bordar pañuelos con orillas de llorar y sonar la nariz de sus hijos. Nada mejor que el confinamiento para esos seres débiles y pasivos que paren con dolor. Elena Garro salió de su casa dando un portazo, y sólo con ese acto se convirtió en una amenaza para el statu quo.

En los cuarenta, Elena entrevistaba a quien se le daba la gana y como se le daba la gana. Ningún jefe de redacción a quien rendirle cuentas, ninguna orden de trabajo como la recibimos todos los reporteros. Así, Elena escoge a la cantante de ópera Lolita González de Reachi (¿quién será?), le pregunta si su marido se opone a su carrera y le señala que "de Reachi" significa ser propiedad de un hombre. También dialoga con la actriz Isabela Corona (a quién Juan Soriano le pintó un fabuloso retrato) y con la pintora Frida Kahlo, tres mujeres que luchan por destacar (bueno, Frida Kahlo luchó por sobrevivir). Ninguna de las entrevistas es memorable, en cambio un reportaje en la cárcel de mujeres sí lo es. "Mujeres perdidas" es una excelente crónica y, para hacerla, Elena convivió con las presas.

Elena Garro tampoco se consideró feminista: "El día en que manejemos ideas propias, entonces seré feminista, pero mientras manejemos intelecto masculino, no soy feminista. [...] No. No hay mujer que haya tenido una sola idea." ¿Y Marie Curie? ¿Y Simone Weil? ¿Y Simone de Beauvoir? ¿Y Marguerite Yourcenar? ¿Y, en México, Sor Juana Inés de la Cruz, Frida Kahlo o Rosario Castellanos, su contemporánea?

En las páginas que siguen abundan los comentarios de Patricia Rosas Lopátegui basados en la información de Elena Garro. Como Patricia no vivió los acontecimientos, sólo puede verlos a través de Elena. La información que Elena le da es un amasijo de contradicciones, cuando no de falsedades, lo cual hace que su trabajo sea sesgado y tendencioso porque las inexactitudes se vuelven imposturas. Parcial, Patricia Rosas Lopátegui afirma que su periodismo no es constante porque Octavio Paz la limita. Nos dice que en 1957 Octavio "accede" a que Elena se dé a conocer como dramaturga, cuando es vox populi que fue Octavio Paz quién, loco de entusiasmo, presentó al grupo Poesía en Voz Alta las obras Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. Si viviera todavía Juan Soriano lo corroboraría.

Un hogar sólido fue un prodigio al que tuve el privilegio de asistir. Elena, vestida de terciopelo negro, subió al escenario a recibir un prolongado aplauso al lado de Guillermo Dávila, gran amigo de Carlos Pellicer, Juan Soriano, Juan José Gurrola y otros, y Octavio no cabía en sí del orgullo. Sonreía aun más que Elena. Para esto, la mujer de teatro había escrito, según ella desde 1958, el espléndido drama histórico Felipe Ángeles que Coatl, de Ernesto Flores, publicó en Guadalajara en 1967, y otra obra maestra, Los recuerdos del porvenir, cuyo manuscrito extravió. Elena hablaba de un baúl mágico lleno de obras prodigiosas que se extraviaba en los países en los que residía. La semana de colores, publicado en 1958, es un libro maravilloso. Octavio Paz admiró a su mujer que no dejaba de asombrarlo, mejor dicho, de inquietarlo y desazonarlo hasta despeñarlo al fondo del infierno. Ella es la que brilla, la estrella, la de los propósitos que Paz festeja y necesita. La escucha arrobado, ríe de sus ocurrencias y concuerda con ella cuando ataca a éste y a otro. Discuten y él se rinde. ¡Qué hermosa pareja! Elena lo estimula y le rinde pleitesía. "Tus ojos son los ojos fijos del tigre y un minuto después son los ojos húmedos del perro./ Siempre hay abejas en tu pelo. […]/ Patria de sangre,/ única tierra que conozco y me conoce,/ única patria en la que creo,/ única puerta al infinito." Elena fascina no sólo a su marido, sino a quienes la cortejan. Es una mujer de mundo. También Octavio es un hombre de mundo. Enamoran, ríen, se burlan de pretendientes y pretendientas, son los reyes de la noche. Encandilado por todos los sentimientos encontrados que le provoca su mujer, Octavio Paz llevó el manuscrito de Los Recuerdos del Porvenir a Joaquín Diez Canedo, quien lo lanzó en 1963. Un año después, Octavio de nuevo se enorgulleció de que le dieran el Premio Xavier Villaurrutia, en 1964, aunque ya estaban separados. "Es la mejor escritora de México" declaró. Según Patricia, para Elena el trabajo de creación estaba prohibido y le era difícil escribir. Sin embargo, la misma Elena contaba que pasaba muchas horas sola y que podía vivirlas a su antojo. ¿Quién le prohibía qué? Otra vez, según Patricia, Octavio Paz.Las contradicciones y las falsedades se van acumulando a lo largo de las páginas porque Elena es la única fuente de información y Patricia Rosas Lopátegui le cree a pie juntillas. A finales de la década de los cincuenta, Elena se preocupa por los campesinos de Ahuatepec, Morelos, y se enfrenta al banquero Agustín Legorreta. Convertida en luchadora social, fustiga al pri y alaba a Javier Rojo Gómez, que dirige la cnc. Nada le importa más que el reparto de tierras y la suerte de los indios, como ella los llama. "Me crié entre ellos y para mí son tan queridos como mi familia española. Aparte de esta razón sentimental los indios son las personas cultas del país […] Los indios son muy inteligentes, han sufrido mucho. Se les ha prohibido hasta tener memoria, porque la Conquista de México les quitó hasta la memoria, entonces ellos existen casi de contrabando y a escondidas... Me parece que lo que les sucede es un pecado terrible. ¡Y los quiero mucho y me produce mucha pena que los exploten de esa manera, que los maten de esa manera y que no tengan derechos!" Elena aparece en las reuniones campesinas en Morelos, a las que puede acceder gracias al líder campesino Cristóbal Rojas, director del periódico Presente, y causa sensación. También llega despampanante y furiosa al despacho del gobernador, al del procurador de justicia y todos los ujieres le ceden el paso. Ir vestida con prendas de Dior, de Chanel o de Jacques Fath es una estrategia para impresionar, como lo son los abrigos de piel y las suaves chalinas color beige o palo de rosa o verde pistache, los favoritos de Elena. Sorprende a todos, la reciben y su reacción ante ella oscila entre el miedo y el deslumbramiento.

Ataca a los intelectuales: "Yo creo que todos están más o menos ligados con el gobierno, o tienen una chamba en el gobierno, o la han tenido. ¿No te parecen entonces una farsa sus gritos y sus grandes escritos?" A Octavio Paz le hace la vida de cuadritos, teme sus escándalos, nada peor que se le aparezca y le grite en cualquier restaurante. Todavía años después de su divorcio, cuando a Octavio lo hacen miembro del Colegio Nacional, en 1967, su máximo temor es que llegue Elena a sabotear el acto. "Elena es de armas tomar, es tremenda." También, como nos lo informa Patricia, desenmascara a la política cultural mexicana, su totalitarismo, la sociedad patriarcal, las "cabezas pensantes" que la mantienen marginada. Siempre que puede le pega a los intelectuales, cualquier ocasión es buena. Escribe en Sucesos para todos: "La Revolución careció de un sistema filosófico. Los intelectuales mexicanos acostumbrados a pensar poco y a disfrutar de muy buenas prebendas, se abstuvieron de ejercer el pensamiento y antes y después del asesinato de Francisco I. Madero prefirieron las carteras de ministro a la incertidumbre del desempleo." "Los intelectuales han jugado a todas las barajas", acusó en 1968.

Según Patricia Rosas Lopátegui, mientras Garro hacía pública la barbarie de funcionarios, caciques y empresarios mexicanos, la obediencia de Octavio Paz al régimen era premiada con el puesto de embajador en India, en septiembre de 1962. ¿Cómo explicarse entonces la renuncia pública de Octavio Paz, en 1968, a raíz de la matanza de Tlatelolco?

Elena Garro convivió con líderes campesinos y padeció el asesinato de Rubén Jaramillo. Lo conoció y trató a su familia: "Los intelectuales usaron la bandera de Rubén Jaramillo, pero jamás se ocuparon de él. Yo lo conocí, yo lo traté, ellos no." Años más tarde, gracias a otro líder campesino, Florencio Medrano Mederos, el fraccionamiento Villa de las Flores, que pertenecía al hijo del gobernador de Morelos, Felipe Rivera Crespo, se convirtió en la colonia Rubén Jaramillo. En 1973 (Elena andaba huyendo), cuando fui a la colonia a hacer un reportaje que habría de publicarse en el libro de crónicas Fuerte es el silencio, los campesinos me preguntaron si no conocía "a otra güerita como usted", y resultó ser Elena Garro. "Quería enseñarnos a leer y a escribir para que pudiéramos defendernos." Lo cierto es que la cercanía de Elena con los campesinos es el fundamento de su mejor obra. Su preocupación es auténtica. Elena, católica, lucha contra el mal que se les inflige a los más pobres, le indigna el despojo de que son víctimas. Al defenderlos escribe sus mejores páginas y hace gran literatura. A Sergio Pitol le entusiasma "La culpa es de los tlaxcaltecas". "¡Es un cuento magistral!", exclama.

Todo lo que escribió Elena fue más o menos autobiográfico: "Yo no puedo escribir nada que no sea autobiográfico; en Los recuerdos del porvenir narro hechos en los que no participé, porque era muy niña, pero sí viví –le confía a Roberto Páramo–. Asímismo en las dos últimas novelas, Reencuentro de personajes y Testimonios sobre Mariana, trato las experiencias y sucesos que me acontecieron en la multitud de países donde he vivido. Y como creo firmemente que lo que no es vivencia es academia, tengo que escribir sobre mí misma."

Elena decía cosas muy buenas: "Cualquier experiencia o experimento es una aventura y la aventura es la cualidad superior del hombre. Una obra de arte es una aventura." "No me considero original; me ha interesado sobre todo tratar el tema del tiempo, porque creo que hay una diferencia entre el tiempo occidental que trajeron los españoles y el tiempo finito que existía en el mundo antiguo mexicano." "En la política se condena a la belleza cuando ésta interfiere con el poder." "Los políticos, como los escritores, pueden permitirse todo menos aburrir al público." "El miedo es el peor consejero, no aconseja sino crímenes. Detrás de cada dictador hay un potencial de miedo infinito." "El presidente no es más que un empleado del pueblo: no es Dios. Yo creo que Dios no dura seis años ¿sabes? Si un administrador no satisface las necesidades, que se vaya. Puede haber otro más apto." "Estamos en el tiempo de matar: se empieza matando en el nombre de una idea y se termina asesinando en el nombre de un jefe. ¡Y un jefe es una mentira!" "El fin de todo acto político es la toma del poder. Y el fin del poder es conservarlo. Toda política está fundada en una filosofía o ideología. La monarquía sostenida por la filosofía espiritualista y religiosa se fundó en el derecho divino. La gran burguesía arrebató el poder a la nobleza fundándose en los derechos humanos y la abolición del derecho divino. A su vez, la pequeña burguesía representada por Marx y Lenin, carente de poder económico y de poder divino, fundamentó su derecho al poder político en la intelectualidad. Y de hecho la gran revolución comunista no es sino el asalto al poder de la clase más ávida: la pequeña burguesía." Contestataria y coqueta a la vez, Elena le asegura a Carlos Landeros: "Si fuera castrista lucharía por el castrismo y yo sólo peleo por la Constitución mexicana. Yo soy agrarista guadalupana, porque soy muy católica. Devota del Arcángel San Miguel y de la Virgen de Guadalupe, patrona de los indios."

A partir de 1963, los acontecimientos se precipitan y a Elena, anticastrista, la involucran en las investigaciones de la cia sobre el asesinato de John F. Kennedy. Ya no sólo le preocupan los asuntos campesinos, Elena conoce al presunto asesino (desde luego, ligado a Cuba) y lo denuncia. A partir de entonces cobra vida su novela aún no escrita, Andamos huyendo Lola, porque, acorralada por sí misma y por las intrigas, se acentúa su delirio de persecución, su paranoia.

En 1965, Madrazo, presidente del pri, intentó reestructurar al partido oficial. Elena publicó una entrevista con él de casi cien páginas en que lo elogia demasiado y lo convierte en un héroe. Cita a Carlos Madrazo: "Creo en la rebeldía como una forma viva del pensamiento. Creo que es una de las formas más vivas de expresión. Los grandes sabios, los grandes escritores, los descubridores, no han sido otra cosa que rebeldes." "El amor es un método de conocimiento y creo que fue el método empleado por Balzac." "Porque el hombre confronta su estatura pequeña con los valores superiores por los que debe vivir y morir. La lucha es eso: un riesgo y esto no debe aceptarse si uno no está dispuesto a llevarla hasta su final. Los hombres nos dividimos en dos grupos: los que aprendemos a morir y los que aprenden a vivir.". "La izquierda mexicana ha creado, a través de la historia del país, un clima de combate civil, y de ella han surgido todos nuestros grandes hombres." "El hombre es falible, pero para mí vale igual quien se equivoca actuando en pos de una idea generosa, que aquel que teóricamente es perfecto pero que nunca ha hecho nada." Elena asegura que el pri es una empresa privada y no un partido político, y es muy buena su crítica a Lauro Ortega, "hombre enormemente rico y actual dirigente del pri, que representa en México a la empresa japonesa Mitsubitsi y trabaja para ella obteniendo desde el poder todos los contratos que la favorezcan aunque resulten onerosos para el país". En todas partes, Elena suelta el nombre de Madrazo, cualquier ocasión es buena para hacer la apología de su ídolo. Lo apoyó hasta ir con Gregorio Ortega (director de la Revista de América a quienes todos llamaban Orteguita) a pedirle que encabezara el movimiento estudiantil que terminó en la masacre del 2 de octubre de 1968. Madrazo, como buen político, se negó. Elena siguió yendo a las asambleas en Ciudad Universitaria a gritar: "Madrazo, Madrazo, Madrazo." Él iba a llevar a cabo la Reforma agraria, él haría justicia, él combatiría el racismo, él, que ya despertaba pasiones, controversias, discusiones; él, sólo él, que leía a Balzac, que tenía cifras y datos en la punta de la lengua, el informado, el activista, el gran lector, el hombre pensante decía la verdad al igual que Churchill. Madrazo superhombre desbancaría a los protagonistas de la historia universal. Activista, Elena decía de sí misma que era una partícula revoltosa. También el Distrito Federal estaba revuelto. Elena iba y venia, argumentaba, denunciaba y volvía a denunciar. "La mujer de Octavio Paz", comentaban a pesar de la separación. Su hija Helenita, aun más airada, arrebataba la palabra: era muy evidente la presencia de las dos Elenas en actos públicos que invariablemente causaban sensación. Dos mujeres rubias y guapas, impecablemente vestidas, sobre sus altos tacones, abanderaban a Madrazo. (Para ser un poco frívola, habría que recordar que Elena tenía piernas tan hermosas, o más, como las de Marlene Dietrich). En todas partes se les reconocía, en algunas corrían a recibirlas, en otras, huían. "Mucha gente me ha dicho que si no tengo miedo de señalar a los que violan las leyes –le dijo a Carlos Landeros–, pero por qué voy a tener miedo, si yo no hago más que repetir lo que dicen las cabezas del gobierno."

Quien habría de huir con su hija tomada de la mano fue la propia Elena. El 17 de agosto publicó en la Revista de América "El complot de los cobardes" acusando a los intelectuales de mandar a los jóvenes al matadero. Todavía el 22 de agosto de 1968 la Chata encabezó una manifestación frente a la Embajada de la urss contra la invasión de Checoslovaquia. "Helena, la hija del poeta Octavio Paz" consignan los periódicos. A propósito de la actitud antiintelectual de Elena, Archibaldo Burns habría de decirle a Patricia Vega: "Mira, en el ’68 vi poco a Elena, pero ella tenía la obsesión de siempre: Octavio Paz, y quería fastidiar a los amigos intelectuales de Octavio –lo fueran o no, esto es importante, porque ella los veía como los amigos de Paz–, por eso decía que todas esas gentes estaban mandando a los estudiantes de carne de cañón, que los iban a matar y que iban a dar a la cárcel, mientras ellos estaban muy cómodamente instalados en sus casas. Ella pensaba que los amigos de Octavio estaban haciendo eso; además Elena detestaba a los comunistas, les tenía un odio feroz." El 7 de octubre de 1968 culpó a quinientos intelectuales y los madracistas se equivocaron al decirle que fuera a esconderse. La propia Elena, ya muy acelerada, llamaba a la Dirección de la Federal de Seguridad: "Habla Elena Garro. Insisto en que vengan a aprehenderme. Que me fusilen si soy culpable." ¿La ayudaron después los políticos que tanto había ensalzado? Rojo Gómez, Madrazo y Palancares, le aconsejaron prudencia. Las cosas se habrían calmado y nada le habría pasado si hubiera permanecido en México. Su propio delirio la empujó a denunciar a quien se le dio la gana. Barrió con quinientos intelectuales. (No sabía yo que había tantos). Incluyó, por ejemplo, a Leonora Carrington (quién no tenía nada que ver) simplemente porque la gran pintora era amiga de Octavio. Ninguno de los acusados le habría hecho daño. ¿Para qué? Ella se bastaba sola. "Fue cuando decidí huir para escapar a mi asesinato que aquellos estudiantes, que nunca supe si lo eran, me vinieron a comunicar." ¿Y la Chata? Ninguna mención a su hija. ¿A poco a ella iban a dejarla viva? A partir de entonces se agudizó su delirio en el que introdujo malamente a su hija, la Chatita. Octavio Paz alguna vez exclamó: "Lo que no puedo perdonarle es lo que le ha hecho a nuestra hija." A Octavio debió dolerle la carta que Helenita, su hija, le escribió a cambio de su poema rechazando asistir a la Olimpiada Cultural que se iniciaría el 12 de octubre de 1968. Juan Soriano resume con inteligencia la situación de Elena Garro en el ’68, y Elena lo cita: "Juan Soriano me dijo mucho después: ‘Actuaste siempre como una persona libre, sin grupo o partido y eras el blanco ideal.’ Por eso digo que no tengo lugar ni a izquierda, derecha o medio centro. Soy una outcast, una indeseada."

Estigmatizada por Octavio Paz, crucificada por Octavio, obsesionada por Octavio, hablaba de él cuando Octavio ya no la mencionaba. O apenas y en función de su hija. A Gabriela Mora le dijo: "Yo vivo contra él, estudié contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él y defendí a los indios contra él. Escribí de política contra él, en fin, todo, todo, todo lo que soy es contra él. Mira, Gabriela, en la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo es Paz."

Que Elena Garro sedujo hasta los últimos años de su vida, lo dicen sus entrevistadores, que terminaban arrodillados a sus pies. Así le pasó al reportero Luis Enrique Ramírez, que quería enviarle su sueldo a París. "¡Pero Luis Enrique, las condiciones de Elena son mucho mejores que las suyas!" Luis Enrique gastó lo que no tenía para llamarla por teléfono a París. Una Elena de casi ochenta años lo había subyugado en la casa de Devaki, en Cuernavaca. También Patricia Vega quedó prendada. La voz baja y delgadita de Elena, apenas el susurro de una voz, embrujaba. Había que acercarse mucho para no perder una sola de sus mágicas palabras y los oyentes se quemaban. Elena resultó ser un veneno muy poderoso, pero la primera que se envenenó fue ella misma. Muchos años antes, cuando Carlos Fuentes supo que Elena Garro estaba en el Festival de Cine de Cannes con Archibaldo Burns y que se había metido a bañar en Eden Roc, comentó: "Se han de haber envenenado hasta los que se bañaban en el mar de Mármara."

¿Quién mató a Elena Garro si no la propia Elena Garro? A cinco años de su muerte, es posible descubrir que el verdadero asesino de Elena fue su vida alejada de la realidad, incluso de sí misma. Su paranoia no tuvo límites. En cada esquina se fraguaba un complot en contra suya. Helenita, la Chatita como le decían, y ella, corrían el máximo peligro. Las seguían por la calle, su teléfono estaba intervenido, querían acabar con ellas. ¿Quiénes? ¿Quién podría matarlas? ¿Los estudiantes? ¿Los campesinos? ¿Los empresarios? ¿El gobierno? ¿Quiénes eran los autores de las maquinaciones? Aunque aseguró que el ex presidente Adolfo López Mateos, durante su sexenio, le ordenó a Octavio Paz sacarla del país, lo cierto es que también le dijo a Carlos Landeros, en 1965, que el gobierno la quería: "A mí el gobierno me quiere muchísimo. La prueba de que hay la máxima libertad de prensa soy yo." Por fin, ¿me quieres o no me quieres, como dice la canción?

Para documentar la mala situación económica de las dos Elenas, Patricia Rosas Lopátegui comenta que Elena le dice al poderoso y temido secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, que ella ya sabe que él se la quiere echar al plato, pero en México, en lenguaje popular "echar al plato" significa hacer el amor, y Patricia le da una connotación trágica. Elena no tiene qué comer, no tiene nada en su plato. "Elena representa el signo de su desamparo, y al encontrarse en una situación vulnerable, se representa como una figura sometida y postrada a través del símbolo del alimento que yace en un plato y puede ser ingerido, o un cuerpo extendido con el que se puede hacer lo que se quiera." ¡Nada más irreal y absurdo! Elena coqueteó con casi todos los personajes sobre quienes escribió, incluso con aquellos a quienes atacó como Titino Agustín Legorreta, o Norberto Aguirre Palancares, a quién consideraba guapísimo. "Se parece a Robert Oppenheimer", o César del Ángel, el líder coprero a quien escondió en su casa durante días, y Carlos Madrazo, que para ella fue Dios sobre la Tierra. Todos le correspondieron. Era una hechicera. Cuando no la veía, Carlos Madrazo le enviaba con su chofer estuches con brazaletes y collares a su casa de Alencastre, y ella sacaba a bailar al chofer. A Fernando Gutiérrez Barrios, Elena le escribió una carta francamente lacayuna llamándolo "D’Artagnan", guapo, inteligente, leal, benevolente, impartidor de justicia, y se comenta que con él hizo un pacto secreto ligado al Movimiento Estudiantil.

Elena se echaba a la bolsa a quién se le antojaba. Por ejemplo, le cayó muy en gracia a su casero, el abogado Raúl Cárdenas, quien venía a cobrarle la renta de la casa de Alencastre (que casi nunca pagaba), pero salía encandilado después de varias horas de conversación prodigiosa. Durante toda su estancia en México, el poeta cubano Roberto Fernández Retamar no salió de Alencastre, embrujado por las dos Elenas. "Es guapísimo, parece un príncipe italiano." Exaltada, Garro escribe cinco artículos sobre Régis Debray, y asiste a una manifestación callejera frente a la Embajada de Bolivia donde se hace notar (siempre se hacía notar). De Régis escribe: "Militares que chorrean sangre de pobre, no pueden hablar en el nombre de los pobres para atacar a un joven que piensa que esos pobres son defendibles."

Rodeada de gatos franceses y gatos mexicanos que no se llevaban entre sí y necesitaban dos piezas para no pelearse, una para los franceses y otra para los mexicanos, en un mísero departamento de Cuernavaca, sentada en un sillón con sus inseparables cigarros Lucky Strike, la atmósfera en la que vivió sus últimos días fue deplorable. El olor a amoniaco descendía hasta la calle, pero ni una ni otra de las dos Elenas parecía notarlo. Al contrario, le cedían su espacio a los gatos. Elena, en los huesos, se nutría de café, Coca Cola y cigarros. La Chata y ella peleaban. Quienes la visitaban regresaban deprimidos, pero todavía subyugados por su encanto. "Están muy mal, de veras sus circunstancias no podrían ser más adversas." Se hacían colectas, el dinero desaparecía en un santiamén.

No hubo complot, ni confabulación, ni conspiración en contra suya. Las novelas y los cuentos de Elena eran leídos y comentados. Muchos universitarios querían hacer su tesis sobre su obra, no sólo en México sino también en Estados Unidos. Jóvenes entusiastas deseaban verla, "no seas mala, me muero por conocerla", y varios periodistas andaban tras una entrevista con ella. Su traición (porque la llamaron traidora) sólo acentuó el mito que empezó a fabricarse en torno a ella. Su teatro seguía llevándose a escena, no sólo en foros universitarios sino en Oxolotan, Tabasco. En 1991, durante el primer viaje, María Alicia Martínez Medrano montó con niños y ancianos en el campo tabasqueño varias de sus obras, entre otras Perfecto Luna, El árbol. Elena prefirió quedarse en Cuernavaca con Devaki, su hermana, en vez de acudir a ver esta función que mucho la habría gratificado. Monterrey, la primera ciudad en invitarla, le rindió un magno homenaje antes de su regreso definitivo a México, en 1993. (Desde el hotel llamó todos los días por teléfono al cuidador de sus gatos. ¿Sería Albano, su hermano bien amado?). Puebla la hizo hija predilecta y le dio las llaves de la ciudad. En varias ciudades de la República la recibieron con emoción, y Elena encontró lectores fervientes. También en Bellas Artes se hicieron mesas redondas en las que participaron decenas de admiradores. Imposible decir: "Me roban, me atacan, no reconocen mis méritos, me odian, me quieren eliminar, me atosigan."

El desplome final se debió a la confusión, la falta de realismo que la hizo actuar en contra suya. Cuando la invitaron a regresar a México, creyó que el gobierno le iba a poner casa. No fue así. La verdad, el gobierno habría podido hacerlo. Conaculta, sin embargo, trajo a siete gatos franceses en sus debidas jaulas. A Elena le fue otorgada la beca de creadores eméritos, y a su hija, poeta, otra beca. A lo largo de los años, Octavio Paz nunca dejó de enviarles su pensión. Sari Bermúdez, al frente del Conaculta, se convirtió en su hada madrina y cuidó de su salud, pero Elena tuvo que arreglárselas sola en el departamento de su hermana Estrella, recién muerta. ¡Qué tristeza todo! Las dos Elenas querían regresar a París. Así las vio Patricia Rosas Lopátegui, solas y desconsoladas, y por eso el homenaje que les rinde y el fervor con el que se los rinde es doblemente valioso. Les tiende la mano a las caídas, a las abandonadas, a las que equivocaron el camino, a las del regreso a la "penitenciaría", como llama Elena al feo edificio cubierto de barrotes negros. "No reconozco a México, todo ha cambiado para mal."

Vieja y enferma, Elena Garro volvió al principio de sus Recuerdos del porvenir: "Aquí estoy, sentado(a) sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra [...] estoy y estuve en muchos ojos, yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga"... "Quisiera no tener memoria o convertirme en el piadoso polvo para escapar a la condena de mirarme."

CARLOS SÁNCHEZ: TESTIMONIOS SOBRE EL SEMPITERNO VIVIENTE

CARLOS SÁNCHEZ: TESTIMONIOS SOBRE EL SEMPITERNO VIVIENTE

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José Lara 

 

 

Varias veces lo sorprendí parado frente a las ventadas mirando la Ciudad de México. Desde lo alto del piso 14 de un edificio de la función pública, ahí estaba Carlos Sánchez, contemplaba el horizonte y sus ojos deseaban embriagarse de ese paisaje y de su entraña que siempre representa un misterio.

 

            Vino desde Sonora especialmente a eso. A sentir en carne propia las pulsaciones de esta urbe, sus sabores, ruidos, aromas y hedores; el golpeteo de una masa humana que diariamente ama, trabaja, vive, sobrevive, sufre, goza y juega a reinventarse.

 

            La estadía de casi un mes en esta metrópoli por parte del autor, dio como resultado esta serie de crónicas urbanas, que si bien representan una visión particular porque es una tarea imposible desentrañar a esta gran capital, también ofrecen la inmejorable oportunidad de contemplarla a través de una mirada limpia y de una escritura ágil y certera, mediante la cual, se revela al lector algunos de esos detalles que se hallan desperdigados y ocultos entre el gran muladar de edificios, avenidas, autos y corrientes humanas que transitan en distintas direcciones.

 

            El personaje anodino es el protagonista de casi todas las historias de Carlos Sánchez. En ese sentido, el cronista sonorense tiene el gran acierto de dar voz y vida al verdadero constructor de la patria: el que hizo su humilde epopeya desde el barrio bravo de Tepito, el melómano vendedor de discos y ferviente admirador de Zitarroza, el anciano que asiste el mitin convocado por Andrés Manuel López Obrador y el trovador que canta en contra del fraude y a favor de la democracia, entre otros; las emociones también tienen un lugar especial en estos escritos: la fiebre futbolera desde las tribunas del Estadio Azul, la vorágine de las marchas en el Zócalo capitalino y la estética del plantón que tomó por asalto el Paseo de la Reforma son algunos de los pasajes a través del los cuales, el autor nos comparte la forma en que la Ciudad de México se le revela.

 

Si bien este libro tiene una carga especial en los panoramas urbanos creados al calor de la protesta obradorista, donde la congregación no es local sino nacional, también sobresalen los textos en los que narra su encuentro con periodistas y creadores con los que Sánchez convivió durante su aventurera estancia en el Distrito Federal. Alegría Martínez, José Luis Martínez, Arcelia Ramírez, Víctor Roura y Eusebio Ruvalcaba, son principalmente las personalidades cuyos testimonios en el oficio de la creación literaria, teatral y periodística, nutren de manera importante este volumen.

 

La necesidad de devorar todo cuanto le ofrecía el entorno citadino logró que Carlos Sánchez se llevara a su ciudad estos fragmentos de vida. En ese sentido, lo que el lector tiene en sus manos es una suerte de perennidad transformada en escritura.

 

Sin temor a equivocarme, la Ciudad de México es eso. No sólo un lugar al que muchos temen, sino una escritura, un testimonio de vida construido a través de distintos haceres y visiones; un tiempo que reúne todos los tiempos, un sempiterno viviente, que a ciencia cierta no es posible explicar ni definir.

 

Aquí el trabajo de Carlos Sánchez, los testimonios de un periplo que seguramente confirman al escritor, que el buen camino de la creación se sustenta no sólo en el amor y la pasión por la escritura, sino también en la fraternidad con los otros.