Soplos de poesía trocaron humores rancios por instantes de frescura en el Metro
En el transcurso de la mañana de ayer lunes hubo un cambio repentino en el ambiente, viciado y fragoroso, que se vive a diario en la estación Hidalgo del Sistema de Transporte Colectivo (STC).
Justo en la intersección de las líneas 2 y 3 del Metro, ese espacio subterráneo vio trocados sus humores rancios por soplos de poesía en los oídos de los transeúntes, que preguntaban azorados:
¿Quiénes son? ¿De qué se trata?
Y al desconcierto siguieron las sonrisas y el agradecimiento hacia los simpáticos personajes vestidos todos en negro, armados con paraguas, abanico y un largo tubo con el que conectaban sus labios con los oídos de los desaprevenidos metronautas, para decirles así, al oído, poemas que los transportaban no a otras estaciones, otros andenes, otros pasillos y torniquetes, sino a imaginarios paraísos.
Del sofocón al suspiro
Cambio en la temperatura ambiente, en la de los cuerpos y en el imaginario colectivo. Del bochorno se pasó al soplo de un vientecillo fresco en las entendederas. Del sofocón al suspiro. De los apretujamientos a una forma invisible de abrazar y ser abrazados: decir y escuchar poesía. Abrasados.
Integrantes del grupo francés Les Souffleurs comparten susurros poéticos con usuarios del Metro Fotos Marco Peláez
De pronto entonces los usuarios estaban, estoicos y resignados, parados en un andén, esperando su vagón, pero, por magia de poesía, una vez que uno de esos personajes conectó su tubo oscuro con sus mejillas, el viandante ya estaba, en su magín, en un jardín amplio y fresco, un lugar tranquilo donde respira la poesía a su dulce antojo.
Pasaban así los metronautas de la sorpresa al gozo. Hubo quienes expresaron su contento contestando con poesía, como el señor Alberto Navarro, quien se puso a susurrar poemas del rey Nezahualcóyotl (''no cesarán las flores/ no cesarán mis cantos/ sólo hemos venido a soñar").
Así de repente no sólo había viandantes, metronautas, transeúntes, sino que todo el espacio subterráneo se llenó de palabras que cobraron vida: fuego, agua, ojos, vida, día....
Y mientras esas palabras saltaban de andén en andén, hacían girar los torniquetes sin que pusieran su boleto de entrada en la ranura, abordaban veloces los vagones, desaparecían felices, engullidas por las puertas corredizas y el pitido profundo del gran gusano naranja, los oscuros personajes de abanico, tubo y paraguas ayudaban al parto sin cesárea de palabras. Hubo así innúmeros alumbramientos en pleno andén.
Soplos de vida
Empleados del STC, amas de casa, estudiantes y hasta policías vieron de qué manera uno puede vivir la poesía. Otros no cesaban en su trajín sudoroso de trasbordo, inclusive hubo quienes expresaron su desdén: ''ésas son babosadas".
En cambio, una dama se sentía tan complacida que no se conformó con que le susurraran al oído un poema, sino que se acercó hasta en tres ocasiones con los hombres de negro para que le susurraran más poemas y más poemas y más poemas.
Hubo también quienes quisieron un autógrafo de quienes les acababan de regalar un soplo de vida.
Y así como en un tris, un chistar de dedos, un pellizco en la imaginación o un parpadeo habían aparecido los de negro con su poesía, así tambien, en un derrepente, desaparecieron y desapareció con ellos la calma y la tranquilidad en ese espacio subterráneo, que volvió a sus humores rancios y sebosos que aceitaron nuevamente el reptar del gusano naranja.
Fue como ver transcurrir el tiempo.
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alejandra -