Está en sus ojos la mirada de un gato en la oscuridad. En su boca despostillado un diente frontal que inicia el recorrido hacia la pudrición. Le dicen el Guato por lo que le cuelga entre las piernas. Desde morro jugaba contra sus camaradas a enaltecer la sombra que construía el sol sobre la pared teniendo como intermedio sus manos acariciando la verga. El triunfo siempre le perteneció.
Tiene en su oratoria la honestidad de asumirse pedófilo. Yo soy como él, comentó en una clase de literatura, en alusión al personaje del cuento Cascabel del escritor Eusebio Ruvalcaba, cuya anécdota recrea a un hombre de más de cuarenta años que anhela entre sus piernas la textura de piel infantil.
El Guato cayó a la cárcel para menores por intento de violación. Deseaba las caricias de la esposa de su hermano, pero a su modo, controlando él, dirigiéndolo todo para sentirse maestro.
Eso es lo que más me gusta de las niñas, pirata; ¿wachas?, me gusta enseñarles, besarlas, acariciarlas despacio, con cariño.
Conversa en un salón de clases, frente al maestro y ante la grabadora encendida. En lo que la charla transcurre, al profesor lo solicitan en la dirección del penal. Cuando el maestro regresa, el Guato tiene una mueca de molestia sobre su rostro: no me vuelvas a dejar solo, cabrón, me da un chingo de miedo la soledad.
Tiene su móvil el temor. El Guato había caído varias veces a la cárcel, por delitos diversos, pero jamás por las deudas pendientes que en el curso de la charla cuenta.
A la morra de mi carnal la quise bravear, me la quería coger porque yo sabía que ella me capiaba, me veía siempre con insistencia, ¿wachas?, yo le pasaba, yo sé bien que simón.
Andaba bien píldoro, iba con la onda de quebrar a un joto que me había apagado un cigarro en la nalga la noche anterior en la que también andaba bien loco, la neta se pasó de verga, y ya iba sobre él, lo iba a chingar; en eso andaba cuando pasé por el cantón y al ver a la morra con un shortcito, detrás del lavadero, la agarré por la espalda, le puse una punta en el pescuezo y la metí a empujones al cuarto donde dormía con mi carnal. La morra empezó a gritar, por eso llegaron las vecinas, una de ellas bien chacalona, y fue la que me tumbó y me amarró las manos hacia atrás. Luego vine a dar otra vez a la cárcel. Las letras que intentan enseñarle en la primaria de la prisión, no encuentran cabida en la memoria del Guato. La escuela no se hizo para él, argumenta cada que los maestros le cuestionan sobre su incapacidad de aprender.
Lo que sí tiene bien adentro, y aprendido, son las historias que él mismo escribió.
Vengar
Íbamos por un callejón del barrio, un compa, mi prima y yo. El Güero molacho me traía entrado, para mi mala suerte me lo topé en su terreno, habíamos ido a parar un gallo, en eso que se me cierra y me dice ¿qué tranza jomi, ya no te acuerdas del diente que me tumbaste?. Simón, le dije, en eso se me avienta y me descuenta, no me caí, empecé a tirar trompones, pero él traía de acoples a otros batos, como cuatro.
Cuando sentí el tubazo en la cabeza miré que se estaban pasando de verga con mi prima, la tenían con los tramos abajo. Cuando desperté estaba en el hospital. Después supe que la habían violado, y que unas putas que iban pasando por ahí nos hicieron el paro, si no la neta que nos hubieran dado piso. Me contaron que las putas madrearon al Güero y a sus compas con los tacones de las zapatillas.
La mirada está paralizada, la voz nomás fluye en la exposición del Guato, sus ojos siguen siendo de gato en la oscuridad. En ocasiones el brillo se intensifica. La voz está en un solo sonsonete, como repitiendo de manera exacta el recuerdo.
Me aliviané de volada, dos, tres semanas, cuando miré de nuevo a la prima me abrazó y se soltó llorando. Desde ahí supe que me tenía que sacar la espina. Y cómo son las cosas, en menos de un mes me topé al Güero molacho. Andábamos acoplados un compa y yo, acabábamos de comprar unas píldoras, quiúbole, ¿qué tranza, ruco?, le dije al Güero, que me sacó a flote de volada, todavía me dio carrilla. ¿Qué onda, y a tu prima todavía no se le quita lo buenota, qué tranza, no te curaste con los trompones que te surtí? Simón, todo bien, le dije.
Lo invité a pegarnos una enfiestada, le enseñé las píldoras, le dije que todo arreglado, que reconocía que me había pasado de verga yo también. El Güero me siguió la cura, nos fuimos para terreno, rumbo a un arroyito, cuando se prestó porque estaba descuidado, con toda la confianza del mundo, pues le pegué el primer fierrazo, el morro se quejó y me dijo: aguanta, no seas chacal; fueron sus últimas palabras, le metí como unas cincuenta o sesenta veces la punta, cada que se la encajaba tronaba bien loco el cuero; mi compa, el Ché, el que me brincó a paro, se fue recio; ya estuvo, le dije, vámonos; yo quería que se desangrara despacio, que se muriera solo, no quería matarlo. Mi camarada le quería dar el tiro de gracia. Y no se quedó con las ganas, cuando llevábamos como unos veinte metros de distancia del lugar donde lo dejamos tirado, se regresó, aguanta, se me cayó el encendedor, me dijo, cuando voltié lo miré cargando una piedra, se la dejó caer en la chompa. No te quedaste con las ganas, ¿no? pinchi Ché, le dije. La neta que no me quedé con las ganas, no lo pude resistir, cabrón.
Pasaron como dos semanas desde el día que le dimos piso al Güero molacho cuando mi prima recaló al cantón. Yo andaba en una baica y ella me ajeró que la llevara a pasear, simón, le dije, trépate. ¿Sabes qué?, te voy a dar una sorpresa, ahorita vas a guachar. Me fui pa’l terreno donde estaba muerto el bato que la había violado. Antes de llegar nos dimos cuenta que estaban los bomberos y un chingo de judiciales, nos acercamos y vimos el cadáver, estaba bien hinchado, a punto de explotar, la morra se soltó llorando, ¿quién es?, me preguntó, ¿te acuerdas del bato que te violó?, le dije. Me abrazó más fuerte y fue un chingo de tiempo más el que duró llorando. Nos fuimos de allí, me daba un chingo de pánico que me fueran a embroncar. Jamás mi prima y yo volvimos a hablar de eso.
Si el Guato ha vuelto a la historia, dice que ni él mismo sabe por qué.
La neta creo que puede ser que me das un chingo de confianza, ruco. Además creo que me van a matar dentro de muy poco y no me quiero ir con todo eso.
Al hablar de su muerte, el Guato clarividencia: sé que será en manos de una ruca, me va a matar. Si lo sabe es porque asegura que lo ha vivido. Entre las celdas, en el pabellón 2, se le han aparecido varias veces sus víctimas, las ha mirado llorar, son tres, aunque en realidad son cuatro las vidas que ha cegado, sólo las muertas se le aparecen porque: el Güero molacho se la merecía, las morras, no.
Carnaval
Traía en su cuerpo genes similares. Era su prima. La mató.
Me prendí de ella, ya habíamos cachoriado, pero nunca culiamos, ¿wachas?, para su mala suerte me la topé una noche de carnaval, iba con unos camaradas cuando nos la topamos, ¿qué tranza, ruca, nos sigues la cura?, le dije. La morra no capió, dijo que estaba sola su casa y que mejor se iba ir a cuidarla.
Andábamos bien píldoros, yo hice como si nada hubiera pasado, pero al llegar al carnaval en caliente me les perdí a mis compas. Me fui al cantón de la prima, iba con toda la onda de culiármela.
Me recibió y todo bien, me preguntó que si qué onda con el carnaval, yo le dije que me había devuelto para hacerle el paro de cuidar su cantón, ¿wachas?, me invitó a cenar, la neta no traía ni madre de hambre, pero le seguí la cura, para que se sintiera bien. Al rato nos fuimos a la cama, en caliente intenté apañarla, me tumbó el rollo, me dijo que no se hacía, que éramos primos. Todo bien, le dije, le seguí la cura, y me hice el dormido. Necesitaba que se durmiera para empezar a acariciarla, disfrutar de sus piernas.
La morra se roló de volada, no supe ni cómo, pero cuando me di cuenta ya la había tapado con una sábana y le había metido un chingo de veces un cuchillo que agarré de la cocina. Cuando dejó de moverse la destapé, le tumbé un short de mezclilla y una blusita ombliguera, me la cogí bien chilo, un par de veces, ¿wachas?
Cuando me cayó el veinte de lo que había hecho era todavía de madrugada. La neta sí me arrepentí, pero tenía que desafanarme. Limpié toda la sangre, envolví a mi prima en unas sábanas y como pude la subí al techo. Donde vive mi tía es un cantón de fraccionamiento, entonces las casas están pegadas, la fui rodando de cantón en cantón, hasta llegar a uno que estaba frente a la de ella. Destapé un tinaco y la metí. Allí se quedó un chingo de tiempo, si no hubiera sido porque la familia de la casa donde estaba el tinaco se empezó a enfermar del estómago, por el agua que tomaban, nunca se hubieran dado cuenta que dentro del tinaco había un cadáver.
El cuerpo, desintegrado, lo encontró un adolescente que se trepó al techo a revisar el tinaco. Los médicos legistas se presentaron, pero como había pasado poco más de un año de la noche del homicidio, el cadáver no pudo ser identificado.
–¿Tú crees cómo se ha de haber sentido mi tía cuando encontraron el cuerpo dentro del tinaco de la casa de enfrente a la de ella?.
–¿Tu tía supo qué onda con tu prima, supo que era el cuerpo de ella el que encontraron frente a su casa?
–No, pero las jefas son las jefas, todo lo saben.
Oferta al diablo
Estaba bien chula la roquerita. Buenota de a madres. El Guato haría cualquier cosa por tenerla entre sus brazos.
Frota sus manos acompañando el ritmo de sus palabras. Es la tercera historia de crímenes que él escribió. Toma agua y cada cierto tiempo revira hacia su izquierda, donde está la puerta. Que nadie escuche la conversación había sido condición para narrar lo que nunca antes había narrado.
Estaba bien chula la roquerita. Me seguía machín la cura. No sabía cómo llegarle. Una tarde de loquera, cuando regresé de un viaje de chemo, la vi a mi lado, estaba viéndome, se me quedaba de clavo. Las rolas eran del Tri y ella se movía toda sensualota. Pinchis piernotas. En eso se me prendió el foco, ¿wachas? Le dije que me iba a aventar un jale bien cabrón, para que ella viera cuánto la deseaba. Ella hacía pactos con el diablo, hablaba con él. La roquerita me dijo que le dijera de qué se trataba. Al rato vas a wachar, le dije.
Anduve buscando la gasolina, compré un galón, preparé el terreno y fui a buscar el alma que necesitaba. Bajando por uno de los callejones de un barrio que está cerca del monte, me topé con una teporroncita como de unos dieciséis abriles, iba con una bolsa para el mandado, como que sus jefes le dijeron que fuera a la tienda. La agarré por la espalda, le tapé la boca, la tumbé y me la llevé para terreno, allí mismo le apreté el cuello y le metí una punta en la espalda y en la nuca.
Limpié un pedazo de terreno, tumbé una madre de ramas que había, luego comencé a levantar leños y a ponerlos en forma de estrella diabólica. Formé un círculo en el medio y allí puse el cuerpo de la morrita. Ya era de noche. Me fui por la roquerita. La traje para que viera cómo le ofrecería un alma al diablo.
Estaba amarrada a los leños, le rocié un chingo de gasolina y le prendí fuego. La roquerita nomás veía. Mientras el fuego crecía recé una oración para que el alma de la morrita se fuera pronto con el chamuco.
Me fui con la roquerita, y mientras abría sus piernas y yo le metía la verga, me dijo que no había necesidad de hacer lo que había hecho, que si tanto le gustaba, ella me hubiera capiado por placer. ¡Qué verga!, dije, de haber sabido no me la hubiera aventado. Al día siguiente regresé a ver qué onda con el cuerpo de la morrita, y no había más que una estrella de ceniza, derechita, bien formada, marcada sobre la tierra.
Lo hice porque estaba bien chula la roquerita. Buenota de a madres.
Suspensivo el final
Son similitud de dos bombas con agua que revientan. Son sus ojos. No aguantan lo abotagado. Estallan.
El Guato dice que mejor no recordar lo de la última morrita que enfierró.
Porque estaba bien chula, porque me rogó que no la lastimara, pero era como si oírla me excitara más, y más.
Traía la onda de ir a coger con mi morrita, ella estaba en la secundaria. Llegué a la tiendita donde la esperaba siempre, me vio y me dijo que no se hacía, que andaba enojada. Agaché la cabeza y me fui para el arroyo, con toda la onda de hacerme una puñeta. Ya estaba cayendo el sol, no sé de dónde salió la morrita, subiendo del arroyo, ella no me vio, me escondí detrás de un mezquite, cuando pasó cerca de mí la tumbé y la arrastré hasta debajo de unos matorrales. Pronto se hizo de noche. La morrita traía una mochila de la Pequeña Lulú, se veía casi tan bonita como ella. Tenía unas trencitas y unos tenis blancos, con una faldita cuadrada, del mismo uniforme de la escuela de mi morra.
Platicamos un chingo, era muy trucha, me decía que yo era bueno y que ella sabía que no le haría daño. Luego empezaba a llorar y a pedirme que no la lastimara, que la dejara ir. De hecho ya pasadas unas horas de estar platicando, me dijo que tenía ganas de orinar, que la dejara hacer, le di chance, todavía me voltié para que no le diera vergüenza. Orinó y todo bien.
Ya no te voy a decir más, carnal, la neta me lleva la chingada, a esa morrita es a la que sueño más seguido, es la que me va a matar.
El Guato quedó libre a las pocas semanas de su voz ante la grabadora. Días después de su libertad por el delito de intento de violación, una nota en el periódico del puerto informaba cómo “Un homicida de cuentas pendientes, confesó sus crímenes al cantinero de un bar”.