Álamos en los ojos / por carlos sánchez
Acomodador de huesos es lo que dice ser don Eustaquio Escalante. En su sombrero se reflejan los años en ese esfuerzo de vida. Nació en Álamos y su profesión de sobar para curar la alternó con la mezcla pegando ladrillos. Ahora a sus cincuentaitantos de existencia por la mirada se fuga la capacidad de construir casas. Sus pasos conocen a la perfección los callejones, el campo, los cerros alamenses. Y hay motivo de celebración en sus ojos cuando mira la fiesta dentro de la gente que visita a su pueblo durante el festival Alfonso Ortiz Tirado.Por la imposibilidad de dominar la cuchara, el nivel, la pala, don Eustaquio trabaja desde hace unos años para el patrón anglosajón. Le vive agradecido porque a él y a su hijo les han dado la oportunidad del empleo.Eustaquio sonríe cuando ve a los músicos que conversan en sobre la presentación de la noche anterior. Luego por su mirada, esos músicos se fugan hacia la ebullición del FAOT.Si a Eustaquio le respondiera esa rodilla que ni él con su sabiduría ha podido sanar, habría observado a su contemporáneo don Isabel López juntando el aluminio donde en el instante previo a sus manos sobre la lata, una jovencita sentía en su garganta la frialdad de la cerveza. El aplastón con la suela de llanta sobre el bote fue certero. El costal en la vida de don Isabel tuvo en ese momento un centímetro más de esperanza para lo que tal vez mañana será la presencia de alimento sobre la mesa de su casa.La sonrisa también se dibujó en el rostro del recolector de botes. ***** El callejón del beso desemboca en la posición de descanso del cadete que vigila. Inevitable para él la impotencia que le provoca la libertad de los turistas exhibiendo sus manos heladas que aprisionan la cerveza. Ya lo dijo Eusebio Ruvalcaba: “aquí todos cheléan en la calle, y nadie dice nada”.Impresiona al escritor el fuero para la embriaguez. Y la celebra. Eusebio extrae de la bolsa de su chamarra la botella diminuta y moja su garganta con tequila. Con sus siempre ojos en infancia despreocupada, el autor de Yo quiero volver a los álamos (ediciones Pentagrama), hace su recuento de maravillas en esta tierra en la que según dice, ha sentido la intensidad del mayor frío entrando a su cuerpo. Nunca antes un clima tan extremo, asegura mientras ya el tiempo le indica la premura de un sorbo más.Por la mañana, antes de la ronda callejonera, Eusebio trepó al estrado para charlar con fanáticos y no de Mózart, sobre esos tips que él recomienda para escuchar al maestro y su magistral obra. Aseguró en esa honestidad también despreocupada, que lo mejor de la publicación de sus tips a manera de libro, es la inclusión de un disco de rolas de Mózart interpretadas por su padre don Higinio Ruvalcaba, el mejor violinista de México de todos los tiempos (eso lo digo yo, no Eusebio).El jorongo es un escudo sobre el cuerpo del escritor, y los ojos otra vez descubriendo la vida un vehículo hacia la emoción. En un cuaderno se escriben las notas para esa novela en proceso. En los escalones del kiosco de la Plaza de Armas hay ahora un vestigio de la mirada auscultando las palmeras, que bien podrían pertenecer a cualquier parte de la tierra. “Y si una foto se dispone, podría decir que este cielo es de la Habana, o de Veracruz, o de Acapulco”. Eusebio se permite imaginar, por eso sueña y viaja en sus letras. Que nos hacen igual viajar. Por allá frente a la iglesia se pasea en su bicicleta otro autor de letras nacionales: Arturo García Hernández, reportero de La jornada. También en sus pedalazos se sostiene una cara de niño. Es feliz. **** ¿Con piquete? La pregunta la hace el vendedor ambulante. La respuesta en un sí la da el consumidor de ponche: “es el chiste, para que quite el frío”.En un vaso se vierte una pequeña porción de alcohol de caña. Y en las venas el tránsito de la bebida sirve para mitigar el clima que desciende a cada instante.“Es el mejor que se hace en la ciudad”, aclara el señor de pelo cano mientras bebe otra vez del ponche.Calles abajo se topa de nuevo con las ganas de la bebida. Y es una balsa en este mar de frío la olla encima de las brasas que calientan el mejor ponche de Álamos.Contraste contra el ponche es la horda de morritos que se aposentan en el umbral del expendio. La fila se extiende y la desesperación crece. Un grito eufórico cuestionando el tiempo que falta para llegar es la necesidad de tomar para encontrar la algarabía. La moneda cae en el mostrador y los botes se multiplican en los callejones. Celebrar la existencia del FAOT es sólo la urgencia por sentir la felicidad que imprime un trago en la panza. Salud. Y acatar la convocatoria de la música que emerge de todos lados. Bailar. Por los callejones. ****Gira el fuego en torno a la plaza de Armas. La raza se abalanza al encuentro con los malabares y el tronido de tambores. Improvisar la expresión es actitud inherente de los jóvenes. Decir que dentro hay un corazón que desea golpear la vaqueta es una actitud impostergable.Gira el fuego y la música entrando en los cuerpos. Qué perfecto que la energía de El Trolas y compañía, no cesa en la inquietud de musicalizar por la libre, con el grito urgente al final del espectáculo de: con lo que guste cooperar.Si las monedas caen será el pretexto exacto para seguir por las calles de Álamos, golpeando con euforia la vaqueta, dominando el golo que gira encendido buscando el cielo. Improvisar el taller de la habilidad es preciso para los niños que se acoplan entorno a los punketas que se desprendieron desde Obregón y hacia Álamos.En el programa oficial no estaba contemplado el deseo de los niños deseando malabarear el golo. Bendita la nobleza negando la mezquindad. Son cuatro, cinco doce niños acariciando el huele forrado de hule. Y el aprendizaje se dispone. Con la presencia infantil el FAOT cobra otro sentido. La nostalgia estará a partir de hoy en la mente de esos morritos que se posicionaron de la plaza y los callejones. El Ortiz Tirado será la espera de eso lúdicas manos que desean volver al golo. Y de los niños viejos que escrituran la historia de los que se les queda en la mirada como alma.
0 comentarios