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La cábula

contracanto

Había una hamaca. Era el ritmo a la par del canto de la codorniz. Fortachón el nogal sostenía mi cuerpo. Mi madre bailaba entre los surcos quitando de su frente el sudor y de la lechuga la maleza. Había abejas. Y la miel la untaba en el chupón aquel de manta que diestro hundía en mis encías. Brincaban mis ojos agrios de polvo y sol. Abotagados siempre. Una esfera al punto de reventar. Era la gracia del horizonte que me contaba con sus colores la vida detrás del mar. En la ciudad aprendí que el corazón del ave se puede encarcelar. Y mutilar las raíces porque la modernidad cobra importancia. Sobre el río donde bebí los primeros chapuzones existe ahora el concreto ahogando la arena. (c.s.)

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