Adiós, Carmela / por Eusebio Ruvalcaba
Para los amigos que hicieron menos doloroso el trance
Se dicen muchas cosas.
Se dice que el pasado 22 de diciembre, a las 8 y media de la noche, murió una pianista de nombre Carmela Castillo Betancourt, viuda de Higinio Ruvalcaba. Que había nacido el 16 de julio de 1915 en el corazón de la Cudad de México, en Plaza de la Merced número 8. Que su padre, Eucario Néstor —indígena de las faldas del Popocatépetl—, vio tanta disposición en su hija para el piano, que decidió construir un piso más en su casa para acondicionar lo que sería el estudio de música, el cual dotó de dos pianos Steinway: uno de gran cola y otro de tres cuartos de cola, y uno vertical Ronich.
Se dice que en 1939 la Orquesta Sinfónica de México, dirigida por Carlos Chávez, estableció los concursos anuales para solistas, y en el primer concurso triunfó Carmela, por lo cual tocó el III de Beethoven el 8 y el 10 de septiembre en el Palacio de las Bellas Artes, bajo la dirección de Carlos Chávez, y ante el éxito clamoroso que tuvo, Chávez decidió repetir el concierto el 1 de octubre en el Anfiteatro Bolívar. Y que todo habría salido a pedir de boca excepto porque el violín concertino de la Sinfónica de México era don Higinio Ruvalcaba —quien, por cierto, fue el único de los cien músicos que no felicitó a la solista.
Se dice que el 14 de diciembre de 1946 Carmela e Higinio contrajeron matrimonio en la ciudad de Mérida, Yucatán, donde el violinista había huido en compañía de la que sería su esposa luego de robársela.
Se dicen más cosas.
Se dice que por alguna razón, que no es del conocimiento de nadie más que de ella misma, decidió abandonar su carrera como solista y dedicarse íntegramente a la música de cámara y al magisterio. Que formó con su esposo un dúo de sonatistas que hizo historia por la enorme comprensión de la música, el dominio técnico de sus respectivos instrumentos, la altísima musicalidad que hacía de cada recital un acontecimiento sagrado, la versatilidad de su repertorio y, claro, el amor que corría de un ejecutante al otro como en una suerte de río inagotable. La preparación para aquellos recitales era ardua. Ciclos completos de sonatas de Beethoven, Brahms, Mozart, Schumann, Mendelssohn, Fauré, y tantos otros, poblaban los rincones de aquella casa de Mixcoac.
Se dice que, por si esto fuera poco, Carmela trajo al mundo cinco hijos, de los cuales dos murieron recién nacidos. Que su energía y amor los volcó en la música y en sus hijos, dos mujeres y un hombre. Había que verla cuando les gritaba que la comida estaba puesta. O cuando los corregía. Dícese que tenía la mano muy pesada y que no se tentaba el corazón si de arrimarles una tunda se trataba. Mujer culta y preparada, lectora de alemán y francés, se preocupaba profundamente por inocular en sus vástagos el gusto por las artes, por la matemática, por todo lo bello. Comidas regias, visitas a museos y galerías, lecturas comentadas, nada escapaba a su mirada protectora.
Se dice que esa mujer es mi madre. Lo cual es cierto. Me lo dice el corazón. Nadie me ha querido como ella. Descanse en paz.
eusebius1951@cablevision.net.mx
Se dicen muchas cosas.
Se dice que el pasado 22 de diciembre, a las 8 y media de la noche, murió una pianista de nombre Carmela Castillo Betancourt, viuda de Higinio Ruvalcaba. Que había nacido el 16 de julio de 1915 en el corazón de la Cudad de México, en Plaza de la Merced número 8. Que su padre, Eucario Néstor —indígena de las faldas del Popocatépetl—, vio tanta disposición en su hija para el piano, que decidió construir un piso más en su casa para acondicionar lo que sería el estudio de música, el cual dotó de dos pianos Steinway: uno de gran cola y otro de tres cuartos de cola, y uno vertical Ronich.
Se dice que en 1939 la Orquesta Sinfónica de México, dirigida por Carlos Chávez, estableció los concursos anuales para solistas, y en el primer concurso triunfó Carmela, por lo cual tocó el III de Beethoven el 8 y el 10 de septiembre en el Palacio de las Bellas Artes, bajo la dirección de Carlos Chávez, y ante el éxito clamoroso que tuvo, Chávez decidió repetir el concierto el 1 de octubre en el Anfiteatro Bolívar. Y que todo habría salido a pedir de boca excepto porque el violín concertino de la Sinfónica de México era don Higinio Ruvalcaba —quien, por cierto, fue el único de los cien músicos que no felicitó a la solista.
Se dice que el 14 de diciembre de 1946 Carmela e Higinio contrajeron matrimonio en la ciudad de Mérida, Yucatán, donde el violinista había huido en compañía de la que sería su esposa luego de robársela.
Se dicen más cosas.
Se dice que por alguna razón, que no es del conocimiento de nadie más que de ella misma, decidió abandonar su carrera como solista y dedicarse íntegramente a la música de cámara y al magisterio. Que formó con su esposo un dúo de sonatistas que hizo historia por la enorme comprensión de la música, el dominio técnico de sus respectivos instrumentos, la altísima musicalidad que hacía de cada recital un acontecimiento sagrado, la versatilidad de su repertorio y, claro, el amor que corría de un ejecutante al otro como en una suerte de río inagotable. La preparación para aquellos recitales era ardua. Ciclos completos de sonatas de Beethoven, Brahms, Mozart, Schumann, Mendelssohn, Fauré, y tantos otros, poblaban los rincones de aquella casa de Mixcoac.
Se dice que, por si esto fuera poco, Carmela trajo al mundo cinco hijos, de los cuales dos murieron recién nacidos. Que su energía y amor los volcó en la música y en sus hijos, dos mujeres y un hombre. Había que verla cuando les gritaba que la comida estaba puesta. O cuando los corregía. Dícese que tenía la mano muy pesada y que no se tentaba el corazón si de arrimarles una tunda se trataba. Mujer culta y preparada, lectora de alemán y francés, se preocupaba profundamente por inocular en sus vástagos el gusto por las artes, por la matemática, por todo lo bello. Comidas regias, visitas a museos y galerías, lecturas comentadas, nada escapaba a su mirada protectora.
Se dice que esa mujer es mi madre. Lo cual es cierto. Me lo dice el corazón. Nadie me ha querido como ella. Descanse en paz.
eusebius1951@cablevision.net.mx
3 comentarios
LUIS VELARDE CASTILLO -
ali -
si esque eres el autor Eusebio ruvalcaba; mira en la prepa me dejaron un analisis de tu biografia busque tus datos pero solo son muy pocos,
quisiera saber que fue lo que te influyo para que te volvieras escritor?
claro si me puedes contestar lo mas rapidamente te lo agradeceria
graxias
majo -