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La cábula

Reseñas

Tepito: un Dios que todo lo tiene

Tepito: un Dios que todo lo tiene

Carlos Sánchez 

Para Tonatiuh Mar

Son topos que caminan en rumbo inverso. Es la raza que asoma sus ojos para encontrarlo todo. Hay un pantalón de mezclilla de sesenta varos, “a sesenta varos”, insiste el chavo en su afán de vender. Lagunilla es la estación del metro: consuetudinario parto de multitudes. ¿Cómo enumerar las ofertas? Lagunilla es un mercado perenne. La prisa es un tic tac que sólo cesa en el instante de la tranza: vender, comprar. Y avanzar.  A unos pasos la capacidad de tranza aumenta: Tepito es un monstruo que yergue su pecho y mira vigilante a los consumidores acelerados. Controlarlo todo es su posición, fiscalizar el bolsillo del visitante, acariciarlo, dejar que haga su voluntad, mas no dejarlo ir ileso. Compra porque compra. Vende porque vende. Es la ley del comercio: la habilidad para seguir respirando, comiendo, existiendo. Tepito es un Dios porque todo lo tiene. Y si acaso no existe lo que se busca, debe ser porque no es tan necesario. El mito de Tepito no es tan mito: la violencia sinónimo de resistencia es una realidad.  Empero en el trazo del león que pintan, también hay margen de error para la pincelada. Que hay una tacha, cierto, una grapa de coca, un cien de mota, una píldora, incluso una porción para el jaipo, por su puesto. El elixir de la vida lo inventó el propio ser humano, y alguien tiene que proveer. Tepito ejerce su función. La vocación de servir no concluye en eso, a simple vista el marchante puede recrear la mirada con esa instalación estética de aparatos eléctricos: stereos, radios, grabadoras, audífonos, relojes despertadores. Es una escultura accidental.  Existe también el último grito de la moda en ropa, calzado. Y música. Entrar a Tepito es encontrarse con la magia del ritmo en los pasos de la raza, y los gritos que ofertan es un corear en la improvisación musical cotidiana, en la que los transeúntes no reparan, pero que está en sus oídos, en sus miradas. Leo la palabra música y el ritmo de las letras en mi cabeza evoca el nombre de Joaquín, personaje sui géneris que vive en un metro y medio de espacio, en una madriguera cuyas paredes son un bajeo eterno, un requinteo fugaz, un piano acompañado, o solo.  Joaquín Padilla fue trailero por muchos años, y en los días de domar el volante, se preparaba para en un futuro trabajar haciendo únicamente lo que le gustaba. Y la música para él significa todo. Fletarse a vivir de lo que le apasiona fue inevitable. Y llegó a Tepito, como ayudante, después propietario de lo que ahora es Discos Vampiro. El privilegio se dispara cuando Joaquín decide vender discos, con el agregado de que serán sólo temas que le seducen. En el corazón de Tepito está la tienda, y caso excepcional, en su oferta no requiere del grito que convenza, los clientes llegan solos, porque ya saben dónde está lo que buscan.

Joaquín es el Tío de todos, si a la hora del almuerzo se requiere caminar por los refrescos, las palmas acompañadas de voces serán hacía Joaquín: respeto a sus pasos, a sus veinte y pocos más de años firme con la raza. Con los discos como protectores de su cuerpo, sentado en una caja de plástico, el melómano recuerda los años de llegar como ayudante en una tienda. Eran aquellos tiempos de la fiebre de oro de Tepito, cuando llegó, “y me iba muy bien, pero después, gracias a Salinas y la devaluación ya no se vendía nada y lo poco que se tenía pos te lo ibas comiendo”. En su inicio de comerciante la venta era de aparatos electrónicos, la devaluación forzó a que cambiara de giro, y es cuando llega la venta estrictamente de música, bajo su propia consigna de vender únicamente lo que le gusta, “aunque luego muchos me chingan, oye vende esto, pero si no me gusta, no lo meto, aunque sea un riesgo comercial, pero me la rifo con esto (recorre con la mirada su entorno), además esto trabaja con pura clientela, uno trae a otro y así se hace el comprador cautivo”. Si alguien le indicara a Joaquín que señale el disco que más le apasiona, no habría respuesta: “creo que me quedaría corto y no le haría honor a los demás, te podría decir de cada género del que más disfruto, por ahí sí”. El impulso es indoblegable, el vendedor de música toma uno de los compactos del estante que es sinónimo de pared, “es un homenaje a este cabrón, el Chuy Rasgado, y el disco lo hace un güey que se llama Gustavo López, fundador de los Folkloristas, y esta banda la conocí por la cantante que se llama Princesa Donají, y es una banda que puta madre, ¿no?, ahora deja ver si sirve la chingadera.”  Pone el disco, suena el folklor y es un placer que destella en su mirada. De las 10 de la mañana a las 5 de la tarde es el horario de trabajo, y levantar el material todos los días, ir y volver con él, “una faena del diario, llegar temprano, sacar, poner las rejas, todo eso. Sí se saca la feria, a luchas, y claro que quiero ampliar esta honda (danzón de fondo), poner un lugar como por ejemplo en Coayacán, donde me dicen hay otro tipo de gente que le gusta esta música, y le voy a hacer un intento”. En Discos Vampiro no hay crédito para el aburrimiento, las horas son de música. Y en los tiempos libres la literatura es cómplice para matar el aburrimiento. “En mis tiempos libres leo, porque esto es una chinga, estar haciendo un disco y otro, y en poco rato que tengo libre agarro el libro del día, por eso ¿aburrirse?: no. “Yo oía unos güeyes que decían: yo trabajo de lo que me gusta, hago lo que me gusta y todavía me gano una feria; ah, pos yo voy a hacer un negocito de esos, y caí en la música, y empecé a vender música por mis discos, cuando ya no tuve más que vender dije, pues sobre los discos, tenía algunos, y desde ahí. “Estoy satisfecho del oficio, porque pienso que es otra propuesta, y no quiero que se oiga mamón, porque lo que digo es la neta. Podría vender lo que se vende de aquí, competir, pero nunca me gustó. Y ese género es una chingonería (alude al folklor de ese instante); así como disfruto esta, disfruto a Jimy Hendrix, Raymundo Amador, Astrid Hadad, y principalmente a Zitarroza porque él influyó mucho en la forma en como pienso, a lo mejor en como soy”. Retroceder en la memoria. ¿Qué se aprendió, sintió en el primer encuentro con Guitarra negra, de Zitarroza? Un danzón más inicia. A la par sus palabras. “Para empezar la primera vez que lo oí a fondo, andaba viajando en honguitos, entonces prácticamente era yo un personaje de ahí, mucha identificación, por ejemplo el obrero me recordaba a mi jefe, quien en la bolsa de su pantalón llevaba la vida en su almuerzo, una imagen muy chingona, con los universos de ocho palabras que tiene Alfredo, por eso me gusta ese güey, Kiko Veneno (señala un disco) porque él tiene los mismo universos en esos octosílabos, en ocho palabras: todo. Zitarroza tiene una rola que se llama Canción para unos ojos, no sé si la conozcas (la respuesta es, no) pues entonces te llevas este, te lo regalo, no tiene los título pero me costó un pedo conseguirlos, mira güey, siéntate en la caja, te vas caer”. Joaquín narró ya el acontecer de su primer encuentro con Guitarra negra. Que lo que le provoca al escucharla ahora, es la permanencia, por congruencia, en la primera sensación. “Porque creo que esa es la neta, no creo que tenga otras cosas que buscarle, lo que me gusta de él es la congruencia, así como haciendo un inter, diría que a mí lo que me gusta de Andrés Manuel, es su congruencia, porque yo la primera vez que lo oí, hace como treinta años, estaba bien chavo el güey, antes de lo de los pozos petroleros, después alguien me dijo, oyes por ahí hay un pendejo, que disque es de Tabasco, que dice que primero los pobres, ¿cómo que primero los pobres?, pregunté, sí güey, esa es su campaña, su plataforma de campaña, en ese tiempo yo andaba allá por el sur, Salina Cruz, y eso viene porque trabajábamos en  la refinería y era cuando PEMEX era una panacea, pero para puro Ali Babá, cabrón. Un chingo de dinero que se robaron de ahí”. Y si se pronuncia en la charla el nombre de Felipe Calderón, ¿se ensuciaría el momento?, se le inquiere al intervalo de otro danzón. “No, yo en ese punto pienso que mi postura es la siguiente: voto por voto, casilla por casilla, vamos a contarlos, y hay un dicho aquí en el barrio que se aplica re bien, si ganamos o perdemos: feliz o feliciano. Si perdimos ahí, pues chingue a su madre, ¿no?”  Que los trabajadores serán los más afectados, y cita como ejemplo el Seguro Social y lo que le hicieron a los trabajadores. “Yo así lo veo, desde mi mundo que es metro y medio, y en esa oportunidad de ojear la vida, tengo que captar lo que pasa para no quedarme abajo del barco.”  Remar en las palabras con fondo musical es la cotidianeidad de Joaquín. Y una sonrisa de regalo desde su rostro: un aprendizaje del otro intestino que también vive en el vientre de Tepito.

Así es el teatro, libro de Alegría Martínez

Así es el teatro, libro de Alegría Martínez

CARLA MÉNDEZ

Efímero como un suspiro, intenso como el amor y desgarrador como el mundo, el teatro debe saborearse con todo el organismo humano -ojos, piel, corazón y cerebro- para que el recelo, la aprensión o suspicacia de quien lo presencia no ensombrezca o minimice el telar emotivo que tejen sus protagonistas, expresaron notables miembros de la comunidad teatral como David Olguín, Víctor Hugo Rascón Banda y Héctor Bonilla, durante la presentación del libro Así es el teatro de la periodista Alegría Martínez, cuya forma de analizar el hecho escénico fue diseccionada por dichos teatristas.

Como si se tratara de una noche de estreno a la que se dieron cita público, actores, directores escénicos, dramaturgos, promotores y críticos teatrales, el lanzamiento de este texto se convirtió en un foro abierto, donde la gente de teatro compartió sus puntos de vista sobre la importancia del ejercicio de un articulista teatral, quien -a decir de muchos- más allá de sus comentarios a favor o en contra participa en la construcción del archivo histórico del quehacer escénico.

El periodismo, a pesar de lo momentáneo de su información, rescata de la desmemoria acontecimientos de antaño, revive las emociones de los personajes principales y encapsula en sus páginas el tiempo que de alguna u otra forma provoca que estos recuerdos se borren del imaginario colectivo, es por ello que resulta importante la labor de un crítico teatral para quienes hacemos y disfrutamos de este arte, dijo Víctor Hugo Rascón Banda, quien celebró la publicación de este volumen editado dentro de la colección Periodismo Cultural de la Dirección General de Comunicación Social del Conaculta.

"Así es el teatro recupera en la palabra impresa las utopías y pesadillas humanas retratadas por el teatro, descifra las imágenes indelebles, brutales, dulces y divertidas desde la perspectiva de su autora; leer una colaboración de Alegría Martínez es diferente a la de sus colegas porque invita al lector a gozar del hecho escénico".

Mediante los 169 artículos contenidos en las páginas de este volumen, el lector puede descifrar el mapa humano trazado por notables creadores como Héctor Mendoza, Hugo Argüelles, Ludwik Margules, José Caballero, Mauricio García Lozano, Luis de Tavira, José Sole, entre otros, sin dejar afuera el pundonor y entrega de actores, escenógrafos y tramoyistas que han participado en la construcción de la teatralidad.

Este es un texto que da cuenta de 12 años de devenir teatral, una selección mínima de artículos, pero máxima en sus contenidos, ya que revela la devastación humana proyectada por el teatro, puntualizó el presidente de la Sogem. "Ojalá todas la producciones teatrales contaran con un testigo como ella, pues durante su ejercicio se olvida de cultivar la mala leche y las malquerencias".

Por su parte, David Olguín, dramaturgo y director escénico, comentó que para algunos resultan inverosímiles los comentarios respecto a una obra, cuando su autor es alguien estrechamente vinculado a este quehacer, es decir, cuando también se ha sido actor, dramaturgo o director escénico, debido a que la mayoría de las veces no se puede ser juez y parte.

Sin embargo -aclaró el autor- después de leer las más de 300 páginas de esta publicación, reconozco que Alegría Martínez es una auténtica crítica de teatro, pues cada uno de sus textos denotan el gozo, la dignidad y el bienestar con el que esta periodista realiza su trabajo.

"Descifrando sus palabras y percepciones en torno a la teatralidad, resalta de inmediato el énfasis que da a la descripción del espectáculo; detalla escrupulosamente los sucesos emotivos que delinea la convención teatral, dando un panorama de la esencia del tono, el rigor y la vehemencia con la que se efectuó el montaje".

Un libro como Así es el teatro es un material indispensable para la configuración de la memoria teatral del país, pues permite conocer y estudiar la manera de hacer teatro en los últimos 12 años.

En este sentido, el actor y productor de teatro Héctor Bonilla expresó que el trabajo de un crítico siempre es valioso porque da cuenta del devenir histórico del teatro, reporta no sólo lo que está dentro del escenario, sino lo que sucede a su alrededor. "El teatro como expresión efímera requiere de una persona sensible y de mente abierta para delinear los acontecimientos sucedidos adentro del escenario. Alegría Martínez cumple con ambas características, su escritura es escrupulosa y sincera, pues cuando algo no le satisface lo dice directo y sin tapujos".

La atención que le ofrece a un género teatral como son los musicales reafirman lo anterior -dijo-, pues más allá de las descalificaciones o los ninguneos hacia este tipo de montajes, esta periodista realizó un trabajo profesional realzando y enjuiciando los puntos clave y débiles de las puestas en escena reseñadas en este libro.

Por su parte, la también autora de libros como La bitácora del Caballero de Olmedo y Manuel Becerra Acosta, periodismo y poder, entre otros, dijo que Así es el teatro es un objeto de congratulación con la gente de teatro. "En 12 años se ha modificado el rumbo del teatro, es más tangible y crudo como la entraña del mundo. Este volumen es una acción mínima para salvar del olvido las palabras y los movimientos que han trastocado nuestro corazones".

Se trata de un fragmento de lo observado en más de una década, un intento por atisbar en el proceso creativo, en la trayectoria de unos cuantos protagonistas escénicos para echar un vistazo a lo que hicieron en diferentes etapas de su vida artística con la subjetividad que esta temeraria acción necesariamente implica, concluyó.

El exilio en la piel

El exilio en la piel

Alegría Martínez 

Cómo aceptar que la herida jamás se cierra. Cómo sonreír, trabajar, comer y amar cuando el exilio está en la piel como un tatuaje invisible que supura de vez en vez en reacción natural a un entorno que jamás se vuelve propio.

Por eso es que el llanto no termina, porque se añora todo, porque te falta, porque te duele lo que tuviste y no tendrás, lo que no volverás a ver, a probar, a oler, a degustar. Porque hay que reaprender, volver a empezar donde nada es conocido y las mismas cosas tienen nombres distintos.

En estas condiciones, el logro de conservar la vida arrastra la pérdida de lo amado.

Mientras se es niño sólo se intuye parte de todo esto, el tiempo real puede llenarse de juegos, de llanto, pesadillas y canciones, hasta que te enteras de que pasaron años y no hubo espacio para recuperar las piezas del rompecabezas, entre extravíos y roturas.

Todavía están con vida 150 niños de Morelia, de los más de 400 que llegaron por mar desde Burdeos en el Mexique hasta Veracruz; cuyos recuerdos, esperanzas y penas fueron recogidos por el dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda, en homenaje a ellos y al presidente que hospedó en México a aquellos chicos, seguros de que la Guerra Civil española culminaría en dos meses y todo volvería a ser como antes.

Y si bien no fue así, merece la pena enterarse de cómo fueron los días para esos pequeños inquietos que renegaron de su suerte en un país en el que sintieron que ni siquiera se hablaba su idioma.

El dramaturgo supo recoger imágenes, recuerdos, hurgar en diarios, testimonios y cartas, zambullirse hasta encontrar una multitud de voces que pudieran conformar un rostro reconocible, el del dolor silencioso que dejó surcos y gestos inamovibles en seres humanos que aún no habían terminado de formarse.

Los niños de Morelia es una oportunidad para acercarse de frente a un suceso del que se habla sólo en el hogar de quienes lo vivieron, es la posibilidad de observar de cerca las cicatrices, de reflexionar sobre lo que se dejó atrás, lo que se recuperó y lo que se tiene.

También es la ocasión de reconocer un dolor que no se había compartido en la sala de un teatro, donde más de dos espectadores no consiguen que cese el llanto. Y es que los diálogos de Rascón Banda penetran en cada rincón del exilio que tiene que ver con cada acción cotidiana y explota en emoción incontenible.

Así es como el texto nos arroja a las barricadas, a las calles españolas, a los himnos republicanos, al grito que es eco del que emiten los padres, a la búsqueda de un buen futuro desde las aulas de un internado con instrucción militar, al eco onírico de las bombas, a la incertidumbre, a la incomprensión propia.

Como si la voz del exilio español en México pudiera hablar por la boca de cinco chicos que de repente son padres, adultos, a ratos fantasmas y en ocasiones conciencia pura, el autor da a conocer muchas vidas y algunas muertes prematuras.

Su sensibilidad alcanza incluso a exponer esa innegable forma de ser española abrupta, crítica y espontánea que en ocasiones en México ofende sin proponérselo, con humor y buen tino sobre el escenario. Virtud que el director Mauricio Jiménez explota con equilibrio y brillantez a lo largo del montaje. Es así como la compañía entera, integrada por La Jarra Azul (española) y Conjuro Teatro (mexicana), logra conformar un espectáculo que habla de España y de México desde la perspectiva de quienes fueron arrojados aquí sin opción a elegir o a impedirlo, y lo hacen desde el juego infantil, la ronda, la rabieta, el antojo y la esperanza.

Cinco infantes que hablan, riñen, expresan lo que les molesta, reniegan de la educación y la comida recibida; todos de uniforme, unidos por la tragedia, conviven frente a una estrecha franja de arena, hasta donde caerá un barco de papel, un trompo, una cubeta, una manta, elementos que dan paso a la emoción, al trasfondo de sus vidas.

Un escenario semivacío es el espacio de las añoranzas, es al mismo tiempo el patio, el comedor de la escuela, la habitación, el muro, la alberca, la cama donde jamás se descansa. El universo del encierro lejos de la guerra externa.

Los niños de Morelia parece el paisaje de un juego escolar, una tabla gimnástica, un ir y venir de jóvenes en berrinche. Una secuencia de acciones encadenadas; instantáneas de muchachos que se vuelven aviones en su deambular inofensivo para tiernas edades.

El arduo trabajo de los actores: Dana Aguilar, Diana Fidelia, Emma Dib, Oscar García y Héctor Hugo Peña hace que sus cuerpos adquieran la tensión de una cuerda que se modifica según el juego, la ronda, las líneas de una carta, el silencio, el pánico y la nostalgia. Desde la más profunda de sus fibras cada actor y actriz ha sabido asimilar el cosmos de esas dos líneas paralelas que forman México y España, cuando integran la estructura interna de todos aquellos que pensaron en el destierro como algo provisional.


mantarrayamx@yahoo.com

El señor López y la existencia de los pobres

El señor López y la existencia de los pobres Carlos Sánchez.- Es una carcajada. Es la biografía de Fox. Es el panfleto llevado al arte. Es la bandera de la honestidad. Es la gana de trepar a la silla. Es el pretexto el pobre. Los pobres.Es divertido: Luis Mandoki argumenta  que es lo que el señor López le transmite. Y se resume en una palabra: honestidad.En el Centro de las Artes de la UNISON todos son protagonistas. La izquierda la representa Hildeliza González Morales desde su trono el perredito sonorense. La dirigenta toma el micrófono y mete gol: “López Obrador estará el próximo martes en Expo Forum. El señor López”, remata. Qué bonito expone Mandoki, y todos aplaudimos el cabello rizado y sus ojos de color. El cineasta proyecta en su video (el más reciente) la libertad para elegir, sin miedo, después de la metralla hilarante producto de esos tropezones de Felipe Calderón y Vicente Fox.En la urgencia del ya basta, el cineasta entrega la ideología, lo que es más, su ideología está inmersa en lo que es la historia de vida del candidato de la coalición “por el bien de todos”.Nunca antes miré a tantos intelectuales, políticos, artistas, periodistas, amas de casa, entregados a un político. La bandera de izquierda funciona. Y parecería que se nos olvida que el objetivo de la búsqueda  es el mismo: el poder. ¿Le favorece ese cúmulo de intelectuales y artistas que aplauden a López Obrador? Por su puesto. Los grandes pensadores del país han puesto su fe en el tabasqueño.El perfil, el desplante del candidato perredista tiene bien fundadas sus bases para convencer: el arte histriónico que domina. Dice Mandoki que no cobra un solo peso por lo que hace. Aplauso. Seguramente ahora vive de las regalías de Voces inocentes, o bien come de lo que el buen samaritano le ofrece. Qué fácil es carcajearse y coincidir, qué fácil es borrar de la memoria los agravios de los políticos. En río revuelto ninguno de los presidenciables se salva.Para avanzar en política hay que aplastar y aplastar y aplastar. Comer de lo que defecan los de arriba y sin hacer gestos. Seguramente López Obrador nunca lo ha hecho.Por eso la facilidad de Luis Mandoki para convocar los aplausos.Pone el señor López  la cara de santo en cada una de sus declaraciones en el contenido del video producciones Mandokii. Antes el productor, Luis, habla de manipulación: en encuestas, en los mensajes de los otros candidatos que atacan al Peje. Habla de manipulación de todos, excepto de la de ellos. Ellos son pulcros hasta el extremo. No pecan, quieren el bien para todos, porque los panistas son arbitrarios, porque los prisitas son rateros, porque los perredistas son... (¿los perredistas son?).Total: las palmas, las carcajadas, la pleitesía para Mandoki; la idolatría para el caudillo señor López estuvo esa tarde de viernes en el Centro de las Artes de UNISON.El discurso es preciso, certero: por el bien de todos, primero los pobres. ¿Qué sería de los políticos si los pobres desaparecieran? Seguramente se llenarían de gozo, porque esto es lo que pretenden. Se me olvidó comprar el video, ¿alguien me lo puede copiar?Al fin y al cabo, ya lo dijo Mandoki, eso no es piratería, no es ilegal: rolarlo, verlo, promoverlo, es un bien para la nación.

Mi Prado de Lilia

Mi Prado de Lilia

José de la Colina 

Ensayo

La actriz, figura emblemática del cine mexicano, murió el pasado lunes 22. A manera de homenaje, presentamos la evocación de uno de sus más entusiastas admiradores.

Ahora que Lilia Prado, después de tan bien cumplida labor en el cine mexicano, está retirada de la vida pero no de las pantallas, permanecerá en nuestra memoria agradecida. Cuando siendo aún adolescentes empezamos a descubrirla, allá por finales de los cuarenta o inicios de los cincuenta, su presencia nos resultaba casi familiar y próxima, como si fuese una chava habitual en nuestro mismo barrio citadino. Era como la vecinita linda y amable a la que atisbábamos por si se asomaba en el balcón de enfrente, o por si salía a colgar sus prendas en los tendederos de la azotea cercana. O como la chamaca que súbitamente resultaba floreciente en curvas ya de mujer, y que pasaba por la acera entre el cerco de nuestros silbidos de homenaje, ¡fuiiit fiuuuu!, llevando libros y cuadernos, ya no en una mochila, sino entre los brazos y contra el pecho, y caminando garbosamente sobre recién estrenados zapatos de tacón alto hacia las Academias Vázquez o las Escuelas Minerva o similares (Cursos módicos de Taquigrafía, Mecanografía, Inglés, Corte y Confección, Personalidad, etc.). Presentaba un rostro de moderada belleza: nariz breve, pómulos frutales, ojos no demasiado grandes pero siempre francos y vivos, labios levemente trompudillos, de sonrisa lateralmente prolongada por los hoyuelos y los pómulos casi infantiles. Los suyos eran atributos de un rostro bien hecho sin exagerar, enmarcado por el cabello ni muy largo ni muy corto, de ondas tranquilas, que no quería ser modoso peinado “a la permanente” ni fogosa melena de leona. Y toda la calle danzaría alrededor de aquel cuerpo menudo, de tiernas y apretadas redondeces: un cuerpo de “chaparrita cuerpo de uva”, pero que adquiría proporciones de cuerpazo porque la increíblemente angosta y dúctil cintura, el tallecito que se diría abarcable con una sola mano, daba, por contraste, un relieve poderoso al busto leve y bien erguido, a los muslos pujantes, a la levantada región posterior de perfectas semiesferas firmes, que la hacían merecer el título de Venus Calipigia (Venus de la Nalga Recia). Fue precursora de aquel famoso “andar horizontal” de Marilyn la Rubia, un andar que ya nos avisaba de las rumbas arrolladoras que Lilia la morenita bailaría para el cine nacional. Y, como a Marilyn, hasta las locomotoras silbarían admirativamente al pasar ella.

Previsiblemente, el cine mexicano se apresuró a adoptarla, y como eran tiempos del turbio melodrama muy cantado y llorado y bailado, en el que las hembras fatales (María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, Meche Barba, Rosa Carmina) hacían ilusoriamente estremecerse a la moralidad de clase media únicamente con el meneo salvaje y cadencioso de sus flancos, sucedió que Lilia, con su sonrisa de chamaca inocente, comenzó como aquellas superhembras de fuego y noche: bailando una rumba sin fin por el planeta cabaretero o por la sinuosa vereda tropical. Y aunque en esos primeros films fue casi siempre figura secundaria o francamente marginal, los títulos cantan, y también lloran y bailan: Ángel o demonio, Pecadora, La Sinventura, Tania la bella salvaje, Han matado a Tongolele, Si fuera una cualquiera, Pobre corazón, El gavilán pollero, Rumba caliente, etcétera. (¿Por qué tan sana muchacha como Lilia, tan inocente energía como la de la rumba, podían ser imagen y pregón del pecado e incluso del crimen?)

Entonces vino Buñuel y la miró de otra manera, y no como la hembra fatal o el mero torbellino danzante. Lilia no baila una sola rumba ni ejerce particular maldad en Subida al cielo, donde es una caliente y alegre muchacha, una seductora de provincia; ni en La ilusión viaja en tranvía, en la que recobra la condición de buena muchacha de barrio, vivaz noviecita y compañera de su novio; y aun menos en Abismos de pasión, melodrama tempestuoso en el que estaba fuera de lugar y de situación, reducida a un papel de ingenua sacrificada a las grandes pasiones de las fieras humanas, si bien encantadora como siempre. Pero pocas veces una estrella del cine mexicano habrá ejercido tanta sensualidad como la que prodiga Lilia desvirgando a un tonto mozo en el interior del autobús transformado en selva lujuriosa, o haciendo el simple gesto de subir al estribo de un autobús o un tranvía, y mostrar, bajo la falda levemente recogida, un pie con zapato de tacón alto en que el empeine peraltado sintetiza todas las curvas del cuerpo y anuncia la pantorrilla y el muslo soberanos. (Fue a Buñuel a quien le oí alabar su figura con un ejemplo evocador: “Esa muchacha —dijo— podría llevar una mochila sin sujetarla con las correas.”)

Tras el fulgurante paso por el cine de Buñuel, inmediatamente el cine mexicano recobró a Lilia, la reintegró al melodrama hipocritón (otra vez títulos tristemente indicativos:, Después de la tormenta, Horas de agonía, Senda prohibida, ¿Cuánto vale tu hijo?, Las cadenas del mal), o la enredó en comedias mental y humorísticamente deficientes en las que frecuentemente era devuelta a la ardiente pero ya anacrónica rumba, o entregada al portentoso rito del mambo o incluso propulsada al rock and roll, baile particularmente sonso y nada erótico si los hay (sólo ella merece que se revean Las tres alegres comadres, Tío de mi vida, El que con niños se acuesta, A media luz los tres, Mi esposa me comprende, Ando volando bajo, Mis secretarias privadas, Dos maridos baratos). Ocasionalmente, aquí y allá en esa larga filmografía, ¡de 97 títulos!, un director apartaba una secuencia o una escena para el solo esplendor de Lilia. En La vida no vale nada, de Rogelio González, donde hacía de hembra terrible, destructora de los muy machos Wolf Rubinski y Pedro Infante, Lilia incitaba a un impetuoso mar costeño, de ansias viriles, a ceñírsele al cuerpo, mojándole las ropas y dibujándole y haciéndole más tangible el talle. En Pueblito, de Emilio Fernández, su larga y cimbrada caminata por el pueblo para ir a bañarse en el río era celebrada por la miradas deseosas de todos los lugareños, que abandonaban sus campiranas labores para regalarse con ese fiesta visual de todas las tardes, y entonces sus sedientas miradas multiplicaban la de nosotros, los, ay, distantes espectadores de la sala de butacas.

Lilia Prado es mi favorita presencia femenina del cine mexicano, mucho más fascinante que las sublimes y no muy simpáticas grandes estrellas, las especialistas del gesto desdeñoso y la ceja alzada, las diosas de la belleza imponente, modeladas en diazmironiano hielo de las cimas: digamos Dolores del Río o María Félix (y ellas me disculpen). Pues si el cine que aquí se ha hecho para bien y para mal ha de tener una figura emblemática que sustituya a la solemne estatuilla de Ariel, voto una y otra vez por Lilia Prado. Y quisiera, además, que un fabricante nacional de muñecas pusiera en el mercado, para competir con la Barbie standard y sosa, una pequeña, graciosa, manuable y siempre única Lilia, dotada de mecanismo de cuerda o de perpetuas baterías. Ah, me animaría entonces a jugar a las muñecas.

Piel sin límites


 Carlos Sánchez
 
Soy un niño con los ojos abotagados. Un minuto, dos, quince, treintaitres, cuarentaiocho. Incrédulo entra la violencia a mi cuerpo. La butaca es mi refugio. No sé explicar qué significa catarsis, pero la intuyo, la huelo, la sufro.
Si alguien me hubiera dicho que a la persona que entrevisté por la mañana la vería convertida en la historia de mi familia, no lo hubiera creído. Si alguien me hubiera dicho que la impotencia acecharía como un perro rabioso a mi instinto, juro por lo más sagrado que es la palabra, que no me asomo al teatro.
Ahora despotrico: por qué no subí a partirle la madre a ese rufián que le escupía la cara a la dama. ¿Era mi padrastro, el amante de mi abuela, el novio de mi hermana?
Carmen Werner fumó cigarros ante mi olfato sobre la mesa de un restaurante. Me advirtió en esa charla la densidad de la pieza que ofrecería esa noche. Me lo advirtió pero yo lo entendí como si nada fuera cierto, por esa parsimonia humilde en su mirada, en sus palabras.
Carmen no pudo proyectar a mi instinto la magnitud de lo que me hablaba. Y fue entonces que me apersoné en el teatro, con la disposición de ver los cuerpos inmersos en la luz y el sonido dando de vuelcos.
Desde que puse mis codiciadas nalgas en el asiento, la prisión de mi infancia me llevó a recorrer las cuerdas, las paredes, la luz, el escenario completo que gracias al cielo nos ha regalado esta coreógrafa española.
Me ha maravillado el escenario todo, enseñando su intimidad, abriendo su pecho para liberar la manipulación de la cual es objeto todos los días. Lo he escuchado, lo he visto entregase dócil. El escenario está allí.
Dice Viki Miranda, ejecutante de Piel, la coreografía de la cual ahora sufro-gozo, que el Teatro de la Ciudad es uno de los más bellos en los que ha bailado. Yo agradezco a Provisional danza el regalo: para nuestros ojos el escenario todo.
Lo demás, del dolor del escupitajo, la violencia, la necesidad humana de sorber con crueldad la piel de los demás para gozar del sometimiento, eso es ya un acontecimiento al que tristemente me he acostumbrado.
Tal vez deba celebrar ahora que estas (os) españoles (as) me han devuelto a mi made con el labio sangrando, llorando ante la postura recia de la abuela que ni escuchar quería, porque sus palabras las dijo anticipadas, y el equivocarse para ella, en este juego de la vida, siempre estuvo prohibido.
Hace unos días conversaba con una amiga, mientras observábamos  una coreografía le abría una de mis fantasías: irrumpir en un teatro, intervenir una obra. Esa noche tuve la oportunidad, porque el muy cobarde que acompañaba a esa dama en el brindis de no se qué, le escupía la cara ante mis ojos. Ahora lamento el control raro (el cual hace unos días me describió otro amigo) del que soy dueño y por el cual no me pude abalanzar contra la bestia y abrirle la piel con mis puños.
Que violencia tan mágica he vivido esa noche.
Verla cubierta, con la respiración muerta y en su boca la boca del homicida, tal vez lo hubiera soportado, porque ya había fingido como si nadie supo, nada pasó. El ruido de una ambulancia entró a mis oídos justo en el instante del crimen. Bendita sea la coincidencia de esa sirena sobre el asfalto de la calle rosales. Qué manera de cerrar el telón.
Hubo un instante, o muchos, que por justicia a la creación, no dejaré pasar. Muchas veces he dispuesto la mente a la obra mayor de José Donoso. Esa noche, en la coreografía de Provisional danza, el guión de El lugar sin límites, del chileno, estuvo reiterándome su grandeza. Y una vez más lo he comprobado, el arte me convierte siempre en un niño.
Quiero besar ahora la planta de los pies de Carmen, la frente de los bailarines. Quiero cerrar los ojos para retener los dos, quince, treintaitres, cuarentaiocho minutos de placer hundido como una estaca en el pecho. Y aplaudir la piel... sin límites.
 

Soplos de poesía trocaron humores rancios por instantes de frescura en el Metro

Estación Hidalgo, primera parada para los susurros de Les Souffleurs

FABIOLA PALAPA QUIJAS

Tomado de La jornada

En el transcurso de la mañana de ayer lunes hubo un cambio repentino en el ambiente, viciado y fragoroso, que se vive a diario en la estación Hidalgo del Sistema de Transporte Colectivo (STC).

Justo en la intersección de las líneas 2 y 3 del Metro, ese espacio subterráneo vio trocados sus humores rancios por soplos de poesía en los oídos de los transeúntes, que preguntaban azorados:

¿Quiénes son? ¿De qué se trata?

Y al desconcierto siguieron las sonrisas y el agradecimiento hacia los simpáticos personajes vestidos todos en negro, armados con paraguas, abanico y un largo tubo con el que conectaban sus labios con los oídos de los desaprevenidos metronautas, para decirles así, al oído, poemas que los transportaban no a otras estaciones, otros andenes, otros pasillos y torniquetes, sino a imaginarios paraísos.

Del sofocón al suspiro

Cambio en la temperatura ambiente, en la de los cuerpos y en el imaginario colectivo. Del bochorno se pasó al soplo de un vientecillo fresco en las entendederas. Del sofocón al suspiro. De los apretujamientos a una forma invisible de abrazar y ser abrazados: decir y escuchar poesía. Abrasados.

Integrantes del grupo francés Les Souffleurs comparten susurros poéticos con usuarios del Metro Fotos Marco Peláez

De pronto entonces los usuarios estaban, estoicos y resignados, parados en un andén, esperando su vagón, pero, por magia de poesía, una vez que uno de esos personajes conectó su tubo oscuro con sus mejillas, el viandante ya estaba, en su magín, en un jardín amplio y fresco, un lugar tranquilo donde respira la poesía a su dulce antojo.

Pasaban así los metronautas de la sorpresa al gozo. Hubo quienes expresaron su contento contestando con poesía, como el señor Alberto Navarro, quien se puso a susurrar poemas del rey Nezahualcóyotl (''no cesarán las flores/ no cesarán mis cantos/ sólo hemos venido a soñar").

Así de repente no sólo había viandantes, metronautas, transeúntes, sino que todo el espacio subterráneo se llenó de palabras que cobraron vida: fuego, agua, ojos, vida, día....

Y mientras esas palabras saltaban de andén en andén, hacían girar los torniquetes sin que pusieran su boleto de entrada en la ranura, abordaban veloces los vagones, desaparecían felices, engullidas por las puertas corredizas y el pitido profundo del gran gusano naranja, los oscuros personajes de abanico, tubo y paraguas ayudaban al parto sin cesárea de palabras. Hubo así innúmeros alumbramientos en pleno andén.

Soplos de vida

Empleados del STC, amas de casa, estudiantes y hasta policías vieron de qué manera uno puede vivir la poesía. Otros no cesaban en su trajín sudoroso de trasbordo, inclusive hubo quienes expresaron su desdén: ''ésas son babosadas".

En cambio, una dama se sentía tan complacida que no se conformó con que le susurraran al oído un poema, sino que se acercó hasta en tres ocasiones con los hombres de negro para que le susurraran más poemas y más poemas y más poemas.

Hubo también quienes quisieron un autógrafo de quienes les acababan de regalar un soplo de vida.

Y así como en un tris, un chistar de dedos, un pellizco en la imaginación o un parpadeo habían aparecido los de negro con su poesía, así tambien, en un derrepente, desaparecieron y desapareció con ellos la calma y la tranquilidad en ese espacio subterráneo, que volvió a sus humores rancios y sebosos que aceitaron nuevamente el reptar del gusano naranja.

Fue como ver transcurrir el tiempo.

Cautivas

 

Por Rocío Galicia*

Esta obra de teatro actualmente se encuentra en cartelera en el Teatro Helénico de la ciudad de México. Escrita por el dramaturgo chihuahuense Víctor Hugo Rascón Banda, a partir de la narración que la propia actriz Laura Zapata le hiciera del secuestro que sufrió hace 3 años. Extraña mancuerna sin duda fue la que llevaron a cabo Rascón Banda y la actriz Laura Zapata para la creación del texto.

Comienza la función y pienso, ¿por qué no percibo el estilo de Rascón? La acción no es contundente, el público está inquieto. Concluyo: “Debe ser que se dejó influir por la actriz”. Transcurren los minutos y de pronto emerge la maestría del dramaturgo en la escena de la “fiesta” que los secuestradores le hacen a sus víctimas. Un silencio sepulcral se hace en la sala, “huele a muerte”, de ahí en adelante la obra va a más y más. La máxima aspiración del teatro se cumple, el hecho de comunión o comunicación se logra. Actores y público conviven a nivel de almas. Lo que parecía una obra comercial dio un vuelco, apareció la fibra e inteligencia de un hombre al que le debemos tantas obras que han marcado la historia reciente del teatro mexicano: Víctor Hugo Rascón Banda. Simultáneamente Laura se deja tocar por su pasado, los otros actores metafóricamente se toman de las manos y juntos entran en la misma sintonía para construir ese entramado de miedo, muerte, desesperación y dolor intenso. Se suceden escenas que nos mantienen en vilo.

Todos en la sala conocimos por los medios de comunicación cómo fueron secuestradas Laura Zapata y Ernestina Sodi al salir de la función de Bernarda Alba, cómo intervino la AFI y finalmente supimos cómo fueron liberadas al entregar el rescate. Esa trama fue respetada, pero fue contada por el dramaturgo, director y actores con un compromiso tal, que lograron atrapar al público. En la narración escénica fue apareciendo información que nos involucra: se dirigían a cenar al Sanborn’s de Galerías, los secuestradores citan a quien pagará el rescate en San Ángel, en el encierro las hermanas escuchan que venden “40 naranjas por 10 pesos”, refieren que López Doriga está informando sobre el secuestro. Datos que denotan un presente y que a modo de una aspiradora nos arrojan al saco de la violencia y la inseguridad en que vivimos. Cualquiera del público está incluido en la historia, son los lugares por donde transitamos, es esta época de la que hablan, la mayoría sabemos, hemos padecido o padeceremos un secuestro.

Una coincidencia, yo vivo cerca de la casa de seguridad donde estuvieron encerradas. Al terminar la obra salgo tan impactada que decido ir a ver ese lugar, es de noche y hay 2 camionetas de la AFI custodiando la casa. Con algunos vecinos indago y me sorprendo, muchos sabían que algo raro ocurría ahí. Los habitantes tenían una casa imponente y parecía que no trabajaban. La gente sabe que varias casas de los alrededores, las mejores son de ellos. ¿La policía no lo sabe? Cautivas me llevó a ese lugar, ahora sé dónde vivo y también percibo el miedo de quienes moran cerca.

Teatro y entorno es el binomio que caracteriza a buena parte de la dramaturgia que surge en el norte de México y que a mí me impacta. Así, una de las líneas temáticas se centra en la presentación de los problemas que padece la población. Esto es lo que Víctor Hugo Rascón Banda retoma para plantear la experiencia de Laura Zapata. La historia se vuelve incluyente y por eso el público sale satisfecho del hecho escénico. En el Libro de comentarios que está en la salida, se observan felicitaciones, las cuales sobre todo subrayan la valentía de llevar a escena el tema. Ese público hará que otros acudan, pues en Cautivas se reúne la pertinencia del tema, la pericia de Víctor Hugo Rascón Banda, la entrega de Laura Zapata, la experiencia del director Enrique Pineda y del escenógrafo Arturo Nava, así como las excelentes actuaciones de: Verónica Lánger, Jaime Garza, Joaquín Cosío, Marco Bacuzzi y Guillermo Navarro. La obra conmueve por esa cercanía. Shakespeare y los personajes de su época nos siguen diciendo mucho, pero ¿quién hablará de lo que pasa en esta época? ¿Será esa una clave para resolver la falta de público en las salas?

*Rocío Galicia.

Centro Nacional de Investigación

Teatral “Rodolfo Usigli”