La algarabía de ser cronista
Carlos Sánchez
Manuel Llanes
Un libro necesario, eso es de efe, el más reciente volumen de crónicas del escritor sonorense Carlos Sánchez, el mismo de Linderos alucinados, una de sus aventuras anteriores. Necesario porque hacen falta voces disidentes, personas que se animen a defender lo que para tantos se antoja indefendible: la causa del polémico, amado y odiado, Andrés Manuel López Obrador. En el libro de Sánchez hablan aquellos que defienden la legitimidad de los plantones, del voto por voto, personas que también existen, aunque a veces muchos se olviden de ello.
“Andrés Manuel sigue caminando, para llegar al Zócalo, donde dará un discurso, que más tarde analizarán connotados periodistas que recibieron el reporte en sus oficinas”, dice Carlos cuando abre fuego. Para que no le pase lo anterior, para hablar y escribir de primera mano, sin penosos intermediarios, acerca del plantón-bloqueo del Paseo de la Reforma, Sánchez viajó hasta la Ciudad de México, donde fue corresponsal del portal La Pluma, que ahora, con Ediciones La Cábula, da forma de libro a este conjunto de textos. Ahí se vuelve testigo de cómo el plantón-bloqueo es “un cuento de autoría colectiva”.
Escritor de prosa apasionada, en constante coqueteo con la poesía lírica y sus peligros, no es extraño que entre las imágenes memorables se cuele el desaliño, la falta de rigor, que son compensados por afirmaciones como la siguiente, poseedora de un auténtico ingenio, acerca de una marcha de simpatizantes de AMLO:
“Reforma (en fotografías aéreas) puso alfileres en la cabeza de los manifestantes para hacer un conteo exacto, y la cifra se redujo a 350 mil. Aparte de apoyar a la derecha, Reforma ahora hace brujería, encaja alfileres y desaparece a la raza”.
Desde hace años, Sánchez ha declarado su amor por la ciudad y sobre todo por sus habitantes, la gente, la raza, para ser más exactos, por eso no es extraño que en sus crónicas aparezcan los desprotegidos, los más pobres y, muy frecuentemente, los criminales, que en sus textos son producto de las desigualdades de la sociedad. Es decir: desde hace años, Sánchez es un cronista incómodo e inconforme, preocupado por saber los motivos del joven infractor tras las rejas, el homicida, mientras el resto de la sociedad simplemente ignora ese mundo y lo consagra al territorio de la nota roja, donde habitan los monstruos, jamás los humanos.
Por eso, por ese espíritu popular que atraviesa sus libros, Sánchez se siente como pez en el agua entre las hordas que rodean a AMLO, porque durante años éste ha manejado una retórica similar —¿sincera?, difícil asegurarlo— de apoyo a los pobres, al pueblo.
Este libro, entonces, entraría en la historia aunque su aspiración sea entrar en el mito, porque tal es su osadía —defender un movimiento al cual no le faltan detractores—, que con el tiempo tal vez se convierta en referencia, en uno de los pocos textos de autor sonorense que se animaron a contradecir las versiones de algunos medios, que simplemente tachan de loco al “Peje”.
La metáfora oportuna
Las cosas se tornan preocupantes cuando el discurso de un líder político contagia a sus seguidores. El tirano en turno tiene una forma de expresión que a veces es contagiosa, o que logra imponerse en la prosa periodística de quienes creen en él… o le temen. Esa debilidad quiero señalar aquí: cómo las expresiones de López Obrador, que se expresa en términos falsamente contundentes, en realidad simplistas, como “derecha” o “cerco de los medios”, ha terminado por ser asimilada por sus correligionarios. Igual que en años pasados, Armando López Nogales logró que en el vocabulario de los reporteros se colara el término “coadyuvar”.
Sin embargo, ahí donde le falta distancia crítica, objetividad, como el mismo lo dice en una de las crónicas (“De la marcha al Zócalo, a la objetividad como falacia”), a Sánchez le sobra un deseo de expresarse, de acuñar metáforas: así, el metro es un “consuetudinario parto de multitudes”. Otros ejemplos: en La Lagunilla, “la prisa es un tic tac que sólo cesa en el instante de la transa”. “Tepito es un Dios porque todo lo tiene”. “En el de efe todo juega a ser agua en días de verano”.
Otras veces, Sánchez da con la clave —al menos una de ellas— de la popularidad de López Obrador:
“Dentro de poco ya Andrés Manuel dará su discurso, el cual se vislumbra será un argumento más para continuar la fiesta de la protesta, porque gritar es necesario para el desfogue de la frustración, porque la vida necesita algarabía, y treparse de la justicia, de la democracia, no importa, complementar la rutina de la semana con un poco de diversión es una necesidad que late en la sociedad”.
Con todo y eso Sánchez es mejor cuando habla de los amigos, como el escritor Eusebio Ruvalcaba y el periodista Víctor Roura, editor de la sección cultural de El Financiero. En unas cuantas palabras, Sánchez nos contagia del ambiente cálido de una convivencia en casa del primero, donde la política se quedó del otro lado de la puerta.
Sánchez se aventura en una ciudad que lo seduce. De ese escrutinio está hecho de efe, el testimonio de un viaje durante el cual puso a prueba su buen ojo.
“En una convención de domingo cabe todo, incluso el surrealismo”, es la crónica crítica del movimiento, donde no faltan los comentarios irónicos acerca de Porfirio Muñoz Ledo y su camaleónica trayectoria.
Un hombre sonorense vivió la ciudad, la gran ciudad, en trance de volverse ciudadano de un mundo más amplio.
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