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La cábula

Favores musicales

Favores musicales

Eusebio Ruvalcaba

Para Flor, la de La Ópera

1 En mi artículo del sábado próximo pasado, el diablo de las erratas le pone a la fotografía de Anne-Sophie Mütter el pie: “Celia Treviño”. No voy a hablar del violinismo de cada una pero sí del físico. Y la verdad brincos hubiera dado mi querida Celia por parecerse a la Mütter. Ciertamente, Celia Treviño ponía nervioso a más de un atrilista, pero de ahí a que fuera dueña de una belleza semejante a la de la violinista alemana, hay su distancia. Ahora mismo viene a mi mente una anécdota. Alguna vez, en los sesenta, Celia Treviño tocó en Bellas Artes y mi padre me ordenó: “Llévame al concierto de Celia”. Lo llevé. Celia tocó Mendelssohn y escuché la voz de mi progenitor: “Acompáñame al camerino, quiero felicitar a Celia”. Fuimos y la gente aguardaba —cuando menos había cincuenta formados— con el programa en la mano. Cuando mi padre llegó ante ella, Celia perdió toda la compostura. Se sonrojó, le dijo: “Si hubiera sabido que estabas aquí, Higinio, te habría dedicado mi concierto”. Mi padre se quedó callado, y luego pronunció estas palabras: “Nomás vengo a pedirte un favor: que cuando toques ante el público no te pongas esos vestidos sin mangas, porque tus pellejos distraen”. Dio media vuelta y se fue. Aún alcancé a ver el rostro de Celia, por cuyos pómulos escurrían dos lagrimones.

2 Una idea es un favor, para quien sabe capturarla. Evodio Escalante me sugiere dedicar un artículo a mis conciertos para violín favoritos. Yo acepto encantado. Pero no puedo hilvanar una línea con la siguiente. Los conciertos me desbordan y se salen de control. ¿Tengo tantos favoritos? ¿Barrocos, clásicos, románticos?, ¿nacionalistas, expresionistas, modernos? Mejor dejo descansar la sugerencia. Mientras, me dedico a oír.

3 Una mujer que dice llamarse Flor susurra mi nombre en el oído. Proyecta su lengua, que se precipita hasta el tímpano mismo. Pero no le basta con la prosodia convencional. Le pone música a esa grotesca palabra: Eusebio. Y embarra de saliva cada recodo de la innombrable oreja. Repite la faena cien veces. “Le estoy poniendo música a tus oídos, te estoy haciendo un favor musical”, me dice, y con gracia infinita lleva mi mano hasta su entrepierna. Gran Dios, cómo agradezco estos momentos. Y más aún que provengan de Flor.

4 Leo la espléndida prosa de Jack Kerouac (En el camino) y me detengo en un episodio en el que asiste a una representación del Fidelio de Beethoven. Enseguida de la ópera se emborracha con sus amigos y se la pasa gritando “¡Cuánta tiniebla!”, que es el leit motiv del barítono. Y baila y toma a las mujeres de la cintura y les dice al oído “¡Cuánta tiniebla!”. Diablos, yo jamás hubiese sido capaz de aterrizar así una ópera de Beethoven. Qué gran favor musical me hizo Jack Kerouac, sin duda mi escritor gringo favorito (cuando menos muy superior al engreído e ininteligible de Faulkner), casi a la altura de William Styron y de Salinger, y tal vez, sólo tal vez, un poquito abajito de James Baldwin. Digo, pues, que cómo es posible hacer de la gran música un paliacate para bailar encima de él. Como se baila encima de un mosaico.

5 Qué gran favor musical me hice a mí mismo cuando dejé de estudiar violín.


eusebius1951@cablevision.net.mx

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