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La cábula

Poesia

un poema del jorge, el ochoa

¿Por qué no dejaste a mi vida verte crecer
entre la algarabía verde de lo colombos y obeliscos?

¿Cuánta, mujer esquiva, ha sido mi pobreza:
si lo único que deseaba era que en mi casa
me cantaras encima de la boca
esas canciones que tu gritabas tan horrible?

Ser para ti, como alguna vez lo dijiste,
ese “dibujo” de liebres petrificadas
por la impostura de la luna,
y del color abombado y llorón que guardan
las estufas amarillas, la verdura y los gises.

Y como la vida se anda en los colores,
ser para ti completamente yo,
un largo beso azul terriblemente enamorado.

  Pero como quizá a ti no te vuelve loca
el color de la lechuga o la semilla de higuerilla,
ni te vuelva contenta
un puñado de clips o de torundas,
permíteme siquiera dejar evidencia para ti,
la revolución real del individuo
que se agiganta en la minucia.

alado

Hay dentro del pecho un ruido constante. Es la vibración de un hilo que resuena y suena. Dice un nombre. Inventa sílabas tres. Un nombre de mujer. En ocasiones va a más e inventa historias. Divaga. Observa gaviotas sobre el cuerpo dormido. Las aves le dicen el nombre aprendido. Ayer por ejemplo vinieron de nuevo y dijeron más que las sílabas. Cuenta el sonido del pecho que las gaviotas le han construido la mirada perfecta, la voz exacta, el pelo definitivo. Ella en su andar no va más que a su pecho. Por eso el ruido incesante pende del hilo de su nombre. Es un grito por la calle, detrás de la ventana. Son los pasos sus huellas encima de la vibración. Es un ruido desesperado. Es un dónde estás que ahoga la vida. Es un ruido que va al vientre. Un ruido que se impacta por el camino del vaho. Contra el cristal frente a su boca. Es un ruido vibrar que apaga la mirada. Es un ruido... (c.s.)

Pupila

La venda en los ojos. Ayer estuvo el sol. Las nubes lo taparon. Fue un instante. Dicen que en el barrio hubo posada dulces y clamor de un político. Ayer en lo que fue la casa y mi padre dejó su cuerpo, la música llenó de recuerdo la vista cansada de ese viejo. Porque él sigue viendo. La muerte sólo le sirvió para eternizarlo. Bien me lo dijo hace no sé cuántos años. En una mañana del primer sorbo: soy cabrón si después de muerto vuelvo. No necesitaba. La venda en los ojos es transparente. Lo observa todo en esa su posición de hombros caídos. Dónde de está la ausencia. En casa de la reputamadre que parió al político. Los morros siguen venerando al ruco, el que fue mi jefe, porque ahí lo ven, se les aparece, y hay quienes incluso turiquean con él. (c.s.)

índice

Hace aire y la ciudad es dócil. El canto alegre de la gaviota para mí es un dolor. Anoche los gatos cogieron en mi oído izquierdo. Ya no es una razón el desvelo. Para decir que no estás. Y si tus dientes me enseñaran de nuevo la estética del trazo. Mejor será vivir en el viento. Apaga a luz y vámonos. ¿Algún día estuvo prendida?

Ópera a un despertar

Rocío Romo IVigilia  

Sueño, color crustáceo

el olvido primero de catorce noches;

porque el otoño es especial,

para articular

una sutil remembranza del olor a hormigas,

en la sonoridad de cada estación

-es el detalle del año-,

para nunca derrotar la caída en sol, la, do, re, del recuerdo del cuerpo.

 

Detrás de una incierta tempestad

se abre el universo,

de las olas silbando una espuma

que rememora Afrodita.

 

Susurra el corazón un latido horrendo,

fatigoso en la especie de lo soñado;

ver el fondo, para mirar el templo

morar el templo de la mujer negra,

el Fénix ayuna en esta tarde cenicienta

tarde madrugada,

se levanta espectral al insomnio de un gigante

burlesco en principio,

fenomenal,

al circular en los vagabundeos de lo onírico.

 

Flechas se ponen de pie en la cama,

auroleando, la muerte.

¿Quién sostiene en sus manos el arco?

seguramente no Cupido.

 

Flagrante el repetido retorno

del fuego verde

y el deseo tibio se disuelve

en una lluvia ácida de retinas saladas.

Veo mi latir en la estrella

que no cesa de rugir el lamento del deseo cumplido.

 

Y si el oráculo del estupor

frecuenta mi temprana hora

dejo de creer en la cultura,

desarticulo una oración de memoria

de la memoria, el sueño tributario

en huesos lejanos de quién sabe qué época.

 

La sangre es la pesadilla de una vida

y ya la vida se ríe en cascadas carmines;

una sacudida trémula en la sinuosa oscuridad,

la nube baja a navegar por el suelo

y se inflama, nube cenicienta,

nube fulgorosa, se empolva;

tiriteo de frío, la boca está blanca,

y un aviso de humo en mi garganta

figura en la tal danza del descenso neblinar.

 

Corazón, con razón no sabes parar

                                                -hasta en este verseto-.

Un preludio se avoca en tu tamborileo

descubierto por el sereno,

fulminador de una nube,

en templos sin tiempo

de lo que fui, de lo que fui,

Y ahora demacrada…

Ojeras cuevas

anidan suspiros en mi cabalgar ocular;

persigue el retorno un estertor suicida

de esta pesadilla manifiesta,

que sin voz, musicaliza una lápida en sal.

 

La situación renuente de soplar cigarros,

al remolino de voces

en la ópera del despertar.

   II 

Insustancial regresa, la caída,

descenso en luna,

acordes orgásmicos:

se olvida un cuerpo.

Un alma despierta

es alérgica al humo.

 

La belleza

fecunda el rito

de nadar simultáneos, retóricos, hasta el horizonte

y tomar con las manos un mundo cuadrado,

y caer, y caer y caer,

olvidados del mundo.

Punto Romántico para el acecho celestial,

para no lastimar la caída del horizonte

creamos la falacia del mundo cuadrado.

 

Hay fetos esparcidos por doquier

acumulados en la observación

de un sueño fecundo,

negro al perpetuarse

rojo al volar del Tiempo.

Morfeo desangra

en cada nacimiento su pesadilla.

 

La Iglesia hace el amor con las Tinieblas

y un muerto nace cada día

es por eso lo de los anillos en las misas.

 

Este deseo de no despertar,

de no acudir a la inquisición del cuerpo,

truena las vértebras

de la columna de las sienes;

y me duele la cabeza.

 

La muerte no es anunciada

a no ser por mi puño,

que no se fija en las notas,

no fija su mano en señales

tales

como

adioses, victorias, exactos:

un dedo acusador que juzgue la gloria

de escribir mi muerte,

y después transmute en ángel

para un cielo.

                                    -no creo en dedos ángeles-

a no ser que tenga a cinco cupidos en mi mano.

 

Abono la risa que se cultiva en sí misma,

ensimismada de vida

se embriaga la terquedad con un cáliz romántico.

 

Perforarse la sien

es dejar de caminar,

y acostarse en la Muerte,

que tiene tanto sueño

es evocar su renacimiento.

 

Si, la, sol, re,

si la sonrisa redime

el canto de un despertar

ha callado por hoy.

  III 

Favor

de entregar frágilmente

la respiración al hado,

a la hora marcada,

para un reposo moral.

 

Mares de causas

se desbocan a empinar el efecto

con la sonrisa babeante de tentáculos cínicos

de un servilismo magistral,

como debe componer todo el otoño:

magistralmente.

 

El pudor del sarcasmo pueril

irá acorde a la política subversiva

de los que se abonan la tarea

de regar la luna tres veces al día,

y se ríen del porvenir.

Y marchan periféricos, absueltos de toda culpa

hacia su trono,

donde al comienzo le espera algo,

siempre espera,

un desatino de la línea trazada

por el prisma de luz,

por el Índice inocuo,

desesperado

con segundos bordando

su cápsula de lazos humanos,

donde su magia es manifiesta.

Segundos después,

oramos en silencio lento, acogidos

a los que se fueron

a nadar impasibles.

 

En la mudanza tregua de la luz y la noche

se esconde el átomo,

ora bien, ora mal,

le oramos a la alquimia,

se ahoga su simulacro,

disuelto en  fragmentos de mármol

y navegan en la oscuridad del mar

causa de un maremoto de migajas rítmicas,

causa veloz del silencio

en el ahogo del latido de esta página muda.

                                                             IV

Si antes de Zeus

Cronos se amortiguó en el Tiempo,

no respondo de mi infinito.

Según dos amigos,

la noción de mi frente

le gana al pulso de un reloj.

 

Un momento nació deshojando una flor.

 

Sambutir el trono del Rey

en la antesala del caer al pozo,

es cosa de locos.

Mas tarda el humano en llegar al horizonte,

que el Rey en retornar infinitamente a la Tierra.

 V 

Te deseo totalmente.

Escuálido, mortuorio, sol

de mariposas temerarias,

El deseo desciende

se acuesta en el otro lado del planeta.

Masacra su lecho el viento de Gloria

y un aullido de peces

componen los acordes,

que a como suenan,

parece vital.

 

Agonía de la tarde,

y el Sol y el Sueño y la Pesadilla y el Mar,

y las Olas,

no te encuentran en tu laberíntica alegría

no te mecen hasta aquí,

revolvente recuerdo.

De tus ojos

tus parpadeos oleantes

chasquidos de saliva,

suicidio de la gran marea

otro desgarre retínico.

 

Azul y verde otros matices,

totalmente subrayados

en este deseo procaz, de ti.

Tu semejanza, absoluta sombra

que no te niega nunca.

La inestabilidad de tus pestañas, es

más o menos renuente a mi lingüística.

 

No hay Padre Nuestro

para tus ojos, metafísica pura.

Tu aura teje lo que tus manos proclaman

un verso vestido de cadentes goces

                                                -contrastes humeantes-.

 

El mediodía juega con nuestro espíritu.

El Mar desaparece,

se pone el Sol,

la alarma se va,

y peleamos por despedazar

la Química del Viento

para retorcerla en el Ocaso.

  

Cuándo podré permitir el triunfo

de un beso en la nube sísmica del desmayo

sinfonía del orgasmo

si cuando estamos

procreamos sueños,

Sueños,

Sueños.

                                                                 VI                                                     Sueño 

Sentir como la música rumora en la cara

olor a hormigas,

una razón de estar y de ser

me acompaña

en el diario vecino de la sonrisa

que no iguala

al cementerio bendito de la inconciencia,

capaz de descuidar

el respiro de la sílaba

que se escapa desde la madrugada a buscar,

el empleo de la noche más cotidiano

que todos los días.

Miro la caída abismal hacia la nada.

Queda marginado el respiro

para los llantos

que se asfixian,

cuando necesitan un rumor de hormigas en la cara.

Del semejante

se dibuja el perfil carnavalesco

de todo el planeta cósmico

en imágenes folklóricas:

vuelta a la nada.

 

El cansancio

es un rumor que choca con los cristales de la muerte.

Brindo por la apología a los huesos descarnados

de todos los que la nombran y evocan

asumo una posición conformista al respecto.

Si sacudo mi cabello húmedo

cristales filosos dialogarán entrecortados

en una tierra conocida

Y ya no hay para qué.

Mañana no hay salida.

La posibilidad se yergue en el pretexto

jocoso de una historia desigual.

Conseguir el desmayo oportuno

para  no tender a la perfección

del ajuste espiritual y material;

sería incierta comprensión de la Vida,

que se nos termina:

final de la canción llorosa

la que no puede amarte

a sabiendas

de que nos acordamos

de nuestro nombre cada noche,

en el luto de nuestros esqueletos:

equinoccio de un sueño.

 

                                                           VI

                                                     Despierto

 

Sabotaje en la primera sanción de mi alma

Figúrate que el episodio humano

de saber ocultar a medias

el salir a flote,

causa la irrupción de Dios en corazones.

 

Espía de los quehaceres absolutos

comúnmente traiciona con su pie

mi alma.

Sin abuso a la tentación

quisiera soñar la tempestad de mañana

para reír a como de lugar.

 

Flagrante es la pena

de entrometer una huella,

en el corazón

por desangrarse unos días

sin ser humano.

¿Por qué, entonces no preguntas por mi nombre

y me despiertas?

 

Así

el corazón despertará

del estado de coma

cada mañana.

Somos lo que somos

Por el Carlos S.

 

pal Jeff

  

Pos sí

quemados de qué

 

Somos lo que somos

ai sí, los políticos son muy dignos

el gobernador es un pulcro

el diputado es un chingonazo

vamos a la verga!

 

Somos lo que somos

y si nos afrentamos de lo que somos, qué jodidos estamos

nos pelan la verga, carnal

nos gustan las drogas, las letras y las viejas…

y?

a ellos sólo la lana y la droga y las viejas…

pero nosotros lo asumimos

a güevo!

 

Somos lo que somos

y nos pelan la verga

punto.

Tragos y muerte

Tragos y muerte El papel de las notas


La Flor de Valencia es una cantina singular. Casi todas las mesas están ocupadas.
23-Septiembre-06

1 La Flor de Valencia es una cantina singular. Casi todas las mesas están ocupadas. Me saludan de mano el capi, don Goyo, amable y educado; algunos meseros, entre ellos don Aurelio, siempre gentil.

2 Paso los ojos por los ocupantes de las otras mesas. En una distingo a Mozart. Agarro mi vaso, le hago una seña a don Aurelio de que me voy a parar un rato, y me acerco al Divino. Le digo que si me puedo sentar y él simplemente accede con un movimiento de cabeza. Se me queda viendo. Le digo que él es el más grande músico de todos los tiempos y simplemente deja escurrir un “mierda”. Le argumento que sus quintetos de viola forman algo así como el tramado de la condición humana vuelta música, y él se limita a señalarme su vaso en una insinuación clara a que le invite una copa. La ordeno. Y de paso una para mí. Entonces le digo que las mujeres han tomado la costumbre de escucharlo desnudas. Que México, país altamente culto y civilizado, dispuso que, si se es mujer y se desea escuchar a Mozart, la obligación es hacerlo en cueros. Me inquiere con los ojos. Por un instante pierde la concentración en su trago. Como si su imaginación hubiera recreado una mujer desnuda en las circunvoluciones de su cerebro. ¿Estará pensando en Constanze, o en la hermana de Constanze, Aloisia, por quien sintió una debilidad proverbial? ¿De veras?, parece decir. Y hace la indicación de que me marche.

3 Miro a mi alrededor y descubro a Beethoven. Me acerco a él. Me siento a su mesa. Está furioso. Suda profusamente. Aprieta tanto el vaso que de pronto lo vuelve añicos. No puedo intercambiar palabras con él. Tampoco sé si pararme y retirarme. ¿Se habrá enojado por mi persona, habría preferido seguir a solas? No lo sé. Quiero mirarlo a los ojos. Intento sostenerle la mirada, bueno, siquiera atisbar en el precipicio luminoso de sus ojos. Pero es imposible. Sin embargo, veo con pavor que un hilo de sangre escurre de su mano derecha. Tomo una servilleta y se la tiendo con la intención de que sorba el líquido. Pero él desprecia mi gesto. Ni siquiera se vuelve a mirarme.

4 Don Aurelio me sirve la siguiente copa. Realmente es un hombre educado. Me tiene enorme paciencia. Es de esos meseros cuya presencia se agradece. Me ha escuchado decir tonterías y disparates y jamás se ha atrevido a abrir la boca, más bien me tolera. Se me queda viendo y señala una mesa al tiempo de decirme: “Ésta se la invitan de allí”. Todos parecen disfrutar en aquella mesa. Son seis o siete. Distingo a Schumann, a su esposa Klara, a Brahms, a Mendelssohn, a Paganini, a Chopin, y, gran Dios, a mi padre. Me levanto sigilosamente en medio de este escándalo. Me acerco a la mesa. Voy directamente hasta mi progenitor. Todo se torna silencio alrededor. Donde antes había un murmullo sordo, vasos que chocan entre sí, mujeres que claman por hacerse escuchar, ahora no existe nada. Como si me acercara en cámara lenta. Lo veo y me mira. Se da cuenta de que estoy a punto de decirle algo. Pero me detiene en seco. “Primero saluda a Schumann”, me dice. Y lo obedezco.


eusebius1951@cablevision.net.mx

Pacharaco

Pacharaco Nadie supo nunca de dónde vino, cuál era su pasado, cuál su calvario. Encerrado siempre en sus ataques de epilepsia, calladamente negándolos. Tan solitario estuvo, inmerso en una realidad que no era tal. Era su realidad, su locura.Pocos sabían su nombre: Crispín. Todos le llamaban Pacha, Pacharaco.Vivió 60, 70, 80, o 100 años, o no vivió nunca, o parecía que vivía, o tal vez vivió más que cualquiera.Su dieta era unas latas de sardina y teleras, acompañadas siempre de una coca cola. No acostumbraba el desayuno ni la cena. Tan sólo los fines de semana, si la propina era buena, se daba el lujo de un pozolito en el pueblo.Su casa… ¿su casa?... era un pequeño cuarto de dos por dos, o uno por dos, o no sé, pero sé que era su casa, o por lo menos parecía que allí vivía o allí moría. Era su espacio, rodeado de basura recogida a lo largo de no sé cuantos años.Rogaba a Dios por quienes le daban un pan o unos centavos y maldecía a quienes se lo negaban o ignoraban su pedir.Dicen que en algún tiempo fue temerario, pillo, pero acabó mendigando miserias, solo. No tuvo mujer, ni tuvo hijos ¡qué bueno! Decía que las mujeres sólo querían de él su dinerito, sus centavos, sus miserias.No faltaba el respeto a nadie. Era repetidor incansable de los sacramentos y mandamientos de la Iglesia y nunca fue a misa.Pasaba las horas debajo de un árbol, unas veces recogiendo objetos pequeños que después prendía de su vieja cachucha roja; otras veces, barriendo, juntando  hojas y piedras; y las más, fumando sus Delicados.Cuentan que una vez cayó de un árbol de mango de gran altura y no le pasó nada. Se levantó como si nada, sacudiendo sus miserias.No sé cuándo dormía y cuándo despertaba, siempre lo ví sentado debajo del árbol o en la puerta de su casa. Esperando no se qué, pero esperando.Nunca supo en qué día vivía y año con año, puntualmente, recordaba su cumpleaños. La fecha en que recibía algún cambio de ropa, teleras, sardinas y cigarros.No era malo ni era bueno. Era solo él. El Pacharaco. Quién sabe cómo era y de dónde era. Nunca lo supe, nunca lo sabré.Cuando salí de aquél pueblo que no era mío y tampoco era de él, se quedó sentado, esperando todavía. Después supe que la esperaba a ella, a esa mujer que no lo quería por sus centavitos. Lo quería a él y se lo llevó, con todo y sus miserias.Fue el chambelán de mis 28 años, el bufón de mi fiesta, el más divertido, el “hazme reír”, aunque ahora creo que el rió de todos nosotros.Calladamente lo recuerdo y me pregunto a qué vino al mundo. Creo que sólo a ocupar este espacio de papel. Descansa en paz, Pacharaco.