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La cábula

páramo

Hoy no hay crédito para los versos. Agotada la fe y los párpados que pesan. También la espera es un sol que apuñala las pupilas, las abre como el filo al canal de la res. Anduve la ciudad como un carrito a control remoto. Y vi la tierra prisionera de las púas y los barrotes. Allá donde los alambres no llevan luz ni penden del acero. Son las ramas de un verde en resistencia que golpean contra mi frente. Cuento un cuento hacia dentro. El personaje es un manojo de emociones. Y sin embargo, mis manos siguen hundidas en la arena que es tu nombre. (c.s.)

irivenir

Teníamos piojos. Brincaban de aquella cabeza a esta. Los compartíamos. Era un árbol frondoso el que acariciaba nuestras nalgas de niñas. Usábamos faldas. Y el verdor espeso que subía y bajaba en nuestras narices se confundía con las hojas del yucateco. Ahora escucho el tren y veo al lobo que le gritaba a la luz del farol. Es la voz de una cantante negra la que me lleva hasta allá. Me desgarro los párpados mientras el verso que es recuerdo infla mis tripas hasta reventar. Teníamos piojos. Éramos canto constante feliz. Ahora hay tiempo para el análisis. También cambiamos pañales. (c.s.)

lléguenle

Pasen a mi casa. Tengo la esquina de una bolsa de plástico llena de un polvo blanco con las características físicas de la cocaína. Pasen a mi casa y antes de entrar orinen el árbol que necesita el complemento de esas cacas de perro. Pasen a mi casa, ráyenme la madre, véanme bailando con libertad, empinándome el último trago de tequila Orendáin. Pasen a mi casa, que está llena de mí y hiede, porque sigo siendo, gracias a dios y en esta navidad: una mierda inmensa. (c.s.)

Señales

“… trato de hablar lo menos posible, y prefiero escribir porque puedo corregir cada frase… la literatura es la Tierra Prometida donde el lenguaje llega a ser lo que realmente debería ser.”

Italo Calvino

Porque la realidad nos duele tanto. Porque nos duele más desde la perspectiva del ojo sensible del que escribe. Porque no se puede medir el tamaño del dolor, la mortificación, la incomodidad, la vergüenza. Por qué.

 

Cuando leemos y empezamos a hacernos preguntas, ya sea del autor, del texto, del título, del tema, de los personajes, de esa vida que parece tan ajena  a nosotros porque está en papel, la literatura parece ser un camino posible hacia la necesaria humanidad.

En el libro de Carlos Sánchez, Señales versos esta cualidad literaria se presenta a cada momento, como en un juego de espejos creado para cuestionar y cuestionarnos, si ésta es literatura no es realidad y si es realidad no puede ser literatura, si estos son personajes de carne y hueso no son creación del autor, y si lo son ¿dónde están para abrazarlos? ¿Dónde para hacerte daño? ¿Dónde vives para buscarte? ¿Puedo consolarte? Somos receptores de lo creado para qué. 

 

“Siempre he creído que el presentimiento es un vehículo hacia la realidad de lo que se percibe”, dice un personaje de Carlos Sánchez y eso me hace ver con ojos sorprendidos la espiral de estos cuentos donde desde adentro vemos hacia más adentro (cosa que no creíamos posible), y desde  afuera estamos metidos y somos maltratados por estas palabras… por estas historias  escritas desde un lugar que no es adentro ni afuera, un sitio irreal desde el que la realidad se mira como desdibujada a ratos por alguna risa, o lágrima, un tiempo en el que no sabemos si dormiremos, si habrá tranquilidad, si alguien nos amará.

 

Dice Italo Calvino que la Tierra prometida es la literatura porque allí el lenguaje llega a ser lo que realmente debería ser. Incluí su cita como epígrafe porque me hace asomarme atrás de la luna de ese espejo para preguntarme por la vida que debería ser ¿dónde está la tierra prometida para esos desdichados personajes que somos nosotros mismos también? ¿Dónde todo el amor que les falta y que nos falta? ¿Dónde la vida que nadie les devuelve?

 

Señales Versos es la imagen que no queremos ver de lo que somos y hemos sido. Pero no es un reflejo cualquiera porque entre la imagen y nosotros, nuestra lectura, está el escritor, eligiendo con cuidado lo que dice, diciéndolo con  frases conmovedoras, buscando para nosotros palabras bellas, poniendo ante nuestros ojos sus propios ojos llenos de llanto.

 

De todos los seres que te habitan me quedo, Carlos, con las mujeres, esas que tan bien conocen tu palabra.

 Josefa Isabel Rojas Molina21 de noviembre de 2006

Cananea, Sonora, México

un poema del jorge, el ochoa

¿Por qué no dejaste a mi vida verte crecer
entre la algarabía verde de lo colombos y obeliscos?

¿Cuánta, mujer esquiva, ha sido mi pobreza:
si lo único que deseaba era que en mi casa
me cantaras encima de la boca
esas canciones que tu gritabas tan horrible?

Ser para ti, como alguna vez lo dijiste,
ese “dibujo” de liebres petrificadas
por la impostura de la luna,
y del color abombado y llorón que guardan
las estufas amarillas, la verdura y los gises.

Y como la vida se anda en los colores,
ser para ti completamente yo,
un largo beso azul terriblemente enamorado.

  Pero como quizá a ti no te vuelve loca
el color de la lechuga o la semilla de higuerilla,
ni te vuelva contenta
un puñado de clips o de torundas,
permíteme siquiera dejar evidencia para ti,
la revolución real del individuo
que se agiganta en la minucia.

qué es un jonrón?

Tiene los labios precisos. Es la mañana de un multirrutas que presta su asiento a la lucha del obrero. Es su mirada. Sabe de revolución, de arte, de notas musicales. Calla. Dócil el pelo, las manos niñas. Cómo no entrar tanto. Apenas ayer la escuché contar un cuento en mi oído. Y pedirme que le abrace. (c.s.)

plagito gaviota

Si tuviera que morir esta tarde y no ver más a mis cuates... el jorge ochoa me arrebató ese poema que nunca pude escribir. Que maravilla que por sus sienes volvió la muerte. Porque leerla desde él es convivir con ella. Y si tuviera que morir esta tarde y no ver más a mis cuates, le pediría a las gaviotas, que me sepultaran con el canto mañanero de su nombre, ese que con precisión me despierta del sueño, sólo para seguirla viendo. (c.s.)

Apuntes sobre la Roma / por Alonso Ruvalcaba

Apuntes sobre la Roma / por Alonso Ruvalcaba

1ESTE TEXTO empieza en la esquina de Veracruz y avenida Chapultepec, avanza a oriente, gira en Nuevo León, toma Sonora, da vuelta a la derecha en Insurgentes, cruza Coahuila, Baja California, vuelve a virar al este en el Viaducto, con su tráfico imposible y sus carriles estrechísimos, da vuelta al norte, en contraflujo, sobre Cuauhtémoc, pasa frente al cadáver de lo que fue el querido cine México (pronto será un condominio enorme de original nombre: Cine México), mira a la izquierda y entrevé la vieja casa de Ramoncito, dobla a la izquierda sobre Chapultepec, lamenta las ruinas de su acueducto (lamenta más el falso acueducto metálico que horripila el camellón) y se detiene, de nuevo, en la esquina de Veracruz. Lo que queda encerrado en trazo es la colonia Roma.

2. YA NO recuerdo qué fue primero: la tormenta que devastó el mercado de Medellín (recuerdo, eso sí, el parque México todo blanco, los vidrios de las casas en astillas, los techos retorcidos y el mercado tumbado en el piso como un niño recién atropellado) o el temblor que hizo mierda todo a su alrededor (recuerdo, eso sí, que caminábamos tosiendo por Coahuila y por Campeche, recuerdo olor a caño y ganas de largarme), pero en realidad no importa: el mercado pervivió. (Como la mayoría de las cosas que hace cualquier gobierno, alguno ridículamente le puso de nombre al pobre mercado Melchor Ocampo. Nadie, por suerte, le dice así.) Tiene una zona de ferretería, otra de simples curiosidades y una más o menos bien surtida de comida. Así, en apariencia, sería como cualquier otro mercado, pues en ninguna de esas zonas está su verdadero ápice. Eso hay que buscarlo en el hecho de que la cada vez más grande comunidad argentina de la ciudad de México (en general, habitante de las colonias Roma y Condesa) lo ha vuelto un delicioso desfiladero oficial, centro de ligue sabatino; y en un corredor, que da a la calle de Coahuila, ante el que se postran varios 'restaurantes' (la comillas no son caprichosas), todos ellos atendidos por mayoras, el modesto equivalente mexicano de la chef femenina. Esta es una de las cocinas mexicanas netas: mole verde con un trozo pequeñito de cerdo, panza: franca e inocente como un perro.

3. NO ME engaño: la Roma, hacia 1980, no era mejor o peor que la Roma de 2006. Los cines tenían permanencia voluntaria pero estaban llenos de ratas (ignoro si ahora lo están; sé que son menos visibles); había programas dobles, pero el sonido parecía emitido desde un túnel del metro; éramos libres de la intragable parejita cinemex, pero el proyector tenía un filtro de cochambre. Junto al cine Gloria, calle de Campeche, había una taquería: Meche. Olía a tizne o a algo que se le parece en el recuerdo; su especialidad, limitada, eran los tacos al pastor. No eran nada pero introdujeron, que yo sepa, el taco con piña a la colonia: una revolución hiperestésica que algunos ultrapuristas aún no acaban de aceptar. Junto al cine Estadio, calle de Coahuila, había otra taquería: Tlaquepaque, que cortaba el bistec en cubitos milimétricos de enorme jugosidad. Todo eso se fue al carajo: el Gloria se convirtió en un antro, El Cine, y el Estadio en un teatro deplorable, el Silvia Pinal, y luego en una iglesia friqueante pero Universal y de Jesús. Para buscar buenos tacos por aquí hay que ir a los viejísimos Parados, en la inveterada esquina de Monterrey y Baja California, cuya chuleta con queso no conoce par, ya no digamos en la colonia sino de plano en la ciudad. Se salsean con pico de gallo. (Hace años, a propósito, había dos Parados ahí: los parados parados y los parados sentados; éste se ha convertido en El Afán, tal vez el único lugar de la Roma que sirve escamoles y gusanos de maguey.) Su rival está, por las noches, sobre la calle Chiapas, pasando apenas Mérida. Una larga parrilla bajo la cual lanzan aromas muchas ascuas de carbón, bisteces muy jugosos y al mismo tiempo con suficiente hollín. Lo mejor: nopales asados, frijoles, cebollas confitadas, salsas bravísimas para sazonar. Más tacos: los matutinos de canasta (orden estricto de preferencia: chicharrón, frijol, adobo y papa) están en la esquina de Monterrey y Tlaxcala, afuerita de La Perla, una miscelánea de toda la vida. La cochinita está sobre Campeche, frente al mercado. No tiene más nombre que Deliciosa Cochinita ni menos lema que 'Más sabrosa no hay, más barata menos': pero su confección se ha concentrado en la ternura, en que el cerdo se deshaga en la boca.

4. Y LAS panaderías, muertas o no: la Luarca, en Tlaxcala, donde vendían vasitos de leche para acompañar el pan; la Monterrey, donde comprábamos conchas buenísimas para sumergir en leche Conasupo; la Gasset, en Medellín, y sus sensacionales medianoches (¿qué fue de la gran medianoche, entre dulce y salada, que dejaba un tenue rastro de mantequilla en las yemas de los dedos?: desapareció poco a poco; una pérdida que valdría la pena recompensar de algún modo); la Espiga y sus moños cubiertos de azúcar y sus pollos rostizados, que en la colonia alcanzan a darse codazos con los Pimpollos, a la leña, de Campeche y Monterrey...

5. HACE MUCHO quiero hacer un catálogo de recuerdos. Caminar por la biblioteca de la memoria y leer los títulos, ocasionalmente tender la mano, libros que se llenan de letras si los abro. Fechas que se desdoblan como animalitos en clase de biología o que se abren como una rajada a través de la cual se ve el funcionamiento de los órganos, del pulmón gris y del negro intestino. Y lo haría para despedirme por fin de esas presencias, sin miedo de que despertaran y me dijeran adiós, pero ahora, la verdad, no tengo tiempo.