Crónica en tres movimientos
por martín aguilar cantú
Enamoramiento
“Lo primero que sentí de él fue la fiebre: en la cara, en la boca, en los labios. Diría que también en el alma si el alma no fuera una soberana abstracción. Pero sí, también en el alma: el alma era la llama”
(Fernando Vallejo en El Fuego Secreto)
Marco es un cabrón, pero me quiere y no desea verme solo en eterno autoabrazo. El último sitio siempre, after de afters, será el Jardín Cruz Blanca, que a poco tiempo unió sus fuerzas al Wateke borrándose toda división entre ellos. El Jardín siempre fue lugar de encuentros para mí, de encuentros con el amor y con los amigos, de ahí que muchos hayan rebautizado este lugar con esnobistas nombres: arte dancing club, café glamour, vivo vivo gay ladies bar. Wateke y Jardín soy yo ?en libertad de alcohol y tabaco?, alterado, al antojo de mis varoniles urgencias, goloseándome, asesinando mis temores. La noche que conocí a Víctor yo iba dispuesto a todo con tal de divertirme y olvidar los duros años de estancia en una tierra hostil y ajena que tan poco regala al ocio creativo. El ambiente, aunque por la hora ya carente del brillo de antaño, me sedujo; también una mirada que atravesó mis pensamientos. Una antigua norma de ética personal me prohíbe el contacto con los enamorados de los amigos, esta vez, ninguna regla me detendría: supe que sería sólo para mí. Al poco tiempo de conversar Marco, Víctor y yo, sentí un brazo que rodeaba mi cintura, me comunicaba extrañas sensaciones a través de la piel. Ni un minuto pude estar lejos de su presencia. Siempre pensé que aquel que fuera capaz de hacer tres cosas por mí y para mí en una sola noche se quedaría para siempre con mi corazón. Víctor lo sabía, alguien se adelantó a decírselo: me cargó, bailó vallenato conmigo y me dijo que sería suyo.
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Noe -
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