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Satanás sólo ha tenido mala prensa: experto

Satanás sólo ha tenido mala prensa: experto  Horacio Salazar/Milenio  Satanás, Satán, el diablo o como quiera que se le llame, ha sido acusado injusta y perversamente. Más que el arquetipo del mal, el pobre diablo literalmente es sólo un alto burócrata celeste. No es ni enemigo de Dios ni se llamó Lucifer y ni siquiera fue él quien indujo a pecar a Eva y Adán.

Tales son los argumentos del medievalista Henry Angsar Kelly, quien corona 40 años de investigación sobre el tema diabólico con un libro que publica este mes la Cambridge University Press: Satanás: una biografía.

El académico, que hace una veintena de años expuso al mundo una historia documental del Día de San Valentín, dice que el clero, sobre todo los primeros padres de la Iglesia, pero también artistas, filósofos y eruditos religiosos, han conspirado para crear una falsa imagen de Satanás.

“Una lectura estricta de la Biblia muestra que Satán es menos como Darth Vader y más y más como un fiscal excesivamente celoso”, dijo Kelly, profesor emérito de inglés en la Universidad de California en Los Ángeles y antiguo director del Centro de Estudios Medievales y Renacentistas de la universidad.

“No es tanto una figura orgullosa y enfurecida que se aleja de Dios, como un Joseph McCarthy o J. Edgar Hoover”, agregó el académico. “La intención básica de Satán es descubrir malhechuras y traiciones, por estrictos y poco escrupulosos que sean los medios. Pero así y todo es parte de la administración de Dios”.

¿La administración de Dios? Así llama Kelly a la alta jerarquía celestial, en la que Satanás juega un papel difícil, parecido al de Judas cerca de Cristo: le toca poner a prueba la virtud humana, como aparece en el libro de Job. Satanás no es el enemigo de Dios; es un “funcionario divino”, y la adjudicación del mal como su atributo principal ha sido hija de una serie de malos entendidos.

En general, los cristianos ven a Satanás como un antiguo angel caído. Se llamaba Lucifer y, al inicio de la Creación, se rebeló contra Dios. Echado del Cielo, se convirtió en serpiente y bajo este disfraz indujo a los primeros humanos, Adán y Eva, para que pecaran. Según la idea tradicional, a lo largo de la historia humana Satanás ha tratado de ganar almas para su reino infernal.

Pero Kelly dijo que nada de esto está en la Biblia. “Nadie en el Antiguo Testamento -y a decir verdad, tampoco en el Nuevo Testamento- identifica jamás a la serpiente del Edén con Satanás. La serpiente es sólo el animal más inteligente, y es motivada por la envidia después de que Adán la plantó por Eva”.

Según Kelly, Satanás fue transformado en sinónimo del mal gracias a dos cristianos. Justino de Samaria, mártir del siglo II, fue el primero en argumentar, en un diálogo, que Satanás se apareció como serpiente para tentar a Eva y Adán. La idea sería que al motivar la caída de Adán y Eva, Satanás causó su propia caída.

En el siglo III, Orígenes de Alejandría concluyó que un pasaje del libro de Isaías sólo podía aludir a Satanás, pues se dice que Lucifer cayó del cielo. Pero esto no puede aludir a Satanás, pues en los textos hebreos se llamaba Lucifer al monarca tiránico de Babilonia. Algo peculiar es que en el Nuevo Testamento se llama Lucifer a Jesús, por representar un nuevo comienzo.

Kelly argumenta que en general, si se lee con cuidado, se ve que para los textos bíblicos Satanás es algo así como el policía malo, que zarandea a los delincuentes amenazándolos con el infierno, mientras que el policía bueno -Jehová en el Antiguo Testamento; Cristo en el Nuevo Testamento- busca llevarlos al bien.

“A lo largo de todo, Satanás es alguien que trabaja para Dios”, dice Kelly. Y admite que por sólidos que sean sus argumentos, "lo que digo escandalizará a algunas personas". Diablos, vaya que sí.

Argumentos

De acuerdo con Henry Kelly, en los libros del Antiguo Testamento, Satanás aparece solamente en tres ocasiones, y en cada caso como un "funcionario" celestial, cumpliendo un papel divino, en el rol de "adversario", que se traduce al griego como "diablo" y al hebreo como "satanás".

El pasaje de Isaías 14:12 donde se relata la caída de Lucifer, aludiría no a Satanás, sino al rey babilonio que tenía sometido al pueblo hebreo, que se jactaba de sus conquistas y que estaba "a punto de ser arrojado al suelo". Lucifer no era Satanás.

En el Apocalipsis, que cierra el Nuevo Testamento, se habla de una "serpiente antigua" y se la ha asociado con Satanás, pero según Kelly se trata aquí de la serpiente marina gigante Leviatán, que en el texto ya es un dragón con siete cabezas y diez cuernos.

Pero ni siquiera la simpatía por el diablo de Kelly hace que Satanás sea para él una figura agradable. Dice que todos lo ven como representante de "la vieja guardia en la burocracia celeste", de modo que todos ansían su derrocamiento final.

Crónica y vocación

Crónica y vocación

Carlos Sánchez 

Tardan es la marca del sombrero: tipo Panamá. La sombra del ala le cae a medio rostro. El gabán mediano le rebasa la cintura hacia abajo. El pantalón de mezclilla es azul, con el dobladillo que marca la época del pachuco. Zapato negro, con lustre.

Las suelas con las que pisa Humberto Ríos Navarrete, periodista de Milenio, recorren el Zócalo, a propuesta del reportero que toma nota como preámbulo a la entrevista con Ríos Navarrete, quien conoce la ciudad y su corazón, porque “tengo más de toda la vida en el D.F.”

Desde el punto de partida que es la Catedral Metropolitana, el autor de Crónicas Urbanas, sección semanal del diario de marras, guía el recorrido.

Estacionarse en una de las entradas hacia el campamento del Zócalo, es motivo de reclamo de unos de los comisionados (que resguarda la esfera pejecuartel) quien le espeta al reportero que en el diario donde trabaja “dicen puras mentiras”.

En el mismo lugar, uno de los personajes mayores del movimiento, Jesús Ortega, conversa con adherentes del movimiento. Humberto observa.

En ese estacionarse para observar, los conceptos sobre lo que es el ejercicio periodístico, brota en la voz del cronista. Hay una actitud inherente, inevitable, por elección, de observar, narrar, contar. Que las declaraciones están negadas para sus oídos, no, pero sí es prioridad construir sus textos a partir de lo que escucha, huele, mira.

Las declaraciones las darán los medios todos, de manera por demás emergente, “en unos minutos las declaraciones de Andrés Manuel estarán en los portales de Internet, lo que acontece con la gente, alrededor del movimiento, no”.

Reiniciar la marcha hasta detenerse en otra de las entradas. Y el acceso a la prensa está negado. Cada vez se cierra más el campamento. Acompañados de los pasos sobre los zapatos negros, Humberto construye con el índice de su derecha el mapa del campamento, son sus ojos los que ubican el color gris, blanco y amarillo del campamento donde dicen mora López Obrador.

“Y hasta parece que ya nos estamos albureando”, subraya, por aquello de que el color amarillo está más abajo, y mueve ágil su mirada, el índice, las palabras.

A la par de la caminata las voces se diversifican, la prohibición al acceso es una sola. No hay entrada para nadie, ni para el reportero. Quienes sí puede entrar, a decir del que cuida la puerta, son aquellos que portan gafetes cuya imagen impresa es una caricatura del Peje que sonríe.

Aguzada la intuición, sagaz el oficio. Humberto no desaprovecha la oportunidad para convocar a don Martín Domínguez, quien ese instante se escurre hacia el corazón del campamento. El cronista se las ingenia y ante sus preguntas está ya don Martín quien con desenfreno narra el cómo y por qué dejar su ejido, la tierra tamaulipeca para sumarse a la lucha.

La pluma en la diestra de Humberto hace lo suyo sobre una hoja de la libreta de taquigrafía.

Después el acuerdo con don Martín para que más tarde un fotógrafo registre en su cámara la resistencia del rostro del campesino tamaulipeco. El septuagenario que asiente. El cronista que anota con la pluma los datos necesarios para esa próxima viñeta a construir.

El recorrido es tan fugaz como productivo.

 En media hora está el boletín 

Entrar a un café es necesario para reposar y beber, preguntar y grabar.

El capuchino en sus ojos, su garganta. En una mano el reloj de extensible café, de piel, en la otra un Marlboro encendido.

Humberto es la capacidad de asombro, el niño que siempre pregunta, y pregunta. La emoción se desboca al reconocerse preguntón, curioso, empedernido reconstructor de hechos.

Citar un acontecimiento es también necesario, y en la conversación revive Tláhuac con los policías linchados.

Ríos Navarrete dibuja con palabras -metáfora que en un momento de la entrevista él construyó- el instante de observar, también al través de las palabras, cómo la gente ponía fin a la vida de unos de los tres policías.

En el ejercicio periodístico, y bajo encomienda de su editor, el cronista entrevistó a un reportero de T.V Azteca, quien por la premura de nota en televisión, no pudo contar a detalle lo vivido ese día trágico.

Recordar uno de los detalles más impresionantes es el símil de un cuchillo que se encaja en la cicatriz: “el reportero me dijo que habló a la Policía Federal Preventiva, y que al decirles que estaban matando a unos policías en Tláhuac, la respuesta fue que en media hora enviarían el boletín”.

El reportero insistió y la respuesta fue la misma. Eso sólo lo sabría la sociedad al encontrarse con la crónica firmada por Humberto Ríos Navarrete.

 Vocación perenne 

Cabe la angustia en la mirada, en el recuerdo. Si bien es cierto el género de la crónica da el privilegio de narrar con lujo de detalle, también exige a personalizar desde la observación, desde la sensibilidad.

Observar es actitud indispensable. Humberto tiene ojos en la espalda, en los costados.

Observa mucho más allá porque el olfato así lo determina. En ese ver, oír, sentir, vive la actitud de la sencillez, de la capacidad de pasar desapercibido, de perderse entre uno más de los muchos que recorren las calles de la ciudad.

La pretensión está negada de manera natural, por eso desde hace veinticinco años, desde que inició su oficio de la pluma, hasta hoy, ningún libro lleva su firma, aunque ha sido antologado en  

El fin de la nostalgia, nueva crónica de la ciudad de México (ed. Nueva imagen), entre otros.

Escribir para publicar en el periódico satisface su vocación.

Hay un par de tazas cuyo color café es vestigio del capuchino. Dos o tres colillas de Marlboro que tocaron los labios durante la conversación.

Salir es inevitable, retornar a la calle para tomar el metro, para llegar a la sala de redacción, y en el camino aprehender los conceptos del género crónica que se reducen a una frase: “narrar lo que ocurre”.

Antes de pagar la cuenta, y salir del café, la pregunta es sobre si el cronista puede celebrar la existencia del fenómeno voto por voto, del aposento de los un chingo de ciudadanos en el Zócalo, en Reforma.

Preciso, conciso, como su estilo, sus textos, Humberto Ríos Navarrete responde: “celebrar que hay nota”.

Después una carcajada es el preámbulo para que los ojos del cronistas se encuentren de nuevo con la ciudad, con la estación Allende, donde sin dejar de construir en la memoria la crónica que sigue, apunta el abandono del metro por parte de las autoridades.

“El metro –por ejemplo – siempre es materia para narrar”.

 

...y el cuento continúa

...y el cuento continúa

Carlos Sánchez 

CIUDAD DE MEXICO.-En el corazón del Zócalo se escribe un cuento. Y en un símil de dunas las casas de campañas albergan a muchos de sus personajes, aunque sean éstos, personajes de paso.  Es un cuento de autoría colectiva. Y el personaje central también vive allí, custodiado por sus coordinadores: que nadie lo vea, que nadie lo toque, sólo cuando ellos lo dispongan. Y en el momento inevitable de la comunicación con sus aliados que son el pueblo. Mientras la construcción de la anécdota avanza, otras disciplinas artísticas se ofrecen a los transeúntes: malabaristas, dibujantes, cantantes, oradores que convencen; y caer el cliente. La oferta es cualquier tipo de trabajo de imprenta, comida, prendas, ropa, música, libros, y lo que el lector imagine. (Recomiendo cerrar los ojos y evocar cualquier objeto u alimento. Ahí está). Que al Zócalo lo han tomado por asalto, dicen los disidentes; empero el calificativo es lo de menos: allí están representantes de todos los estados del país, en apoyo al movimiento. Si el paso por el área de las carpas es accidental, inevitable será escuchar el grito de protesta. En torno al Zócalo hay diversidad minúsculas tiendas. Las que más atrapan son las de libros de viejo. En El laberinto, (librería de las utopías posibles) se cuentan cuentos. Y hay oídos prestos, porque la gente desea seguir imaginando, soñando, remando o naufragando, como los personajes del cuento que contó Francisco Patxi Ibarlucéa, coordinador de los martes de los cuenteros. En El laberinto no sobran metros de construcción, pero todo cabe: un forito en un segundo piso se visita todos los martes por esos juglares y esas personas que gustan de viajar al través de los oídos, los ojos. Si en Venezuela existe un tal Hugo Chávez, señor que vocifera y maltrata al orquestador del futuro de los mexicanos, un tal Vicente Fox, también existe Nancy Machado, contadora de cuentos que luego de competir en diversos concursos de belleza, ha resuelto no volver más a la farándula de estética corporal y dedicarse al oficio de narrar. Desde Venezuela y para El Laberinto, Nancy ha llegado para contar.  Les cuento lo que la contadora contó en su entrega Amor con amor se paga. O mejor será describir la mirada de los espectadores: de niños todos. Y la risa, el aplauso, la inmovilidad después de concluir la narración. Que nadie se movió, por eso una de las organizadoras remató con el cuento de la mariposa. Regreso: Nancy llevó a sus espectadores a la ciudad de Barquisimeto, donde nació. La vimos convertida en una rosa que desbarató la lluvia, la vimos bailando apasionada en un baile de disfraces, la vimos aconsejando a Manuela, la bella dama cuyo amante la traicionó, con su esposo. El amor existe, estribillo cantado por Nancy, y una que otra rola. Y el público golpear las palmas. Nancy tiene ese acento sabrosón de las venezolanas, y la destreza exacta para contar. Cuenta hasta con los ojos. Arriba la cuenta cuentos, y ante ella los espectadores complacidos por la narración; abajo, miles de cuentos impresos en los libros, afuera, donde también está la vida, el ruido del corazón que late en el D.F. Y muy cerca de allí, los manifestantes que se resisten a entregar lo único que les queda: la esperanza. Otra vez presentes en ese lugar de juglares, sólo la raza, el populacho, los del deseo de seguir imaginando, soñando, riendo. Los del otro cuento, el político, los disidentes de los hospedados en el Zócalo, desde el marca pasos de sus condominios, desde lejos donde ellos ven a los pobres, ven la ciudad, porque al fin y al cabo sin moverse de sus asientos, estarán en los titulares de Tele-azteca-visa.  Frente a un cigarro, minutos después de contar, cantar, Nancy y su vestuario negro, el pelo hasta los hombros, la sonrisa perenne, confiesa (a pregunta expresa) que los dineros no son el móvil de contar. “La pasión, sí”. Y luego ya en esos pies donde inicia el curso de su tránsito hacia una cantina, a festejar, el cuerpo, la mente, la convicción, la experiencia de su país y el gobierno desde la izquierda, se convierte en la coincidencia con la causa de México, es Nancy una simpatizante más con la consigna de los mexicanos que aclaman legalidad de la elección. Dentro de la cantina, las botellas se estrellan. Y brindar. Desde unas cuantas cuadras de allí, el aíre acarrea el grito eufórico, con tono de resistencia, de convicción: voto por voto. 

En el seguir de la vida la luz del día se apaga. Y continuar el cuento

A Dios rogando

A Dios rogando

Humberto Musacchio 

En el proyecto de la derecha no caben los pobres ni los cambios. Desde siempre, los voceros mexicanos de esa corriente han sostenido que la plebe es un factor de atraso, al que en su estrabismo ven no como efecto, sino como causa.
Por eso el insistente calificativo de “naco” dirigido a Andrés Manuel López Obrador. El tabasqueño es para ellos un chontal mal blanqueado, un tipo de hablar incorrecto y modales impropios para el Mexiquito que se han construido plutócratas, oligarcas y políticos siempre dispuestos a servirlos.
Era apenas 2005 y el país estaba convulsionado por los canallescos afanes del desafuero. Un antiguo militante del PRI, hoy obsequioso funcionario del gobierno panista, declaró en una mesa de amigos y otros no tan amigos: “A como dé lugar hay que impedir que llegue”.
¿Y por qué?, preguntó un ingenuo creyente en la democracia.
Porque si dejamos que llegue, qué vamos a hacer con él durante seis años. Simplemente se acaba el país.
Era una cruda lección de realpolitik pues, en efecto, si llega a la Presidencia de la República un hombre formado en los valores juaristas, que le concede importancia al patriotismo y repudia las injusticias, entonces lo más probable es que los oligarcas no sepan qué hacer con él. Menos lo sabrán si el tipo no es sobornable ni se acobarda ante la fuerza del dinero.
Un tipo así acabaría con el país donde se permite que cada sexenio sea una orgía de abusos y latrocinios, un festival de corrupción que beneficia a parientes y amigos y, por supuesto, a los políticos que tienen esos parientes y amigos. Se acabarían los Hildebrandos, los Mouriños y los Bribiescas. ¿Y luego qué haríamos?, se dirá el priista aquel trocado en panista.
Y si la justicia ya no fuera un estercolero, si en las corporaciones policiacas empezara a haber honestidad y en las oficinas públicas empleados que se sintieran apreciados por su laboriosidad, ¿Qué haríamos? Se acabaría este reino del revés que tan prolijamente construyó el PRI a lo largo de setenta años y que ahora el gobierno albiazul custodia con fiereza de mastín.
Por eso, desde sus lujosas cloacas, la horda opulenta decidió desde 2003 que Andrés Manuel López Obrador no sería candidato presidencial. Contra él, salvo la bomba, la pócima o la daga, lo intentaron todo. Y fracasaron. Llegó a la campaña electoral y en ella lo tacharon de “peligro para México” y desataron contra él la más infame guerra de lodo.
Por esa insistencia, por la firme convicción con que han venido actuando los partidarios de la democracia a medias, resulta imposible creer que el 2 de julio esos gavilleros políticos se volvieron buenos. Cuando hablan de respetar la voluntad popular no es la expresada por los votos, sino por el manipuleo burdo de resultados. Son las pretensiones golpistas disfrazadas de apego a la ley. Es la doble moral, pero ahora dispuesta a arrastrar a la República hasta la violencia fratricida, y otra vez, como siempre, en el nombre de Dios, como si fuera una marca comercial que ellos tienen registrada. ¡Carajo!

“Conaculta, gestión sin proyecto”

 Héctor González

Por el ventanal del departamento de Sabina Berman entra bastante luz. Pareciera que desde ahí la ciudad es otra; pero no, es la misma. Pide unos minutos, está por terminar un artículo. No hay que ser muy inteligente para adivinar el tema. Hace algunos meses Berman realizó un intercambio epistolar con Lucina Jiménez, ex funcionaria del Cenart y actualmente consultora de políticas culturales. El diálogo se convirtió en el libro Democracia cultural (Fondo de Cultura Económica), volumen donde se debate el estado real de las artes y los creadores en nuestro país. “Lo ideal es consensuar un proyecto transexenal, que no dependa de los partidos”, cuenta la dramaturga.Mucha oferta, poca demanda
Según el inegi, 10% de los mexicanos tiene relación con la oferta cultural. La cifra tiene un sabor amargo que anticipa el comentario de Berman: “En la Encuesta Nacional de Prioridades de 2000, la cultura fue colocada en el lugar 128. La gente no está consciente de que con sus impuestos subsidia la mayor oferta cultural que ha tenido México en su historia. Oferta que no es aprovechada por sus ciudadanos. Es irracional lo que pasa”.
¿Qué hace que la cultura ocupe este lugar?, cuando se supone que es algo de lo que debemos sentirnos orgullosos. Es un misterio que si bien tiene que ver con la difusión, alcanza un trasfondo más profundo. Trasfondo que polariza las cosas, al punto de romper el ciclo comunicativo del arte. “Cuando era tutora del Fonca, una teatrista enseñó su proyecto de escenografía. Su estructura tenía nichos laterales y ahí sucedían cosas, que el público desde las butacas no iba a poder ver. Cuando se lo comenté me respondió: ‘A mí qué me importa el público’. Creo que el aislamiento de las artes es una consecuencia. La gente, desgraciadamente, se acomoda. Si no hay público, en lugar de buscar las razones del porqué, se inventan teorías y dicen: ‘No me importa’. Pero eso no ayuda. Lo interesante es que con una oferta cultural muy atractiva no hay público, a pesar de que la paga la ciudadanía”.
—¿Hablamos de un problema de difusión?
—Si se aumentara la difusión de la oferta cultural, aumentaría el público. La difusión de esa oferta es francamente ridícula y tiene que ver con normatividades que puso la Secretaría de Hacienda a todas las secretarías de Estado y que el Conaculta obedece.
—Sin ser una secretaría de Estado…
—Absurdamente. Pero ahí no está la solución de fondo ni la más promisoria tampoco. Necesitamos reformar el modelo de política cultural. Hace falta localizar la meta del apoyo del Estado a la cultura, en que la cultura diversa llegue a todos los mexicanos. Después necesitamos recolocar al Estado en el esquema. Estamos trabajando con un modelo inventado por Vasconcelos en 1920, donde se consideraba al Estado como el gran productor, es decir, el gran pagador de la cultura, el gran elector de los artistas que merecían ser apoyados, el gran censor, el gran distribuidor y, como dice Gabriel Zaid, un larguísimo etcétera. Tenemos que olvidarnos de eso. Primero, porque estamos en una democracia, y segundo, porque realmente no ha funcionado. Lleva 50 años, y para que funcionara la Secretaría de Cultura o el Conaculta necesitaría 10 veces más presupuesto y además agilizar su burocracia. De cada 10 pesos que el Estado invierte en la cultura, un peso llega a los eventos o a los artistas y uno a difusión. Entonces hablamos de un modelo ineficaz y antidemocrático.
Intelectuales y Estado
Eso de ineficaz puede ser relativo. Recordemos que en nuestra historia reciente los programas culturales han sido diseñados para coptar intelectuales. Incluso a los diplomáticos; durante mucho tiempo se habló de cómo los gobiernos premiaban a artistas con embajadas y consulados. “Si ésa era la meta, estaba más o menos bien el modelo, aunque el soborno salía carísimo. Pero hay que regresar a la meta expresa, la digna y noble, que es identificar como cliente del modelo a la población y no a los artistas. Es como si la Secretaría de Salud pensara que sus clientes son los médicos. Sensatamente la dependencia sabe que su cliente es la población y a través de los médicos se distribuye la salud”.
En su libro ¿Cuánto vale la cultura? Contribución económica de las industrias protegidas por el derecho de autor en México, Ernesto Piedras apunta que las industrias culturales (música, cine, libros, audiovisuales, escultura) contribuyen con 6.7% del Producto Interno Bruto. En este sentido, añade Berman: “La cultura es el mercado emergente más grande del planeta. Pensar en términos de que la cultura se alimenta de tirar maíz a los pollos es equivocado. Se nos está pasando el tren de la globalización. En el libro proponemos hablar de la cultura con una definición más amplia que las artes. Hablar de la cultura como algo masivo, como el sector civil de empresas y organizaciones culturales. Viéndola de este modo, nos referimos a la cuarta industria del país y tal vez se podría pensar que a la cultura masiva le va muy bien. Sin embargo, es una percepción falsa. La industria discográfica se encoge. Cada vez más la música en español se graba en Estados Unidos y nos la venden. La industria editorial lleva 20 años desplomándose en cámara lenta sin que al Estado le parezca pertinente intervenir. Nuestra industria cinematográfica hace 40 años dejó de serlo, a pesar de que tenemos todo el talento para conseguirlo. Y puedo ir más allá: las televisoras, que parecen ser las grandes ganadoras de estas elecciones, no están creciendo globalmente al mismo ritmo que las de otros países. Como resultado nuestras industrias culturales masivas se están encogiendo y nuestras artes están aisladas. Y la población casi no tiene servicios culturales. Es momento de repensar el modelo. Muy promisoriamente, todo ese gasto del Estado de 80 años en la cultura nos ha dejado una herencia de piezas muy valiosas para reestructurar y una infraestructura incomparable con el resto del mundo que habla español (teatros, librerías, hemerotecas, casas de cultura y arte). Tenemos la generación, numéricamente hablando, más grande de artistas en la historia del país. Además contamos con un sector de empresarios culturales que se mantienen, pese a que pareciera que tienen todas las condiciones en contra. Y por último, nuestro sistema educativo es muy amplio, con deficiencias, sí, pero que cubre a todo el país y donde sería muy fácil reinsertar la cultura no masiva en la vida de los mexicanos”.
Retomemos la última parte de la respuesta y añadamos los datos de la Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales, editada por el Conaculta. Los números son contundentes: 69% de la población no participa en ninguna actividad cultural; 90% no pinta; 70% no escribe; 70% no canta; 47% nunca ha asistido a una presentación musical; 5% de los ciudadanos estudia alguna disciplina artística. En conclusión, la relación entre Estado y población es disfuncional. “Más que un Estado paternalista, necesitamos que genere las leyes, las facilidades fiscales y subsidios estratégicos que beneficien a todos”, comenta la dramaturga.
Una realidad llamada Conaculta
Para un diagnóstico más acertado sobre la gestión cultural del sexenio, Lucina Jiménez aporta, en Democracia cultural, datos oficiales: “El Cenart amplió su cobertura nacional a través de educación a distancia y utilizando internet. Aumentó su público anual a más de un millón 400 mil personas en 2004. (…) El porcentaje de espectadores de cine mexicano pasó de 3.5% en 1998 a 9.8% en 2003. (…) En 2003 Educal amplió sus ventas en 48%. (…) Ese mismo año, más de tres millones de personas asistieron a cerca de 300 exposiciones organizadas por el inba”. Si bien los números enuncian logros, para Sabina Berman el problema real tiene que ver con la falta de un proyecto a largo plazo. “Tal vez daría algunas facilidades contar con una secretaría o ministerio de cultura, en lugar del Conaculta, pero eso no es imprescindible. Lo que importa es el proyecto. Llevamos 18 años con un Conaculta estático, que acepta cosas sorprendentes, como el hecho de que por normatividad el gobierno no puede gastar más de 10% de su presupuesto cultural en difusión, cuando estamos hablando de eventos que deberían ser públicos. ¿Cómo van a ser públicos si la población no se entera? No he visto el deseo de luchar por el sector cultural. La ausencia de la educación artística en las escuelas ha sido una complacencia del Conaculta, se dio como una imposición pero tampoco hizo mucho por evitarlo. Quienes estamos en el asunto de la cultura entendemos muy bien que si no hay una población en cuyas vidas cotidianas esté insertada, no hay modo de tener públicos amplios”.
—Persiste la idea de que mediante la infraestructura se puede acercar a la gente a la cultura…
—Entiendo que la cultura es la parte de la fantasía, pero la política cultural no puede pertenecer a la ciencia ficción. Es un despropósito inmenso algo como la megabiblioteca. ¿Cuántos millones se gastaron en eso?
—Algunos intelectuales sostienen que es mejor invertir en bibliotecas que en otras cosas…
—¡Ah, bueno! Entonces por qué no hacemos pirámides en cada parque. ¡Qué importa para qué sirvan! No coincido con eso. En una democracia los ciudadanos debemos tener el derecho de quejarnos por el mal uso de nuestros impuestos. Ni gastar el dinero en armas ni en megabibliotecas. ¿Por qué no en cosas eficaces?
—Eso por un lado, y por otro tenemos los multitudinarios conciertos gratuitos en el zócalo…
—Ya nos acostumbramos al modelo del Estado benefactor. Suena muy simple y generoso, pero es muy ineficaz. Y la fórmula es: “Yo, Estado que tengo mucho dinero, reparto eventos culturales y los pago”. Tenemos que detenernos y saber lo negativo que implica esta simpleza. Es decir, no puede existir un sector civil que cree cultura, siempre hay que estar bajo el ala del gran productor pauperizado que es el Estado. Lo que hay que crear son las circunstancias para que cada vez necesitemos menos al Estado y para que además la cultura sea un territorio bonante. Para que haya cine de arte necesitamos cine popular. Dicen que es muy fácil hacer best sellers. ¿Cuál fácil?, si destruyes la industria editorial no los habrá. En cambio, si reinsertas la lectura como hábito de muchos fortalecerás la industria editorial y habrá más posibilidad para editar libros de poesía. Pero si todo es tocar la puerta de los subsidios se deteriora el escenario.
—En este sentido, ¿están mal acostumbrados los artistas?
—No. Tienen pocas opciones. Tampoco creo que los artistas tengan que ser empresarios culturales. Es casi imposible existir como tal y sobre todo subsistir. Quienes se avientan al ruedo se dan cuenta que les sobran leyes y reglamentos, y luego que tienen por competidor al Estado. Y después faltarían fomentos, ayudas muy concretas, abrir la infraestructura al sector civil. Me preguntas si están mal acostumbrados los artistas: creo que ahora no hay de otra.
—¿Ayudan medidas como la del precio único en los libros?
—Tengo sentimientos encontrados, pero mis amigos editores dicen que es imprescindible para que no desaparezcan las librerías. Ése es un buen ejemplo de cómo la sociedad civil se ha metido en la política cultural. Mis sentimientos encontrados vienen porque, visto de lejos, es evitar la competencia.
—En el libro plantean la necesidad de relacionar la cultura con el turismo, es una fórmula explotada con éxito en Europa y Estados Unidos…
—Si revisas las cifras de los museos europeos, 50% de su economía depende del turismo. El teatro de Nueva York y de Inglaterra depende del turismo cultural. Francia e Italia dependen del turismo cultural. Nosotros podemos aspirar a crecer en este sentido. Nuestro turismo cultural viene a ver la obra de nuestros muertos afamados. Si vienes a México, ¿cómo diablos te enteras de la oferta del Centro Universitario de Teatro o de la espléndida Compañía de Teatro de Tehuantepec? Es tan promisorio lo del turismo cultural porque no se ha hecho nada.
—¿Existen los esquemas para cambiar el rumbo de la política cultural?
—Eso te toca a ti. A ustedes les toca sensibilizar a la clase política. La sensación de distancia hacia quienes toman las decisiones es grande. El libro contiene mucho consenso que existe en el gremio, es un esfuerzo de organizarlos y ponerles nombre. Cómo hacer para que esto llegue a los que deciden, la verdad no lo sé.
—En caso de que Felipe Calderón sea declarado presidente electo por el Tribunal, se habla de Sergio Vela como candidato para el Conaculta…
—No lo conozco. Hasta donde sé, entiendo que ha hecho óperas y trabajado como funcionario, pero no sé cómo sería. Se necesita una persona que tenga la intención de reformar el modelo.
—¿Cómo califica la gestión del Conaculta durante este sexenio?
—Fue una gestión que, a falta de proyecto, conservó el anterior, sin cuestionarlo y asumiendo la grave equivocación de haber perdido la meta. Si la meta no es democratizar la cultura y regresar a los ciudadanos lo que han invertido en ella, así como insertarla en la vida cotidiana de los mexicanos, no tiene sentido lo que se haga. En este sexenio fue muy obvia la falta de meta.
—¿Hubo desdén hacia la cultura?
—Desdén por parte del presidente. Recuerdo nuestro pasmo cuando nos dijo que la meta del Conaculta era servir a los artistas. Ya sabíamos que la meta no era el país, era un secreto bien guardado. De pronto que esto se oficializara fue terrible, porque se solidificó el error.

En las casas donde hay libros circulan las ideas: Daniel Goldin

En las casas donde hay libros circulan las ideas: Daniel Goldin

Juan José Flores Nava

Saber leer y escribir, dice Daniel Goldin, es igual a adquirir derechos y poderes. Porque eso significa la posibilidad de registrar la historia propia pero, también, de ampliar los márgenes para saber elegir. En Los días y los libros, Goldin da cuenta de sus "divagaciones sobre la hospitalidad de la lectura".

Publicado por Editorial Paidós, Los días y los libros contiene una serie de ensayos que fueron escritos, en su mayoría, para ser leídos como conferencias. Son textos en los que el autor intenta conciliar distintos campos relacionados con la cultura escrita para esclarecerse algunas de las razones del porqué, espe- cialmente hoy día, es cada vez mayor la importancia otorgada por gobiernos y sociedades a la formación de más y mejores lectores.

"Los días y los libros", "La paternidad y los libros: divagaciones sobre la hospitalidad de la lectura", "La invención del niños: digresiones en torno a la historia de la literatura infantil y de la infancia", "La debilidad radical del lenguaje: reflexiones sobre la formación de lectores y la formación de ciudadanos", entre otros ensayos, son un aliento, según los editores, para el pensamiento crítico y la acción responsable. Pensamiento crítico del que, desde luego, no escapa el propio Goldin, pues de entrada advierte que su pasión por los libros se ha vuelto cada vez menos compulsiva.

-Tal vez -dice en entrevista- porque cada vez pienso que más importante que los propios libros son las lecturas que uno haga de ellos. Eso me lleva a matizar el amor fetichista o el deseo de poseer o leer todos los libros. Es más importante leer bien un libro, así como leer el libro adecuado en el momento adecuado.

-¿Qué significa para usted leer bien un libro?

-Lo que importa es que esa lectura forme parte de nuestra propia vida. Es decir, que a través de las palabras y de las ideas de otros sea posible detonar un proceso de pensamiento, un proceso de reflexión en el que se amplíen posibilidades vitales.

-¿La lectura es un placer?

-La lectura, para muchas personas, es un placer y, para otras, es algo que temen, que les aburre, que no les dice nada. Y es así porque el terreno de los placeres es privado. Por otro lado, en todo el mundo los índices de lectura son bajos. No hay correlación entre la enorme cantidad de publicaciones y la gran cantidad de usuarios de la cultura escrita.

-Usted cuenta, al inicio del primer ensayo, que aprendió a manipular los libros revisando las imágenes de un volumen sobre los años sesenta. Pero más adelante señala que prefiere enfrentarse a un libro que no contiene imágenes.

-Es un conflicto que siempre he tenido. Cuando era pequeño me gustaba vagabundear por las imágenes de los libros y aún hoy lo hago. Pero prefiero los libros que no tienen imágenes. Sobre todo porque los libros sin imágenes me pueden llevar más lejos de donde las imágenes mismas me podrían conducir. Tal vez también he preferido los libros sin imágenes porque, en buena medida, las imágenes que antes contenían los libros eran bastante rudimentarias. Hoy la ilustración se ha desarrollado mucho. Es casi un lenguaje complementario e, incluso, a un tiempo también protagonista del mundo editorial para niños. Hoy en día, por ejemplo, el libro-álbum interrelaciona el lenguaje escrito y el de las imágenes de una forma mucho más inteligente y rica. Propone una modalidad de lectura más completa, en donde el ritmo a que obliga la lectura de las palabras, una tras otra de principio a fin, se rompe con la propuesta de ir contemplando las imágenes.

-¿Por qué en algún momento de Los días y los libros señala que desconfía de una casa en la que no hay libros? ¿Qué implica?

-Debo matizar esa aseveración. Me parece que en una casa en donde hay posibilidades económicas de tener libros y no los hay, no hay ventanas. Ventanas a otros mundos, a otras culturas, a otras voces. Y es probable que si no hay libros tampoco hay posibilidades para que las personas tengan un momento de interioridad, de reserva. En una casa me gusta sentir que existe una biblioteca más o menos usada. Eso me da confianza de que se puede recibir a otros, distintos, ajenos, distantes. Que hay una circulación de las ideas.

-¿Sigue pensando, como cuando iba en la primaria, que la lectura es una manera de conocer y de hacerse respetar?

-Me parece que leer y escribir son una de las muchas formas de activación del pensamiento, de las muchas formas de conocer; no sólo por la información que transmiten los libros sino porque el proceso de leer y escribir como una actividad continua permite ver la manera en que se construyen las ideas, pues da la posibilidad de distanciarnos de nuestro propio pensamiento, pulirlo, revisarlo y cuestionarlo. También me parece que, en buena medida, la lectura contribuye a la dignidad de las personas. Pocas cosas son más opresivas que no saber leer y escribir en una sociedad como ésta. Y pocas cosas son más liberadoras que tener un espacio para la imaginación, para el ensueño, para la comunicación con los demás, para objetivar nuestro pensamiento.

-No se puede leer todo y siempre. ¿Cómo saber qué leer?

-Para mí, hay una sensibilidad interior que, en algunos casos, no me permite avanzar en un libro o, en otros, me indica que estoy perdiendo mi tiempo. Es el momento en el que me aburre una lectura o en el que siento que no me está enriqueciendo. Es igual que comer. ¿Cómo sabemos cuándo algo nos cae bien? Hay cierto antojo, cierta intuición, cierta sensibilidad interna. Porque a veces basta empezar a leer un libro para sentir que es un peso más.

La muestra de teatro que no

La muestra de teatro que  no

Carlos  Sánchez

No corre el telón. Ni hay tercera llamada. La muestra Estatal de Teatro entró en un letargo: espectadores y teatreros esperarán el próximo año para observar, y exponer.Desilusión es el sentimiento de un seguidor de la muestra; decepción por la pérdida de un foro vive uno de los protagonistas de la anterior edición; replantear el formato es el objetivo de la coordinación de teatro del Instituto Sonorense de Cultura. Modificar-mejorar Patricia Vargas es comunicóloga, actriz, dramaturga. Actualmente dirige la coordinación de teatro del Instituto Sonorense de Cultura. “Y este año no habrá muestra”, responde, a pregunta expresa.  En su exposición analiza el formato de la muestra, hace retrospectiva, toca diversos temas: la concumuestra, la muestra off, las mesas de análisis, entre otras aristas. Y si es determinante, el móvil del receso tiene argumento:  “Se evaluaron los procesos de la muestra: quiénes estaban participando, los resultados que estaba surgiendo de ello, lo comentamos con la dirección general del Instituto y llegamos a la conclusión de que necesitábamos una pequeña pausa para detener  la inercia que se estaba dando, y replantear qué es lo que se pretendía y para dónde iba, porque la muestra debe permitir crecer a todos los artistas, actores, directores”. --¿Cuál es esa inercia de la que hablas? “Por ejemplo el que la mayor parte era un teatro universitario el que se estaba presentando, aunque si bien es cierto es parte del teatro, es teatro escolar, producto de un proceso para una evaluación de un programa educativo, de un plan de estudios, de repente como que va siguiendo esa inercia y de alguna manera no está permitiendo evolucionar a los demás grupos. Cuando se hizo la muestra off ( N. de la R.: off implica presentaciones alternativas a la muestra) realmente los que estaban en el off eran los grupos independientes que estaban trabajando y no estaban considerados para participar dentro de lo que era el concurso. También este híbrido que se hizo entre concurso y muestra no permitió evolucionar al teatro. Las mesas de críticas también tuvieron algunas… que los mismo jurados cuestionaran los procesos creativos eso hace que se sospechen muchas cosas, el análisis debería de haber sido de otras personas, para permitir evolucionar… todos esos factores empezaron a evaluarse, yo creo que es importante hacer una pausa, es muy importante la muestra, pero también hay momentos que tenemos que detenernos y replantearnos a dónde vamos qué es lo que queremos; empezamos a ver que la producción independiente empezó a bajar y a bajar, en este momento la producción independiente es muy escasa, por eso se planteó que este año en vez de hacer la muestra vamos a hacer un laboratorio teatral, para inyectar dinero a las compañías, que empiecen a producir y se vuelva a reactivar, que tengan un trabajo que les permita tener más recursos que a su vez les permita montar otras cosas, y ya para el año que entra poder hacer una muestra más rica”. Para ejercer el laboratorio teatral al que hace referencia Patricia Vargas, previa convocatoria el Instituto Sonorense de Cultura otorgó tres becas para grupos de teatro independiente, los agraciados fueron: Saltimanqui (Hermosillo) con el proyecto de montaje A cuarta y quemón; el director, actor, Vicente Benítez (Hermosillo) con Diario de un loco, y Domotila Flores (Obregón) con un proyecto de teatro comunitario. La coordinadora de teatro sostuvo reuniones con la comunidad teatral donde se planteó el receso de la muestra, y “al principio sí los desconcertó, porque se vuelve una costumbre, pero cuando se les planteó lo del laboratorio les pareció interesante”.

Interesante resultó sólo para algunos, Patricia Vargas lo sabe, y lo dice:

 “No todos están de acuerdo, aunque hay muchos que sí, pero creo que es importante replantearnos”. Y en las reuniones no estuvieron todos los que son, “y ojalá hubieran estado todos, pero ese día fue la marcha de los inmigrantes, estuvieron alrededor de treinta artitas: Saltimbanqui, Animalejos, Sergio Galindo, La Matraca, Hugo Sosa, algunos”. La próxima muestra, prevé la coordinación de teatro, debe ser más propositiva, y para que esto sea posible, argumentos son que grupos independientes están trabajando en producciones: “Sergio Galindo, está trabajando en El último vaquero y está proyectando otro, un año de colchón va a permitir que haya más montajes que puedan participar”. Los teatreros todos, conformes e inconformes con el receso de la muestra, fueron comunicados sobre la pausa. Al espectador, el que espera cada año para observar las propuestas, ¿le informaron? La respuesta es “no”. Patricia Vargas expone: “No, no se informó a la comunidad general, si esa es la pregunta”. --¿Por qué? “Qué te puedo decir, se me fue de las manos y no lo consideré”. --¿Había que informarles a esos cinco, diez espectadores? “Así sea uno, es igual de importante que si fueran mil, porque es gente que va al teatro y que siempre está ahí”. --¿El próximo año habrá muestra? “Sí”. Desilusión Rafael Gándara es conocedor, crítico de teatro, pero sobre todo: espectador. A un par de años de recibir un reconocimiento por su trayectoria durante la muestra de teatro, Rafael es contundente al hablar de este receso teatral: “me siento desilusionado”, dice. Poner el cuerpo en una butaca es acto fiel cada año, y los ojos en el escenario. Rafael Gándara sabe el número de muestras: siete. Y a todas ha asistido. Y este año, “tenía muchas ganas de que se presentara, más que todo ya era una costumbre, puede llamársele una tradición, y al cancelarse la muestra de teatro se rompe una costumbre y una tradición”. --¿Cuál era tu perspectiva de esta muestra que ya no se hizo? “No sabía exactamente, pero había unas obras de la Universidad, de los estudiantes, había dos o tres que las iban a presentar, creo que en Obregón también tiene algo Domitila, y más o menos había oído de obras de teatro que más o menos andaban con posibilidades, y algunas ya las he visto y pensaba volverlas a ver y tal vez en una reedición están mejores y así poder ver qué habían adelantado los muchachos; que se presenten es un logro sobre todo para ellos porque eso de la muestra les ayuda a foguearse un poco, porque es otro público ante el que se presentan, y les exige más; esto (la ausencia de la muestra) demerita un poco en su preparación, creo que se sienten desilusionados, así como me sentí desilusionado yo, ellos también se sienten desilusionados”. Perder un foro Dramaturgo, maestro, director, actor. Alejandro Cabral ha participado en la muestra de teatro, sus alumnos también. Qué implica que no haya muestra, se le inquiere al teatrero que ya toma su tercera taza de café. La respuesta es contundente: “la pérdida de un foro, tal vez el foro más importante para comparar nuestro trabajo, para medirnos, platicarnos, para vernos. La muestra además siempre ha sido un foro donde se pueden presentar otro tipo de trabajos, que se había perdido eso, que se había visto trabajos que ya estaban en cartelera, que en un tiempo fueron trabajos más experimentales, pero  que yo siento que en este año ya había trabajos en ese sentido, de experimentación, que daban para una muestra, y es muy triste que se haya perdido tal vez el único foro que teníamos”. --¿Estuviste en la reunión con la coordinación de teatro, estuviste de acuerdo con que no se llevara acabo la muestra? “Sí estuve en la reunión, y lo que se pidió, que esa fue mi postura individual, aunque otros no la compartían, es que la muestra no estaba bien, se estaban gastando demasiados recursos en cosas inútiles en una muestra que no estaba bien planteada del todo; lo que yo pedí, y se lo dije directamente al Dr. Tapia (director del ISC), es que se haga la muestra en otro formato, vamos haciendo una reunión donde se analice el formato de la muestra, nunca se habló de desaparecer la muestra, alguien dijo, a ese caso mejor desaparecemos la muestra porque sale muy cara, y varios fuimos los que dijimos no, la muestra no debe desaparecer, debe cambiar”. ¿Por qué quitar ese momentito? Egresado de la Licenciatura en Artes Escénicas con especialidad en Teatro por la Universidad de Sonora, Oswaldo Sánchez es actor. Algunos premios ha obtenido en los concursos estatales de teatro que se realizan dentro del marco de la muestra. Mejor actor en alguna ocasión; mejor escenógrafo, en otra.  --¿Qué implica que no haya muestra de teatro? “En primer lugar se quiso ocultar que no haya muestra, por medio de un proyecto que en el inicio fue medio caótico (la convocatoria del ISC para apoyar a grupos de teatro independiente) porque se plantearon cosas de repente absurdas, porque dijimos, bueno, el Instituto le está comprando cinco funciones al que gane la beca, por seis mil pesos cada una, cuando a veces las compañías venden sus funciones entre diez y quince mil pesos.  “Ya que se arreglaron unas cosas hubo un proceso de selección medio extraño, porque estaban las bases y el jurado que estaba en la selección no cumplía con el reglamento, que debía ser conformado por tres personas y una de ellas no dio su veredicto. “Con eso se quiso cambiar que haya o no muestra de teatro, pero creo que la muestra es muy importante, no tanto por el reconocimiento de repente que se les ha estado dado a los actores, cosa que muchos han  criticado en la concumuestra como le dicen; creo que es importante para todos ver qué es lo que tenemos en el estado como muestra, y vernos a nosotros mismos ya por fuera, porque una cosa es estar en la compañía en la que trabajamos, y que a veces no te permite ver ciertas cosas, o que el público ve teatro de manera intermitente, porque el teatro es de a ratos, y normalmente no hay opciones para ver obras a diario. La muestra es lo que daba al público, un panorama de poder ir todos los días al teatro, y que rico para una ciudad donde no existe tanto esa cultura. “Otro problema es que las compañías no tenemos punto de comparación. Como proyecto debería ser de regla la muestra, porque, ¿para dónde se fue esa lana que se invierte en una muestra de teatro? Dicen, es que se acabó el dinero, y cómo que se acabó, si lo fuerte de la coordinación de teatro es esta muestra, no entiendo por qué quitarla. Este es el evento fuerte, es casi para lo que está esta coordinación, entonces no tienen por qué quitarla. He participado en las últimas cuatro muestras y he visto el público que hemos tenido;  la muestra del año pasado me impresionó, porque a pesar de que se estaba cobrando, treinta pesos, en las dos funciones que actué, me impresionó el público: quinientas o seiscientas personas. Entonces me pregunto: ¿por qué quitar ese momentito?”

La Cebra celebra su primera década

La Cebra celebra su primera década

Karla Zanabria 

Coreógrafos como Raúl Flores Canelo, Marco Antonio Silva, Miguel Mancillas o Víctor Ruiz han externado su punto de vista sobre la homosexualidad, uno de los temas acaso más prejuiciados de todos los tiempos.

Hace apenas diez años que José Rivera puso el asunto en el centro de las discusiones estética y ética al fundar La Cebra Danza Gay, con motivo de la X Semana Cultural Lésbico Gay.
 

Desde su ingreso en 1987 al Ballet Independiente -donde ha sido primer bailarín, coreógrafo, maestro y director artístico-, José Rivera tuvo la intención de fundar una compañía ex- clusivamente para varones. Recientemente, el actual director de La Cebra declara a los cuatro vientos que su propuesta coreográfica busca, además de enaltecer la danza, eliminar estereotipos de género, asunto sobre el cual conversa con EL FINANCIERO.

-Es difícil comprenden cómo se puede derribar el estereotipo de género si a su propuesta la determina tajantemente como gay. ¿Esto no es paradójico?

-Dentro de la homosexualidad hay una gran diversidad y yo soy un punto de esa diversidad. No soy lesbiana, ni travesti, básicamente soy un hombre homosexual. Se llama danza gay porque deriva del discurso de un hombre homosexual, pero la danza gay no existe. Éste fue un concepto que inventamos para definir el trabajo que hacemos.

Sobre el concepto, el manager de La Cebra, Carlos Cli, abunda y nos explica que "lo gay" alude de manera implícita a las otras ramas de la homosexualidad (lesbianas, bisexuales, transexuales y travesti); es decir, apela a la diversidad: "La danza no tiene género -resume Cli-. La danza es danza. El rol masculino o femenino ha sido inventado socialmente. Me refiero a que en el medioevo el color rosa se asociaba a los varones y el azul era propio de las damas. Ahora es al revés. Lo importante a rescatar del trabajo artístico que hace La Cebra va en el sentido de que estamos planteando que el movimiento no tiene un género; es decir, no tiene porqué ser de un varón o de una mujer exclusivamente."

La forma de expresión de La Cebra incluso rebasa el terreno de la estética, apunta Cli, apela ya a la sociedad misma: "En toda sociedad hay prejuicios y grupos que son oprimidos. El hombre ha buscado desde siempre un pretexto para castigar a otros. Cuando un grupo adquiere el valor para romper este esquema, otros se suman. La tolerancia abre la puerta a la libertad. Así, a la liberación homosexual que plantea La Cebra se han conectado, por ejemplo, muchas mujeres sin que esto sea un movimiento feminista, lo que pasa es que el grupo homosexual abre una puerta y le propone una salida o otros."

Uno de los clichés machistas más arraigados establece que todos los bailarines son homosexuales. Una afirmación que en el seno mismo de La Cebra ha resultado falsa.

Adolfo Flores es bailarín fundador de La Cebra y no es homosexual. A continuación, su testimonio: "Conocí el trabajo de José Rivera -relata este bailarín con 20 años de experiencia- antes de que me invitara a La Cebra. No estoy en La Cebra por cuestiones militantes ni para tener un pretexto de vestirme (como mujer) sin que me vean feo, ni para jotear sin que me critiquen. Estoy aquí porque la calidad del trabajo que hace José es innegable, la cual me permite darme el lujo de decir lo que sea respaldado por el arte dancístico. La otra razón por la que formo parte de La Cebra tiene que ver con que, gracias a ese gran rigor con que se trabaja, puedo dedicarme a hacer el trabajo del intérprete, a reinventar al personaje en el escenario mismo y a pulir aspectos muy finos de mi papel."

A pesar del riguroso entrenamiento que refiere Adolfo Flores, a La Cebra se le ha echado en cara la precariedad de sus montajes, pues en las artes escénicas la multimedia pareciera ser el eje actual de los trabajos.

-No me gustan los grandes vestuarios, ni la escenografía ni nada de eso -asegura Rivera Moya-. Nosotros vamos a seguir bailando. Nada de machincuepas ni mimic. Danza pura (nutrida del ballet, técnica contemporánea y barra al piso), sin utilería ni música original. Así voy a seguir porque me gusta subir las patas, girar muy bonito con el relevé al máximo y el pasé abiertísimo. Que todos bailen parejitos. El rigor en el escenario de los cuerpos entrenados fue lo que me motivó a convertirme en profesional. Me gustaría empezar a explorar danza con lo más elemental de iluminación y sin vestuario.

De acuerdo con la primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (2005), la mitad de los homosexuales se siente rechazada por la so- ciedad. Sin embargo, la sola existencia de La Cebra demuestra que se ha alcanzado un nivel jamás visto de tolerancia hacia esta comunidad, tanto así que "el mayor logro de La Cebra es haber llegado a cumplir diez años", reflexiona Rivera Moya, quien aclara que nunca han recibido subsidios ni becas de coinversión para producción: "Llegamos exclusivamente con los medios que nos allegamos. Hacemos muchas funciones a taquilla con el teatro lleno, de ahí sale todo, y de la ayuda de mucha gente como Carlos Monsiváis o Ignacio Toscano. También tenemos el apoyo de Magnolia Flores. Ella me autorizó usar las obras de Flores Canelo sin pedir ni un cinco, gracias a ella tenemos un lugar donde ensayar, una grabadora y una oficina."

La Cebra actuará del 1 al 16 de julio en el Teatro de las Artes del Cenart. Los días jueves y viernes a las 20 horas, los sábados a las 19 horas y los domingos a las 18 horas.