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La cábula

Literatura

En el corazón de un callejón, conversación con un ¿loco?

En el corazón de un callejón, conversación con un ¿loco? Carlos Sánchez.- Es un pájaro que ruge. El helicóptero parece sostenido justo encima del callejón.“Aguas, te van a ver”. El Chapa advierte mientras sume su gorra para cubrirse los ojos.Vamos a platicar, le digo con la grabadora encendida. “Pues platicamos de lo que quieras, pero deja que se vaya el helicóptero, porque nos pueden oír los de la judicial”. Luego es un monólogo. Y las palabras surgen, la ceniza del delicado crece. El Chapa chupa el cigarro como si en el fumón le fuera la vida.Cuarenta y dos años latiéndole el corazón, treinta y cinco de nicotina en el cuerpo. “Y mota también, me gusta mucho la mota, y el perico, la chiva, pero nomás en veces me dan, y le pongo”.El Chapa se llama Carlos Félix, vive en el barrio las Pilas. También le dicen Frank; en su familia lo llaman por su nombre.Inquieto enciende otro Delicado. Fuma y habla: “pos trabajo allá en el centro, pido dinero y luego pago un carro para que me traiga la verdura”.--¿Es cierto que en un tiempo te enfermaste?“Yo nunca me he enfermado, no conozco la enfermedad, no tomo pastillas porque ya está uno a punto loco desde hace mucho. ¿Y tú cómo has estado, bien?”--Cuéntame qué es la vida para ti.“Como unos cincuenta años. Es muy bonita, es muy suave, todos aquí en el mundo somos vivientes normales y muy bien me la paso”.--¿Y de tus camaradas del barrio, qué cuentas?“El Carlos una vez me pegó, me dio un reatazo con la mano, en la nuca, nomás porque le tomé un chorro a su soda, el Carlos hijo de la Ana, esposa del Martín barrigas; pero yo le pegué otro reatazo”.--¿Y de las morritas, qué onda?“Anoche me fui con una al cerro, y me la clavé, pero ahora no he tenido bicicleta, quiero salir ahora para  Guaymas a ver qué ha habido con el pescado, la jaiba, el camarón. Ir y venir aunque sea en un carro, en un bocho”.--¿Y qué comes?“Como pescado, sabritas, frijoles, papas, leche, tortillas, pan. Y lo que me prepara mi amá, mi Guadalupe que la quiero mucho y me cuida y la cuido, y yo los cuido a todos, a todo el mundo. “¿Supiste que mataron al Palmas, lo mataron por la espalda, a traición, era mi amigo, y mi amigo fiel, me daba droga, pastillas, coca, mocochango, pingas, inyecciones, de todo me daba, por eso me quedé arriba, ando arriba, a gusto, me siento muy feliz”.--Oyes, todo el día caminas, ¿por qué?“Todo el día camino, hasta allá hasta al centro y hasta el bulevar López Portillo, me da mucho por caminar, tú también deberías caminar mucho para que andes cotorreándola, y no estás loco, o sabe, pero me acuerdo de ti cuando estabas morro, te la llevabas mucho con el Pando, y jugábamos a los fariseos, y hacíamos máscaras de papel y luego fumábamos y cachoriábamos todos. Estuvo muy buena la morra que me cogí anoche, muy nalgona, le metí las tres, la desta pues”.--¿A qué aspiras en la vida?“A fumar, puro fumar mota, no hay otra, y ponerle a la chiva, a las pingas, a todo. Aquel bato, el caballo murió por puro pixtear alcohol cuarteado con agua purificada. Allí murió en la casa del Güero Galaz. ¿Y andas en la escuela ahorita? Puros Delicados fumo, pero también traigo Botas, ¿quieres uno? Oyes, ya me puedo ir, quiero ir a la casa, a darme un baño. ¿Te saludo al Caballo?, por las noches viene, todos le sacamos cura”.

El Chapa, el Frank, el Carlos, fuma otra vez, quita su gorra, se sacude el pantalón como si en él no hubiera cabida para la suciedad. Moviendo sus zapatos hacia delante y atrás improvisa un paso de baile, y canta: “ay María de Jesús, tan sólo a ti te quiero... así cantaba el Caballo, ¿te acuerdas?”

Alonso Vidal In Memorian

Alonso Vidal In Memorian Eusebio Ruvalcaba.- Lunes 29 de mayo. Carlos Sánchez, escritor de Hermosillo, me comunica la muerte del poeta sonorense Alonso Vidal, acaecida precisamente este 29 de mayo. A modo de mínimo homenaje a este hombre de temple bravío, extraigo poemas de su libro Y es entonces cuando con furia te amo. Autor de una obra abundante, que incluye asimismo narrativa y ensayo, Alonso Vidal, nacido en 1942, vivió siempre bajo el precepto de la pasión. Sus letras lo registran de ese modo. Leamos la palabra viva de este hombre muerto: He aquí que el sol cabalga/ en las caracolas del aire/ y besa las obscuras heridas del agua.// Oh, fuego inaugural, centella viva,/ hincha la voz caliente de las guitarras,/ pon a correr por los llanos tus veloces párpados/ de/ alumbre/ y que se antorchen de luz todos los rincones.// Misterios de ojos ya llegan y claman,/ sonidos que se escapan/ de los cercanos cauces./ Las cabalgaduras del gozo: estallan.// Puedes si quieres/ encender la luz/ de mi costado/ y entrar despacio/ acomodarte/ en el rincón más tibio/ de mi ventrículo derecho/ desnudar tu carne y tu voz,/ mojar tus labios con el licor/ que he guardado para ti/ a pesar de los incendios,/ gota a gota/ en la botella viva/ de mi soledad y tu secreto.// Desde mi latir/ observé tus ojos/ azotados por las llamas/ de este verano/ que de nuevo nos fascina/ y prenderá en los míos/ esa sonrisa que propagas.// Al regresar a casa/ me di cuenta:/ Mis manos/ se quedaron enredadas/en tu cuerpo.// Vengo como el invisible/ río y lluvia,/ río bajando/ y lluvia vengo,/ arrastrando las hojas/ de la noche, el terciopelo/ clave de las mariposas,/ viajando hasta tus brazos,/ el ardiente sedante de tus labios/ y tus manos y tu corazón.// Vengo solo,/ río y paloma/ con el remanso obscuro/ de mis ojos a tus ojos/ sobre la quietud amorosa/ del estro y la palpitación/ secreta de algún remoto nido,/ río y lluvia,/ río bajando/ y lluvia vengo.// En la zona de espumas y fuegos/ ángeles sumisos ahora violentados,/ danzan entre núbiles escafandras./ Cuerpos vivos en el mar/ gimiendo de amor escapan,/ llevan en sus manos estrellas fecundas,/ futuros y lenguas derramadas.// Desde lejos percibo tu perfume de dulce alga,/ muerdo desde el faro tu labio carnoso y mojado.// Te espero y amo.// A Dios no le preocupan/ las almas tranquilas y/ pasmosas,/ le interesan los nefastos,/ los calamitosos, los haraganes,/ los fornicadores, los soberbios/ enchubascados de lujuria.// A ellos ama Dios.// Tú y yo cumplimos/ con la regla:/ estamos salvados.// A lo lejos las noches lumbrean/ toman forma jeroglífica/ en las urnas/ y flota un sabor de párpados.// Por más que trates de escapar,/ fugarte, evadirte, escurrirte/ con cualquier pretexto/ estarás siempre ahí/ frente al espejo.// La libertad es lo único que no perdemos.// Pero a ver:/ ¿Cómo cabrones te vas a desencarcelar de mí?// Piensas en las cosas/ que amarraron tus manos.// Padeces la vida,/ te encarcela la palabra: amor/ y la palabra: olvido.// Te derrumbas,/ te consumes en el fuego/ y te abandonas en mí.// Serán entonces multiplicados/ los besos y los panes/ y el fusil esperará su horario/ en la palma de las hojas justas,/ estaremos de nuevo frente al mundo/ absortos como dos peces/ dentro de la boca de Dios,/ sencillamente/ como al principio.// Apareces tú/ con tu llama y tu voz/ y eres blanca imagen/ y estás ahí mirándome,/ somos inocentes a la luz,/ siento que la llamarada/ me besa con tus labios/ y que es verano de nuevo.// Navegamos sobre las brasas/ y de pronto se hace de noche.// Elásticos nuestros cuerpos/ ensartan sobre el mundo/ sombras y cristales/ de lumbre. 

Alonso en elevación

Alonso en elevación

Carlos Sánchez 

Celebro la muerte. Hay que tumbarse las botas de metal para que el cuerpo se eleve. Muerto el sonido de la garganta, la rigidez de los músculos, el movimiento de los ojos, el reflejo de los dedos. Duelen las horas, el eco, la tapa de las cápsulas, el papel convertido en pez, el aire que se niega.Ya las teclas no obedecen, el cerrojo de la puerta ante el último amigo que se va retiembla en los intestinos.Las buganvilias están solas, el catre no se abre, los libros son una polvareda que grita dentro de la casa.La luz se apaga, se enciende, juega, martiriza: ¿por qué el grillete de la vida se burla?Lo ha visto la poeta su amiga de veras, Alonso ya no es el mismo, ¿y si te duermes para siempre?Laura Delia y él conversaron en una noche de gala, cuando la fiesta de la ciudad requería de su presencia, “me trajeron a la fuerza”, un verso que sale desde su resistencia. El poeta estuvo con la cabeza gacha durante las horas de pirotecnia.Lleva el nombre de su poesía un galardón nacional. Había que entregarlo por vez última antes de morir. ¿Y si esas horas la almohada hubiera acariciado sus sentidos?La vi, la vida, Vidal. Un poema citado de otro poeta. Alonso clava su existencia entre nosotros, y lo utilizamos, lucramos con su memoria desde antes, desde siempre. Un quedito suspiro y un remojón del pecho dentro. Los ojos en estruendo por la pasión y el desenfreno. Alonso abotagado el cuerpo y no por el líquido que retiene. Es la intensidad que lo pone como un sapo ansioso de brincar sobre la emoción.Se acabó el hígado y el corazón no le cupo más en el cuerpo. Un sombrero pulula por el túnel: es el sonido de las botas citadinas vestigio de música de viento en sus oídos.  Todos estuvimos alguna vez en su casa cantando y él encabronadamente de feliz nos escupió un pendejo en la cara.Qué es del poeta ahora si no el respeto para siempre. Ahuyemos de una vez. Digamos todos que le amamos hasta en su muerte. Que el pudor no exista. Un poema es lo de menos: reconozcamos que somos amigos del poeta y que la sociedad nos aplauda. Muerto el metal del cuerpo la vida se eleva. Y allá va: Alonso. 

 

Un autor en busca de cómplices

Un autor en busca de cómplices

 Eusebio Ruvalcaba

El papel de las notas

Porque el viaje por la música y por la poesía, ese largo periplo al que todos estamos destinados, es menos arduo si se realiza de la mano del cómplice. Porque en virtud de la complicidad se descubren y se nombran las cosas que nos importan. De enganchar dos seres humanos —quien lo escribe y quien lo lee— se encarga el anzuelo punzante de la poesía, que deja sangre. Es la sensación que permanece luego de leer El jazz según don Juan y otras silbables ráfagas (lo que quiere decir: otros poemas), el brevísimo título con el que Alain Derbez bautizó su libro —en el sello Unas letras. Industria editorial, que de esta manera nace a la luz este 2006 bajo el impertérrito sol yucateco; por cierto, Unas letras es iniciativa de Eugenia Montalván, una mujer duranguense que, en Mérida, se desvive por enriquecer la cultura a costa de su propio bolsillo: montando exposiciones, presentando libros, organizando conciertos, haciendo periodismo cultural, y, esta vez, repito, lanzándose a la jungla editorial. En fin, se le desea suerte.

Muchos son los méritos de este libro de Alain Derbez, pero, en primer término y a mi modo de ver, el de extraer de la música, no sólo del jazz, sino de la música toda, la poesía, ese ángel luciferino cuya cola se queda atorada entre las líneas del pentagrama, o, mejor aún, entre los silencios que hacen que la música sea lo que es. El oído educado de Derbez, su desparpajo galopante, esa malicia que lo aleja de las complacencias y que lo ubica de golpe en el ombligo de una poesía acre y descarnada, le hace decir: “Yo tengo el blues/ Lo pesqué ayer/ Tan mal se me coló/ Que no me importa/ Lo que hay que hacer/ Para sacarlo/ Silbar/ Estornudarlo/ Llorarlo como un mar/ Gritar o susurrarlo…/ Yo tengo el blues/ Lo pesqué ayer/ Y fue que me dijiste/ Nada cariño/ No hay forma de pararlo”.

Y va mucho más allá. Viste a su poesía de perra salvaje. La dota de hocico babeante. Escurre, huele, muerde, amenaza. La nombra, y hace del cómplice una obra de arte: “hace unos cuantos meses/ en este ochenta y cuatro/ alguien entró a la casa/ y me robó los discos de janis// no me robó el recuerdo/ de parís-pompidou (la masa/ de metal y sus patios rodantes/ tragafuegos payasos y hambre/ en el primer mundo)// no me pudo quitar a aquella gringa/ triste/ caída desde woodstock// fue/ en el setenta y siete/ y era un octubre helado/ y janis// otra janis: el amplificador pequeño/ la jeringa en los brazos/ y yo/ y bobby mc gee y janis joplin/ summertime y cheap thrills/ en la desgarradura/ de nuestra apresurada desnudez// la gringa/ la otra janis/ bajo un sol tiritante/ juntaba algunos francos/ mañana tras mañana/ crepas, gauloise y viento/ para empujar el barco hacia la mar// yo miraba y oía en el asombro/ la lluvia inoportuna/ y la lluvia oportuna/ y la vez: la otra janis/ envejecida a golpes/ en ese restaurant/ en el que refugiamos/ nuestras nacientes hambres:/ ¡oh dios!/ ¡me comprarías un mercedes benz!// soy yo/ y bobby mc gee/ en el ochenta y cuatro;/ hace siete años pues/ en que no soy el mismo:// nadie podrá robarme/ el siglo XX”.

Nélida que también es madre

Nélida que también es madre

Carlos Sánchez 

Hay tiempo para la risa. Sobre la tierra dentro del cuarto que es la casa, Samuel, el más pequeño de los hijos, juega con palos de paleta convertidos en luchadores, de pronto una lata de cerveza es un dragón que aplasta a los enmascarados. La lucha termina. Samuel quita de su rostro un hilo verde que nace en su nariz, y pide a su madre un café con leche.Son las seis y trece minutos de la tarde, tiempo propicio para ordenar la vida de sus cuatro hijos: la revisión de las tareas, los uniformes, los huevos para el desayuno, la cantidad de leche, las tortillas o el pan.Son veintidós años y Nélida mueve sus ojos con experiencia de cuarenta abriles escudriñando la existencia. Sus manos son pequeñas, como su estatura, sus pestañas grandes y en ellas está el origen de su suerte, de haberse convertido en madre antes de los quince.El parpadeo sedujo a un primo de su padre, y la conquistó. Ahora él está tras las rejas por un homicidio, o varios, de eso ella prefiere no hablar. “Si te invité a mi casa fue porque tú me dijiste que hablaríamos del diez de mayo, de lo que significa ser madre y querer a mi madre”. Nélida sentencia que si el reportero no guarda la grabadora, entonces no habrá conversación. Luego echa en un vaso agua hirviendo, dos cucharadas de café, un poco de leche, un poco de azúcar y después a las manos de Samuel. “¿Ya la apagaste?, si no, no platicamos”. En una cubeta el reportero está sentado, Nélida en una silla de plástico, los niños todos en torno a la televisión, sobre la tierra, absortos a las travesuras de El Chavo.--Siempre vas a la taquería solo ¿que no tienes con quién ir?”. Nélida también pregunta. ¿Entonces te cuento lo de ser madre? –No hay tiempo para la respuesta, la voz de Nélida es un treparse en los motivos de la infancia y adolescencia, de los instantes que retiene en la memoria.“Mira esta foto, me la hicieron antes de que cumpliera los quince. Era una niña, ya casi ni me acuerdo de ese tiempo. Me gustaba oír a Los Temerarios en la rockola de la taquería donde trabajaba. Allí fue donde conocí a Rufino, era más chaparrito que yo, nunca me habría fijado en él, pero la culpa, dice mi mamá, fue de mis ojos.“Ella me regañaba cuando me veía platicando con él, que porque era más grande que yo, yo le decía que era mi pariente, que no se preocupara, que ni me gustaba. Cuando menos pensé ya vivía con él”.En el exterior del cuarto de cartón, que es la casa, se escucha el ladrido de un perro, eso recuerda a Nélida que hay que lavar los trastes donde acarrea comida de la taquería para el Chipo, el guardián de la casa. Va al corral, friega con un estropajo una olla, dos sartenes, unas cuantas cucharas y de paso lava un mandil del uniforme de su hijo Samuel.“Antes de que él hiciera lo que hizo, vivíamos felices, él trabajando en una maquiladora, yo en la taquería de mi tía, donde mismo que ahora. “¿Lo que hizo? Me da vergüenza”.Nélida fija su mirada en las manos de Samuel, que han vuelto a la orquesta de maromas en los palos de paleta. Luego en automático cuenta lo que unos minutos antes decía era incontable.En una narración fluida está la historia del consumo de cristal de su esposo, de los golpes contra ella por no hacer lo que le pedía en la cama, de una blusa cuyos botones brotaron contra su rostro y el cuerpo inerme a la orden del varón. También la memoria describe el tránsito por la ciudad repartiendo droga junto a él, consumiendo droga por capricho de él, “para que quisiera hacerlo porque dizque fumando cristal dan más ganas”.  Después la soledad y los hijos indefensos, el madrugar para ganarle tiempo al sol y tenerlos listos a la hora de entrar a la escuela, acabalar para el pago de la luz y el agua, la comida, los cuadernos, los camiones, y todavía, los domingos llevarle al marido los hijos y algo de dinero para la semana.Sobre la madre, Nélida agradece a la virgen que aún la tiene, “pero si yo te contara”.Su madre vive de rezar el evangelio, de profesar la palabra del Señor, de acatar los mandamientos, y como complemento: rechazar a sus hijos por ser éstos hijos de un asesino.“Pero no me queda de otra, es la única que me los puede cuidar en las tardes, mientras me desocupo de mi trabajo. Y de cualquier manera tengo que quererla, es  mi madre”.Antes de las ocho de la noche la televisión se apaga, los niños a esa hora deben dormir, porque están acostumbrados, porque su mamá los impuso, porque si no, no se despiertan temprano.El cuarto ahora duerme. Nélida en su voz de niña cuenta que algún día tendrá casa propia, y un carro, un marido ya no, los hombres que ha conocido sólo la buscan porque está sola y para una aventura. Sus hijos son primero, y por ellos se levanta antes de las cinco de la mañana todos los días. Sobre el amor, cree que aún no puede escaparse de Rufino, porque aunque hay muchos recuerdos malos, también está la historia bonita, aquella de cuando nacieron sus dos primeros hijos, que son cuatitos, y después el otro, luego la otra.“De ellos hablamos cuando estamos en la visita conyugal, y antes de que amanezca nos damos tiempo para nosotros, pero él ya no es violento, todo lo contrario, ahora hasta me besa”.Nélida esboza una sonrisa: “no creas que nomás me la llevo haciendo eso, eh”.

En el suelo, a un lado del tendido donde duerme Samuel, están dos luchadores de palo: él es un dragón que sueña.

Enfrentamiento a balazos: historia de todos los días

Enfrentamiento a balazos: historia de todos los días

Carlos Sánchez

Hermosillo.- Dos balazos apagaron la vida de Jesús. Quería monedas. Encontró plomo. Doña Sandra, vecina de Santa Fé, despotricaba por el bloqueo del tráfico. Venía de la Agencia Fiscal con la derrota de la burocracia. Y para acabarla de chingar, un cordón amarillo y un mundo de patrullas impedían la circulación en el bulevar Colosio. No podía llegar a su casa.Doña Sandra ignoraba que Jesús tampoco pudo llegar, pero él al lugar que buscaba con desesperación, a ese rincón donde los policías no lo detuvieran, porque lo venían siguiendo, y ya le pisaban los talones, por eso el instinto le obligó a sacar la .22 y disparar contra el judicial que ya lo alcanzaba. Jesús erró los disparos, el judicial atinó dos certeros martillazos. Jesús cayó redondito. Su cómplice de asalto, José Alberto González Cortez, se topó con el final del callejón del bulevar y la calle atardecer. Y las balas le pasaron rozando.A éste le hicieron manita de cochi y lo treparon a la perica. A Jesús lo trasladaron al Hospital General, donde unas cuantas horas más tarde, moriría.En su loca carrera con el botín, los asaltantes no supieron de su contenido: un Disch de sistema satelital de televisión. Cero monedas, cero billetes.A ellos les habían dicho que su víctima, Sergio Ruiz Bernal, tenía la pura lana, y que haría una operación esa mañana en el banco Santander de Colosio y Solidaridad. Por eso llegaron y arrebataron.Mala suerte para Jesús, buena leche la del asaltado: en el instante del arrebato de la bolsa del Disch, y luego de sentir el temor que provoca el cañón de un arma frente a los ojos, Sergio Ruiz Bernal pudo dar paso y observar la patrulla que circulaba por la Colosio.  Ya con la información de lo ocurrido, los judiciales cumplieron con su deber. Y detuvieron como los de a de veras a quienes ya se fugaban con la ilusión del dinero fácil (¿será fácil el oficio de ladrón?). Los agentes lo han contado, luego de la adrenalina, del olor a pólvora desfilando en sus fosas nasales, del calor del gatillo, del zumbido de las balas en sus oídos. Saben de la satisfacción de cumplir con su deber.Jesús sólo es prueba fehaciente de que la búsqueda de oportunidades (o tal vez para disfrutar de la vida) con alevosía y ventaja, pueden, incluso, llevar a la muerte.De tarde en Santa Fé, doña Sandra podrá sentarse en la poltrona del porche de su casa. Para esa hora ya sabe por las noticias de la radio, que lo que impedía el tráfico por la mañana, se debía a la persecución policiaca, los niños andarán corriendo en el parque. Los balazos fueron poco antes de medio día, y la historia de Jesús y los judiciales tuvo un guión para corrido: ganaron los buenos, perdieron los malos. Jesús estará dando pie al llanto de los parientes. Como es costumbre durante el sepelio habrá cerveza. El cómplice del cuantioso asalto, José Alberto González Cortez, estará dentro de una celda, si bien le va, o tal vez los costados de su cuerpo amortigüen los puños, las patadas de sus adversarios: a saldar facturas por haber puesto en riesgo la vida de uno de los compañeros de la corporación.Y la cara de bicho asustado de la foto que le tomaron durante la presentación ante los medios, andará circulando por todo el estado.Doña Sandra se fumará un cigarro, tomará café, y en su mente estará el recuerdo de las ráfagas que hace uno meses escuchó cerca de su casa, en residencial Los Lagos, también andarán pululando en su memoria el tronar de balas del jueves próximo pasado que se ejecutaron en la parte norte de su hogar, por fuera de Multi Cinemas.Doña Sandra mañana intentará de nuevo vencer las filas de la burocracia de la Agencia Fiscal. Y regresará a su colonia, a ver cuál es el saldo del día. A enterarse de quiénes fueron las víctimas, quiénes los victimarios.

Jaime Loredo y el rigor

Jaime Loredo y el rigor

Eusebio Ruvalcaba 

Lunes 1 de mayo. El impacto de la poesía es inclemente. Cuando se produce, no hay ni para dónde hacerse. Lo sentí de inmediato cuando inicié la lectura de La escalera de Jacob, de Jaime Loredo, libro en coedición de la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí y Verdehalago. Es una sorpresa mayúscula leer a un poeta como Jaime Loredo. El acontecimiento va de la celebración al arrobo. No es común eludir la vulgaridad por la finura. Hay muchos nombres ocultos pero visibles, muchas lecturas en los poemas de este joven. Se advierte en el cincel, ese modo de bruñir el poema, de darle el mejor acabado, pero sin sacrificar emoción. Dice: Los viejos hablan de amor mientras olvidan/ mientras cae agosto entre la lluvia./ Con almohadas blancas sobre el regazo/ tratan de ocultar la certeza de tristes panes/ —a veces la levadura no alcanza,/ es una larga mirada que no/ lleva a ninguna parte.// La desolación de los árboles/ aparece en el agua./ En el lecho descansan los muslos maltratados/ los labios imprecisos,/ el destiempo de un beso insuficiente/ conoce las heridas de barro a lo largo de la piel,/ la noche es la brevedad de la sombra,/ el esbozo de un cuerpo/ donde no queda/ sino el temblor de las sábanas. Hace bien Jaime Loredo en andar con pies de plomo cuando pisa el campo minado de la poesía. Hasta donde es posible, porque la poesía exige su parte de azar. Asumir que no existe pérdida de control al momento de escribirla, no pasa de ser un sueño intelectual. Pero lo que está en su mano, Loredo lo perfecciona: La tarde pasea entre las palomas/ como si el pecho no le fuere suficiente,/ como si este callar forzado/ no alcanzara para detener el mundo,/ para saber contenida entre sus labios la ira de Dios// Desnuda debió de haber sido la primera palabra,/ arcilla que palpita tibiamente obscura,/ como quien despierta en la mañana/ con la certeza de haberse equivocado de cuerpo,/ o quizás haya bastado/ con la mirada rebelde/ de un ángel con las alas guardadas en los bolsillos// como quiera que haya sido,/ Dios no volvió a hablar y se olvidó de los hombres,/ desde entonces siempre llueve.
Miércoles 3 de mayo. Follando con el Pato Donald es la novela de Óscar Seyler que, aún en manuscrito, leo. Vaya que si este autor de Torreón sabe agarrar por los cuernos a la narrativa. Divertida hasta las cachas —es la historia de una jovencita de 14 años que descubre el amor en todo ser viviente que la rodea—, no hay página que no obligue a la risa y a la reflexión. Conforme se avanza en la lectura se percata el lector de que el amor constituye más una fiesta que una tragedia, y que cada quien es dueño de hacer de su cuerpo el cucurucho que se le antoje. Aunque apenas lleve leída la mitad de la novela, creo que está del otro lado. Su falta de solemnidad, su desparpajo, su brutal incomplacencia, pero asimismo su rigor, serán el salvoconducto que le abra las puertas. Ojalá un editor arrojado se fije en ella.
Viernes 5 de mayo. Los acontecimientos heroicos, como las tradiciones, tienden a quedar sepultados bajo el polvo no siempre quevediano de los años. Hasta hace no mucho, en ciertos hogares mexicanos solía evocarse la gesta del 5 de mayo con reverencia. Hoy no existe nada de eso. Ni los jóvenes quieren oír hablar de lo que consideran una cursilería histórica, ni los adultos se preocupan por contradecirlos. Hoy por hoy, la patria la dictan el internet y los juegos de nintendo.

 

eusebius1951@cablevision.net.mx

Jueves Santo con Javier Salvago

Eusebio Ruvalcaba 

Jueves 13 de abril. Consumo mi acostumbrada visita a Las siete casas: La India, Las Dos Naciones, La Mascota, El Gallo de Oro, La Faena, para terminar con la Buenos Aires y la Villa Madrid. Llevo conmigo un poeta que resiste la jornada: Javier Salvago. Nada le es desconocido a este hombre del desconsuelo, la derrota y el desasosiego. Un maestro de quien se aprende siempre. ¿Por qué resultarán tan aburridos los poetas que permanecen impávidos ante la zozobra de estar vivos?, me pregunto cuando leo: “Que la vida dolía/ yo lo aprendí muy pronto./ Quizás por eso anduve tantos años/ huyendo de la vida, como loco;// ciego, para no ver lo que sabía/ que iba a ver nada más abrir los ojos;/ borracho, para no mirar de frente/ su impenetrable rostro.// Para poder vivir en paz, sin miedo,/ para animarme, me lo bebí todo./ —Sólo así conseguí, en algún momento,// ser feliz y gozar la vida a fondo./ Pero el sueño de la razón es sueño/ y engendra monstruos”. Todas estas cantinas me traen buenos recuerdos. Son muchos años en los que he compartido tragos con hombres y mujeres queridos (jamás bebo con desconocidos o individuos por alguna razón indeseables, los conozca o no). La insondable Dos Naciones es un templo; sobre todo en el segundo piso, donde las mujeres, princesas de la adiposidad, son atrozmente risueñas; pero entienden perfectamente el gesto duro, entonces se mantienen alejadas —ya ni siquiera se acercan a pedir un cigarro. Prosigo mi lectura de Salvago, poeta español ya cincuentón: “Hace casi tres años que no escribo/ poemas, me abandono, apenas leo;/ no me cultivo ni me informo. Siento/ dentro de mí una especie de vacío// que avanza —y no me asusta— como un río/ de lava; o, mejor, como un desierto/ que va ganando más y más terreno/ al calcinado bosque, ayer tan vivo.// Sueño poco. Deseo lo necesario./ No tengo nada, y nada extraordinario/ espero en adelante. No disfruto// del placer de vivir. Miro la vida/ con reserva y distancia. Cada día/ me consienten los años menos humos”. De niño hacía yo la visita de las siete casas con mi padrino. Todos los jueves santos me llevaba a la iglesia del Buen Tono, a la de San Felipe, a la Catedral; pero empezábamos por la Candelaria, cerca de donde yo vivía, en Mixcoac, y de ahí nos íbamos a la Condesa para detenernos en Santa Rosa de Lima, La Sabatina y La Coronación. Digo que pasaba temprano por mí a la calle de Miguel Ángel, y a partir de ahí todo era devoción y ensimismamiento. Mi padrino —de nombre Ernesto, de apellido Castillo— era seguidor irrestricto de las enseñanzas de los Evangelios, cuyos versículos favoritos se sabía de memoria y los repetía a la menor provocación. En esta cantina de La India su recuerdo se me viene encima. En el ínter de las siete casas, ya en pleno centro, solía llevarme a un restaurante y cafetería ya desaparecido, el Tibet Hanz. Yo me fastidiaba enormemente, pues lo que en verdad quería era contemplar aquellas grandes mantas color morado que cubrían las imágenes de las iglesias. No platicar. ¿Y ahora?: “No era la gloria, porque yo en la gloria/ qué pinto. Ni siquiera la fama./ Siempre fui tímido y le tuve siempre/ un cierto horror al público y las cámaras.// Tampoco el oro, porque el oro exige/ otra estrategia y otras artimañas./ —Mi ambición es llegar a no tener/ más ambiciones que las necesarias—.// Desde esta altura, si me asomo al fondo,/ presiento que quizás lo que buscaba/ era escribir, sobre mi propia vida,/ mi versión de la vida retirada”.

 

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